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Juan Carlos Laviana

Vivir polarizados

El frentismo deja al país en una situación de colapso y facilita el avance de la pandemia

Ayuso y Sánchez durante su encuentro en el mes de septiembre

Vivir polarizados es un sin vivir. La mera palabreja provoca un escalofrío polar que nos deja congelados. Entre las definiciones de polarizar en el diccionario, la que más se aproxima a la actual situación es la tercera: “Orientar en dos direcciones contrapuestas.” Sí, los españoles estamos partidos por la mitad, unos avanzan impelidos en una dirección y los otros son arrastrados en la opuesta. Esa tensión no augura nada bueno. Como en el tirasoga asturiano o el sokatira vasco, sólo caben dos posibilidades. Una, que se rompa la soga por la mitad y nos caigamos de culo, cada uno hacia su lado. Y dos, que los más brutos arrastren a los más débiles por el fango. El popular deporte de la cuerda, que llegó a ser olímpico en las primeras décadas del siglo XX, es uno de los juegos más ancestrales que se conservan. Por algo será.

La duda es si lo seguimos practicando por gusto o nos dejamos remolcar hacia el primitivismo por la conveniencia de nuestros gobernantes. Lo que durante las últimas semanas ocurre en Madrid, entre Ayuso y Sánchez, no es una disputa sobre la estrategia más conveniente para salvar más vidas durante esta pandemia. Ni siquiera es un desencuentro político con argumentos contrapuestos. Es la obstinación de un par de cabezones cerriles para arrastrar al fango al rival. La intención última es que los ciudadanos nos dejemos llevar y nos incorporemos al equipo de Ayuso o al de Sánchez para tirar de la cuerda en la dirección que ellos marcan. Y el resultado, la dichosa polarización. “Te llevo a los tribunales”; pues “te decreto el estado de alarma, “Esto me lo hace a mí”; claro, es que “la paciencia tiene un límite y no hay más ciego que el que no quiere ver”. “Esto es un 155 sanitario”; “no podíamos quedarnos de brazos cruzados”. Estamos ante un tira y afloja de expresiones más propias del sokatira que del debate político. Parecen arengas de los líderes de cada equipo para que los arrastradores se dejen el último aliento en el enfrentamiento.

Lo malo es que no sabemos si los ciudadanos somos los sufridos participantes en el juego o la propia cuerda a punto de romperse. Francisco de Goya no sólo lo representó en el tan recurrente “Duelo a garrotazos”. Llegó incluso a titular precisamente así uno de aguafuertes de sus “Desastres de la Guerra”: “Que se rompe la cuerda”. En él se puede ver a un religioso haciendo equilibrios sobre una soga deshilachada en muchos de sus puntos, mientras el pueblo sigue con la boca abierta sus malabares. Esas caras de asombro y temor de unos ciudadanos, que ven cómo el fornido clérigo está a punto de aplastarles, son las mismas que las de los ciudadanos de hoy, conscientes de que acabarán por ser ellos las víctimas del empeño de sus gobernantes por tensar la cuerda. Han pasado doscientos años y en España se sigue jugando a lo mismo. No sabemos si porque llevamos el cainismo en los genes o porque los spin doctors intentan llevarnos a la modernidad de lo que se ha dado en llamar la nueva era del enfrentamiento.

Así la ha bautizado el ensayista francés Christian Salmon en su último libro. Al menos, tenemos el consuelo de que la polarización ya es un fenómeno mundial, cuya mayor manifestación son los Estados Unidos de Trump. Sostiene Salmon que vivimos un tiempo de «choques incoherentes y espectaculares que polarizan y acrecientan la inestabilidad de los intercambios: insultos, pullas, fakes (falsedades), boaxes (fraudes)…». En eso se ha convertido la política. María Ramírez, en su impagable boletín sobre las elecciones americanas, recoge una cita de J. F. Kennedy, siendo aún estudiante, y que explica de forma sencilla el problema de fondo: “Si la democracia no puede producir líderes capaces, sus posibilidades de supervivencia son escasas”.

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