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Carlos Gómez Gil

Palabras gruesas

Carlos Gómez Gil

No nos dejan recordar a nuestros perros

Mi perro y sus dentolas

Tantas veces veía en el brillo de sus ojos esa energía arrebatadora que desprendía su cariño, que me preguntaba con frecuencia si yo estaría a la altura de toda esa entrega que me demostró. Y así fue, desde que entró en mi vida hasta que se fue.

Cuando un perro entra en la vida de cualquier persona se abre paso, poco a poco, en su vida y en su corazón, de puntillas, con esa manera tan particular que tienen de estar siempre a nuestro lado, de comprendernos sin hablar, interpretando nuestras miradas y gestos, sabiendo hasta lo que sentimos. No hay ningún otro animal que sea capaz de mostrar sentimientos tan emocionales, de alcanzar tal grado de comunicación y empatía con nosotros, desplegando valores como la lealtad, la entrega y la nobleza. Además, los perros hacen del juego una manera de acercarse a nosotros para demostrarnos lo mucho que nos quieren.

Es verdad que los humanos hemos hecho de los perros animales tan dependientes de nosotros que son extremadamente vulnerables. Su vida, su bienestar y su felicidad dependen de que las personas que aparezcan a su lado deseen quererles y cuidarles. Pero con muy poco que reciban, los perros son capaces de acompañar de por vida a quien haya decidido estar con ellos y atenderles. Y lo hacen con una entrega tan absoluta, tan emocional, que una vez que entran en nuestra vida se quedan para siempre. Porque no hay ningún otro ser vivo que dedique toda su vida a estar cerca de nosotros, a darnos cariño y demostrarnos su lealtad. Hasta el punto que, con frecuencia, miraba a mi perro y me preguntaba si estaría a la altura de la persona que creía que yo era.

Afortunadamente, en los últimos años, hemos avanzado en considerar a los animales como sujetos de derechos y de respeto a los que, como personas evolucionadas, tenemos la obligación de cuidar y proteger. Con mayor motivo en el caso de nuestros animales de compañía, como sucede con los perros. Cualquiera que haya convivido con uno de ellos durante años sabe que ocupan un lugar en nuestras vidas por mérito propio, como sucede con las personas. Porque es tanto lo que nos dan que difícilmente desaparecen de nuestro recuerdo y de nuestros sentimientos cuando mueren, hasta el punto que, como sucede con las personas, es cuando desaparecen cuando nos damos cuenta del inmenso agujero que dejan en nuestras vidas.

Confieso, sin ningún reparo, que todavía me emociona recordar a mi perro Argos, fallecido de mayor hace algunos años, quien nos regaló tanta felicidad. Por ello, cuando tuve conocimiento de que en Alicante, con el valor añadido que tienen las cosas que salen del corazón y se hacen con espontaneidad, las personas que habían perdido a sus perros habían comenzado a poner cintas de colores en un árbol en señal de recuerdo y cariño hacia sus compañeros de cuatro patas, me entusiasmó la idea. Alicante nos da demasiados disgustos y con frecuencia nos preguntamos cómo puede ser que tanta buena gente como tiene no se haya traducido en una mejor ciudad y unos mejores equipos de gobierno al frente del Ayuntamiento.

La primera vez que vi este árbol del recuerdo me sobrecogió porque contenía una cantidad inmensa de cariño y amor de las personas que habían perdido sus perros hacia sus animales de compañía, en forma de cintas de colores que colgaban de las ramas, anudadas con la emoción de la ausencia. Saber que cada cinta, cada color, representaba una vida de felicidad compartida con un perro durante años, me emocionaba profundamente porque sabía que era una manera de caminar hacia el duelo desde la gratitud a lo que tantos perros habían entregado durante su vida a las personas que los acogieron. Además, cada cinta colorida tenía escrito un mensaje distinto con el nombre del perro y unas palabras que coincidían, hablando de recuerdo, de gratitud, de seguir queriéndolos, de no olvidarlos nunca, además de mencionar el cariño, la lealtad y el amor que siempre habían demostrado.

Nosotros también acudimos a colocar la cinta en homenaje a nuestro perro cuando falleció, con esas palabras escritas que salen del corazón. Satisfechos, reconfortados de saber que el recuerdo hacia nuestro perro estaba arropado por el reconocimiento hacia otros cientos de perros en forma de cinta, colgando de un árbol como se deslizan las lágrimas cuando caen. La fama alcanzada por este árbol del recuerdo llegó a incluirse en blogs y revistas de viajes por su emocionante singularidad, recomendando visitarlo cuando se viniera a la ciudad, junto a la playa de San Juan.

Pero a este equipo de gobierno municipal del PP y Ciudadanos debía de molestarles tanto amor que decidió, hace ya meses, quitar las cintas de recuerdo y cortar las ramas del árbol donde colgaban, sin avisos previos, sin trasladar siquiera a otro lugar cercano tantas muestras de cariño como las personas fuimos depositando allí durante años hacia nuestros perros. ¿Cómo se puede demostrar tanta insensibilidad? ¿Cómo puede actuar este Ayuntamiento de manera tan irrespetuosa hacia el recuerdo de tantas personas con nuestros perros?

Lo cierto es que, en ocasiones, los sentimientos de muchos animales son mejores que los de algunas personas.

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