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Justo Gil Sanchez

Me atrevo a decir

Isabel Díaz Ayuso.

Que el lar en que vivimos es manifiestamente mejorable. Para este escribidor una cosa es convivir y otra coexistir. Aunque no lo parezca hay un trazo diferenciador. Que a la política hay que darle todo un giro de 180 grados y ahuyentarle, entre otros vicios, de la mezquindad y el fanatismo. Y ese giro no lo van a dar los propios actores concernidos sino la sociedad con su propia conciencia crítica, y através de la propia discusión social. Me atrevo a decir que los valores tienen que abrirse paso y hueco en la sociedad que nos ha tocado vivir. Nos toca a todos empujar al advenimiento de una sociedad política renacida. Que están muy bien las prédicas, pero ahí están las iniciativas legislativas populares en muy diversos ámbitos, que ahí están las interpelaciones en los ámbitos locales, ahí están los plurales instrumentos de participación. Dejarse oir, esa es la cuestión. No sólo hacer ruido.

Que la mentira en cualquier ángulo de la acción política no puede salir gratis, sin que haya algún tipo de coerción sancionatoria. Que la patraña es un desgarro en el corazón de las personas de bien que entienden la política como un incuestionado servicio público, sincero, a los demás. Que el no por el no, sin mayor argumento, es la negación de la inteligencia. No puede existir un ayusismo sin consecuencias políticas. En el lar político madrileño si podríamos decir aquello de “mejor callar que decir”, máxime cuando este último verbo va anudado a la melonada y a la inacción. Mejor una lectura sosegada de un libro de Delibes, Unamuno o Torrente Ballester que un discurso plúmbeo, frio y sin nervio o impostado.

No quiero que las instituciones sean reducto cerrado o que estén carentes del elemental principio de neutralidad. No quiero que la Justicia juegue a resolver la incapacidad política. No deseo que la política se convierta en remanso/ acopio de sandeces o de prebendas. O que los tránsfugas perviertan el sentido noble de la política, con aquiescencia de algunas formaciones, del signo que fuere. Que, en esto, la condición humana es falible.

De ahí que haya que acoger con alegría una sentencia del Tribunal Supremo (núm. 1401/2020, de 26 de octubre), sección cuarta de la Sala de lo Contencioso-Administrativo, en interés casacional, que fija como doctrina que el pase a la condición de concejal no adscrito, por razón de transfuguismo, “impide que se asuman cargos o que perciban retribuciones que antes no ejercía o percibía e impliquen mejoras personales, políticas o económicas”. No puede suponer un incremento o mejora del status. ¡Ay! ¡Señora concejala de Ciudadanos de Font de la Figuera! Doy una voltereta, me salgo de la disciplina partidaria, me convierto en “concejal no adscrito” y, apartir de ahí, recibo tropecientos cargos y prebendas. ¿Qué imagen cree que se ha podido dar? Nefasta. Y, además, ha contribuido a la desafección. Otra cosa será el acceso a las comisiones informativas ya que se trata de órganos no decisorios y se integran exclusivamente por miembros de la corporación.

¿Saben qué nos falta? Una buena escoba para barrer. Sin segundas. Ya no digo qué, agucen su imaginación. Pero después de todo lo dicho, hay aspectos que nos despiertan la esperanza. Los sabios, desde Cicerón hasta Gracián, sugerían que era muy lamentable, también, que el hombre no se percatara de las maravillas que le rodean. Y es verdad. En la adversidad hemos advertido la solidaridad, el darnos las manos para apartar el barro en la DANA septembrina, aclamado a nuestros sanitarios en un titánico esfuerzo de lucha contra pandemia que nos azota, y la disciplina inconmensurable de los niños. Creo en la bondad humana.   

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