Esto está empezando a parecerse a la angustia vital, pero lo dejaré en ansiedad, que la conozco más. Mi amigo, y ex compañero, Pedro Martínez decía, imagino que lo seguirá diciendo -larga vida y muchos chupitos de tequila/orujo, Pedro-: «si me tengo que morir me muero, pero no me acojones», porque -y esto lo añado yo- vivir acojonao no es vivir. El caso es que, por culpa del bicho, vivimos en un ay continuo, porque, pese a estar en una situación casi tutelada por la autoridad competente -sanitaria no militar, de momento- no terminamos de acostumbrarnos a vivir casi rayando lo prohibido y expuestos a que el virus nos lleve al lado oscuro. Por lo menos es lo que nos transmiten quienes dicen gobernarnos, aunque soy de los que piensa que -como decía Rousseau- «el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad quien lo corrompe». Esta es la teoría, porque en la práctica somos más tontos que Pichote, que «metió la pilila en un bote y dijo: mamá, mira, una angula».
Fijaos si somos inconscientes, que, sabiendo que estamos haciendo las cosas mal -aunque la mayoría cumple las directrices/normas- seguimos pasándonos por el arco de triunfo/forro lo que nos dicen para evitar contagios y tratar de frenar la escalada del virus. ¡Botellones, fiestas privadas, bodas, bautizos, comuniones…! Y lo hacemos casi compulsivamente, como si no hubiera un mañana, sin darnos cuenta de que, haciendo lo que hacemos -entre los que me incluyo- es posible que no tengamos mañana. Aún así, nos gusta jugar a una especie de ruleta rusa toreando al morlaco que esperamos a porta gayola, porque nos seduce la idea de esquivar al «ángel de la muerte» que nos espera a la vuelta de cualquier esquina.
El otro día, leyendo las normas de la Consejería de Sanidad que dirige Ana Barceló Chico -¡anda se apellida como se llama mi perro, Chico!- que vienen a limitar nuestra movilidad, me vino a la cabeza algo que me pasó en el I Homenaje de los Pueblos España a Miguel Hernández, que se celebró en Orihuela allá por mayo del 76. Estaba con unos amigos en la Glorieta Gabriel Miró, se nos acercó un guardia municipal -ahora son policías locales-, que era más corto que las mangas de un chaleco, y nos dijo que «nos disolviéramos en grupos de a uno» ¡Con dos cojones!. Nosotros -¡no era cuestión de montar un pollo!- nos disolvimos y punto pelota. Fuimos a la Plaza Nueva y seguimos a lo nuestro, repasar el programa de los actos organizados en honor del poeta. Recuerdo que, con muchos problemas y ante la impresionante vigilancia de guardias civiles y policías nacionales, llegamos a San Isidro a ver los murales, que, con los años, han pasado a ser un gran museo al aire libre.
Entonces era en «grupos de a uno», ahora es «en grupos de a seis», porque, en los bares, cafeterías, restaurantes, terrazas, etc…, el bicho te coge y te chupa/hiela la sangre, cual «hachazo invisible y homicida» del que hablaba Miguel Hernández, refiriéndose a la muerte de su amigo Ramón Sijé. Sin embargo, si hay 500 tíos en una playa o 20 pavos codo con codo en un autobús urbano no pasa nada; no hay contagio. ¿Y qué me decís de la reducción al 50% de puestos en los mercadillos, pero sin limitación del aforo de gente?. ¡Tampoco hay contagios!. ¡Qué listo es el bicho; sabe a quién cargarse, cuándo y dónde!. El caso es que, por ejemplo, mis amigos Pablo (Tranvía), Mei (Trocadero) y Víctor (Luna), están que trinan porque se le complica la cosa con el aforo, lo que conlleva menos ingresos y los mismos gastos (autónomos, alquileres, agua, luz, proveedores). Me cuentan que Trini (Casa Pepe) va a cerrar y no abrirá hasta que haga mejor tiempo. ¡Mogollón de negocios (La Estrella, por ejemplo) se irán a la mierda!. Estoy convencido de que muchos de los que cierren hoy no abrirán mañana. ¡Si me tengo que morir, me muero, pero no me acojones!