Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Martín Caicoya

No todo son malas noticias

La segunda ola de la pandemia reviste menos gravedad

“Tres televisores parloteaban… las noticias eran malas como siempre”, dice Colson Whitehead en su última novela, “Los chicos de la Nickel”.

Malas noticias, una constante en la literatura o el cine, o en las conversaciones. Quizá porque las noticias malas tengan más interés, o porque hay más noticias malas que buenas, o porque las primeras se cuentan mejor. Lo que no cabe duda es que el ser humano tiene aversión al riesgo. Convive mal con las amenazas, en eso se basan los seguros. Porque lo malo es casi siempre más maligno que lo bueno benigno. Lo explica Khaneman con un ejemplo escatológico. Imaginen un montón de excrementos de gato. Coloquen en la cúspide una hermosa fresa. La repugnancia de los excrementos no disminuyó. Ahora imaginen lo contrario: un montón de fresas rojas y brillantes. Coloquen ahora un excremento de gato en lo más alto.

Es difícil ver algo bueno en esta pandemia. Más que difícil, puede ser impertinente. Porque ha producido muchas muertes, mucho dolor, mucha miseria. Pero lo hay incluso dentro de la propia epidemia, sin fijarse en otros aspectos, como la investigación, la mejora en los sistemas de vigilancia y control, etcétera.

En esta nueva ola las cosas no son como antes. Al comienzo de la primera tuvo mucho éxito el modelo matemático que diseñó el Imperial College comparando dos actitudes: el confinamiento, o establecer medidas restrictivas para algunos grupos mientras se permitía la interacción de la mayoría con el fin de alcanzar pronto la inmunidad de grupo. La economía no se resentiría tanto. En donde siguieron esa estrategia más tarde o más temprano tuvieron que confinar. Porque las previsiones con la estrategia de no confinar eran horribles: al menos 5 veces más muertes y UCI y hospitales desbordados. Y se confirmó con creces. Incluso con el confinamiento se produjo un caos sanitario y una la mortandad excesiva.

Ahora las cosas ya no son así. Entonces solo se diagnosticaban los casos más graves. La mayoría, no sabemos cuántos, quedaban en sus casas, vigilados de lejos por el Centro de Salud, sin un diagnóstico cierto. No había suficientes recursos para hacerlo. Como los diagnósticos eran en pacientes muy sintomáticos, se hospitalizaban muchos, en España el 50%, en Asturias llegó al 100% según las estadísticas publicadas. Y la mortalidad hospitalaria era alta. Esas cifras no son públicas, pero por lo que me comenta un gestor, rondaba el 20%. La letalidad general era del 8%.

Era una situación catastrófica, espeluznante. Lógico sentirse amenazado. Sobre todo, las personas maduras y ancianas, y los que tienen factores de riesgo.

El panorama ahora es totalmente diferente. Es quizá lo que esperábamos en febrero, lo que nos hacía estar relativamente tranquilos. Ahora solo se hospitaliza el 5%. Eso denota la gravedad de los casos. Al menos 10 veces menos. Se confirma con la mortalidad hospitalaria, utilizando la misma fuente: el 10%. En parte se debe a que se hospitalizan casos menos graves. Si se fuera tan estricto como hace 5 meses, quizá se ingresara solo al 2 o 3%. Lo mismo ocurre con la UCI, que cuando estaba a rebosar no se podía ingresar a todo el que pudiera beneficiarse, aun así el 7% acababan allí. Ahora solo el 0,3%, que sería aún menos con los criterios de entonces. En fin, la letalidad es del 0,4% 20 veces menos que en aquellos tiempos horribles.

Todo esto lo digo porque creo que son buenas noticias, no porque se comparen con las malas de entonces, sino porque las son en sí mismas. Estamos ante una enfermedad muy invasiva pero que en estos momentos está mostrando una cara menos virulenta, que es la suya, pero no la conocíamos. Las cifras, escandalosas en muchos casos, no son tan inquietantes si las miramos con una visión amplia. No se puede minimizar el daño de las muertes, el daño de los ingresos en UCI u otros dispositivos, las secuelas… Estamos bajo el dominio de un virus para el que no teníamos defensas.

Lo que quiero argumentar es que la penetración actual de la enfermedad, con casos menos graves, está dejando un rastro cada vez más grande de personas inmunes, no sabemos cuánto ni por cuanto tiempo. Personas inmunes que harán de barrera en la transmisión. Qué mejor que colocar en la mesa, en el teatro, en el cine, entre personas susceptibles, a aquéllos que ya hayan pasado la enfermedad. De esa forma se incrementa la distancia entre los vulnerables. Esto que se puede hacer de forma planificada, por ejemplo, al reunir amigos procurar que la mitad ya hayan pasado la enfermedad, ocurre de forma natural. Cada vez más a medida que más personas pasaron la infección. Por suerte, la mayoría, el 95%, leve. Es el prólogo de la inmunidad de grupo. 

No estoy proponiendo que se relajen los medios de protección. Debemos seguir vigilantes y prudentes cumpliendo con las normas que minimizan el riesgo de contagio. Solo quiero mostrar algo positivo en este mundo de malas noticias.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats