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Francisco García

Nadal y la vieja normalidad

Cuando al paso de unos años hagamos memoria de este 2020 nefasto, en que decenas de miles perdieron la vida, muchos lo perdieron todo y todos perdimos tanto, recordaremos que cuando más sufría este país los rigores de la pandemia, un español nos animó a perseverar en los valores del esfuerzo, el sacrificio, la disciplina y el trabajo. En la nueva normalidad, Rafa Nadal repitió lo que en su palmarés innumerable resulta normal: el título de Roland Garros, el número trece.

Rafa Nadal.

En Nadal, la suficiencia no es soberbia, ni altivez ni petulancia. El rey de la tierra es el monarca oficioso de España, el principal referente de un país ayuno de modelos a los que aferrarse cuando apenas queda un tronco al que asirse en medio de la galerna. Sus lágrimas de anteayer cuando sonaba en lo alto del podio el himno español son el reconocimiento de que cada revés lo empuñaba una nación entera. Nadie dude que cada vez que Nadal golpeaba esas bolas duras como piedras reunía en su portentoso brazo izquierdo la suma de la potencia de tantos compatriotas que se rebelan cada día contra la tiranía de una situación insostenible que busca perpetuarse. Gente que pelea a brazo partido con la adversidad, que salta a la pista sin miedo aun a sabiendas que al otro lado de la red afila los dientes un rival temible. Sanitarios, maestros, campesinos, fuerzas de seguridad, periodistas que no se rinden y que no se venden, también gente corriente que cumple cada día su cometido cueste lo que cueste.

Que el deportista incontestable alcance el escalón máximo del Olimpo de los tenistas en París y en la víspera de un 12 de octubre debería darnos la ocasión de reflexionar sobre el valor de las raíces, el orgullo de ser quienes somos, el ánimo incontestable y sin fisuras de compartir una bandera.

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