Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Joaquín Rábago

Trump, genio y figura

Donald Trump.

El presidente republicano Richard Nixon, que pasó a la historia tanto por su política de apertura a la China de Mao como por el escándalo del Watergate – espionaje ilegal al Partido Demócrata- era conocido popularmente por el mote de “tricky Dick” (Ricardito, el tramposo).

Pero sus trapacerías, que provocaron su caída, eran un juego de niños comparadas con las del actual ocupante de la Casa Blanca, residencia que ése se resiste a abandonar aunque los resultados de las elecciones presidenciales del pasado martes den finalmente como ganador a su oponente demócrata, Joe Biden.

Imagínese el lector que el entrenador de un equipo de fútbol que va prácticamente empatado con su rival ve que éste se ha crecido de pronto y puede marcarle al equipo contrario más de un gol y, ante una previsible derrota, exige unilateralmente dar por terminado el partido.

¿Sería algo así admisible? Pues eso es lo que pretende Donald Trump al poner en tela de juicio el propio sistema electoral del país, acusar caprichosamente de fraude al partido rival y reclamar que se suspenda el recuento en aquellos Estados en los que, gracias al voto adelantado o por correo, los demócratas estaban a punto de arrebatarle la presidencia.

Incapaz de entender las reglas de la democracia, basada en la alternancia en el poder y en la aceptación por el perdedor del triunfo de su adversario, Trump pretende, en su soberbia y desmesura, que lo que es aplicable a los demás mortales no vale para él.

Es difícil saber si su negativa a aceptar la derrota se debe a que él ha dividido siempre a la gente en ganadores y perdedores y se ha sentido siempre entre los primeros, o al hecho de que, una vez perdida la inmunidad como presidente, le esperan todo tipo de juicios en los tribunales de Nueva York. Seguramente influyen ambos factores.

Dicen sus enfervorizados partidarios que Trump es el único que promete siempre lo que cumple, y hay que decir que al menos en este caso tienen razón: el Donald no ha engañado a nadie. Ya dijo que recurriría a los tribunales para impedir una, según él, fraudulenta victoria demócrata.

“Las elecciones deberían terminar el 3 de noviembre, no semanas más tarde”, tuiteó Trump hace unos días en previsión de lo que pudiera pasar. Y, algo más tarde, en declaraciones a la prensa: “Vamos a ir la misma noche, en cuanto acaben las elecciones, vamos a ir con nuestros abogados”. Y éstos por cierto no le faltan.

Lo más inquietante, en cualquier caso, del ajustado resultado electoral es que, tras casi cuatro años de continuos insultos y mentiras, de abusos y violaciones de la separación de poderes, de declaraciones racistas y misóginas salidas de la boca de un presidente indigno, millones de norteamericanos no hayan dudado en dar su voto a un partido que sigue llamándose republicano pero que ha vendido su alma a Trump.

Y que lo hayan hecho hasta el punto de que, si no retiene la Casa Blanca, ese partido pueda mantener su mayoría en el Senado, lo que, sumada a esa otra mayoría conservadora en el Tribunal Supremo, impedirá a un futuro presidente Biden llevar a la práctica, aunque quisiera, una agenda mínimamente reformista porque se topará continuamente con el veto de esa cámara.

Lo ocurrido en Estados Unidos es una demostración del masivo lavado de cerebro al que, desde las distintas instituciones y los principales medios de comunicación, están sometidos a los ciudadanos, a quienes una palabra como “socialismo”, aunque se trate de un socialismo “light” de tipo escandinavo como el que propugna el demócrata Bernie Sanders, les hace oler a azufre.

Es sabida la suerte que corrió Sanders en sus intentos de lograr la nominación demócrata para la Casa Blanca: la dirección del partido no dejó de ponerle zancadillas, primero frente a Hillary Clinton y en esta ocasión, frente a Biden. Todo ello supuestamente para no asustar con su izquierdismo al electorado de “centro”.

La necesaria renovación del Partido Demócrata, imposible con Hillary Clinton y seguramente ahora también con Biden, no puede esperar. No basta con seguir culpando sólo a los rusos de lo que es fruto de sus propias deficiencias.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats