Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Fernando Ull

Javier Reverte, viajero sin retorno

Javier Reverte.

Cuando conocí en Villajoyosa a comienzos de este siglo al escritor y periodista Javier Reverte, fallecido hace unos días a la edad de 76 años, yo llevaba varios años (desde 1998) colaborando con el diario INFORMACIÓN como articulista. No con la periodicidad semanal actual pero sí de vez en cuando. Había leído en alguna parte que un motorista acudía todas las tardes al domicilio de Francisco Umbral para recoger el artículo que le publicaban al día siguiente en un periódico de tirada nacional, por lo que, producto de una de mis habituales ensoñaciones, solía imaginar que un día recibiría en mi casa un mensajero con un sobre enviado por el entonces director Francisco Esquivel o por Juan Ramón Gil (subdirector) con billete de avión para un país lejano e instrucciones sobre un encargo periodístico. Ya sé que la idea era tan absurda como irrealizable pero así estaba el tema. En mi descargo he de decir que vivía desde hace poco en un pueblo donde era observado con lupa, tenía un trabajo que no me gustaba, estaba rodeado de envidiosas y un horario laboral terrible. Afortunadamente mi sueldo me permitía comprarme todos los libros que quería y viajar una o dos veces al año a cualquier lugar del mundo sin mirar la cartera.

Un día me enteré que Javier Reverte venía al pueblo para entregar un premio de novela corta y dar un breve discurso. Supe en qué hotel se iba a alojar así que cuando pude, después del mediodía, me acerqué y dejé una nota en recepción para él. De ninguna manera esperaba una respuesta, por lo que me sorprendió, y mucho, que me llamara por teléfono y que me dijera que quería conocerme antes de acudir al auditorio donde se iba a celebrar el acto literario.

Por aquel entonces yo había leído casi todos sus libros incluido el entonces recién publicado Billete de ida (2000), una recopilación de reportajes de su época de periodista que me pareció brillante y en el que hizo - al menos así me lo parece a mí-un homenaje a esa clase de periodistas que se iban un mes a cubrir una guerra, atestiguar un cambio político en un país de larga dictadura o para dar a conocer la vida en un campo de refugiados. En el periodismo actual prima la noticia corta, lo inmediato y lo local o como mucho lo nacional. Creo, sin embargo, que el futuro del periodismo debe estar en el reportaje y en artículos extensos que aporten datos desconocidos por el lector sobre literatura, arte o viajes. No debe centrarse, como ocurre hoy en día, en dar vueltas y más vueltas a la declaración de algún dirigente político hasta la extenuación. La actualidad no siempre debe mandar.

Aunque en los últimos años de vida, Javier Reverte, trabajador incansable, publicó un buen número de libros de viajes, empezó a ser conocido por sus reportajes publicados en periódicos y revistas a mediados de los 70. Recuerdo sus crónicas de la guerra de Bosnia y sus intervenciones en programas especiales de televisión que más que una descripción de lo que ocurría en un conflicto eran reflexiones sobre la condición humana allá donde se encontrase.

Pero fue su brillante Corazón de Ulises (1999) el que me provocó, de manera definitiva, mi absoluta pasión por Grecia. Por su historia, su arte y su mitología. He estado dos veces en Grecia, la he recorrido en autobús, coche y autostop y la primera vez lo hice sin más guía que su libro griego en el bolsillo. Reverte supo desarrollar de manera magistral ese estilo suyo en el que mezclaba la historia y la literatura de un país, con los paisajes, la gastronomía y, sobre todo, las conversaciones con las personas que se encontraba. Y de esos diálogos sacaba Reverte clases de filosofía mundana que convertían cualquiera de sus libros en algo mucho mayor que una crónica de un viaje. En el programa Imprescindibles dedicado a Reverte que Televisión Española volvió a emitir el pasado domingo, aseguró que cuando leía a Homero tenía la sensación de estar hablando con un amigo. Esa misma sensación tenía yo cuando leía sus libros, la de que era una persona a la que conocía desde hace muchos años y con la que podía hablar de cualquier cosa. Y en cierta manera era cierto. Cuando me encontré con Javier Reverte por última vez hace un par de años en la Granja de San Idelfonso, hablamos como si no hubieran pasado casi 20 años desde la primera vez que lo hicimos aquella tarde de otoño en Villajoyosa.

Alguien me dijo, tiempo después, qué había escrito en aquella nota que dejé en la recepción del hotel donde se hospedaba para que quisiera conocerme. Tengo un vago recuerdo, pero creo que decía algo así: “Estimado sr. Reverte. He crecido leyendo sus crónicas de viajes y sus libros. Usted viaja para huir de la muerte. Yo, sin embargo, lo hago para huir de la soledad y para que el tiempo deje de deshacerse a mi alrededor. El año pasado estuve en Ítaca donde conocí a Dimitris. Estuvimos hablando de su estancia en Ítaca y de su libro Corazón de Ulises. Me encantaría hablar con usted. Le dejo mi tarjeta”.

Un par de horas después recibí una llamada en mi trabajo. Javier Reverte quería conocerme.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats