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Como moscas dentro de la botella: la educación sin filosofía

La filosofía no es importante. No es cierto que sea la disciplina que nos enseña a pensar. El ser humano desarrolla su capacidad de pensar, de elaborar discursos internos basados en creencias, tanto si sabe quién fue Platón y por qué situó el Bien como horizonte que debe guiar el conocimiento y la acción, como si no lo sabe. No es cierto que conocer el intelectualismo moral socrático nos haga mejores personas, o que conocer el análisis de Hanna Arendt sobre la banalidad del mal nos evite caer en la tentación de una vida superficial en la que la obediencia ciega al poder sea la que nos guíe, incluso si estamos dañando seriamente a otros. No es necesario saber filosofía para seguir viviendo, para ser buena gente, para ser un ciudadano ejemplar, ni siquiera para ser un demócrata convencido. Supongo que por eso la nueva ley de educación no hace hueco de nuevo a la ética como materia obligatoria para el alumnado de la ESO (a pesar de haberse comprometido a ello en 2018 cuando se planteaban los pasos a dar tras la derogación de la LOMCE que se encargó de eliminarla del panorama educativo). Supongo que por eso tampoco se considera necesaria la materia de Historia de la Filosofía como obligatoria para el alumnado de 2º de bachillerato. Si no hay correspondencia entre estudiar Ética y ser mejores, entonces ¿para qué estudiarla? Si vamos a seguir pensando aunque nunca nos hablen de Aristóteles, de Ortega y Gasset, de María Zambrano o Michel Foucault, ¿para qué estudiar sus teorías? ¿Por qué debería ser contenido obligatorio para los futuros médicos, ingenieros, arquitectos, enfermeros, matemáticos? ¿Por qué deberían estudiarlo quienes van a incorporarse al mercado laboral o a centrarse en itinerarios profesionales al cumplir los 16 años? Esto deben haber pensado los promotores de la LOMLOE

Sin embargo, aunque no nos va la vida en ello, aunque seamos capaces de pensar y actuar correctamente sin haber estudiado nunca filosofía, hay algo que esta disciplina hace y que la diferencia de las demás: nos ofrece la posibilidad de distanciarnos de nosotros mismos, de nuestros propios pensamientos, de las creencias que vamos adquiriendo a lo largo de nuestra vida, de las que nos transmite nuestro entorno y que vamos absorbiendo con facilidad . Estudiar las teorías de los diferentes filósofos y filósofas no es llenar la cabeza de contenidos absurdos, de teorías muchas veces contradictorias que vomitar en el examen para ser evaluado positivamente. Si fuese así, la filosofía no tendría otro valor que el de cualquier otra manifestación cultural (aunque esto ya sería bastante, dirán algunos). Pero estudiar filosofía es hacer filosofía (Ya lo dijo Kant al afirmar que no se aprende filosofía sino a filosofar). Estudiar filosofía es poner distancia entre yo y yo, entre mi ser y mis creencias, es dar permiso para que se abra un espacio de lucidez en mi interior, para dejar de estar pegado a lo que creo y replantearlo todo si fuese necesario. Por eso después de conocer a Nietzsche inevitablemente nos plantearemos cómo queremos vivir la vida si ésta se repitiera una y otra vez. O tras estudiar a Simone de Beauvoir nos preguntaremos cuáles son las condiciones sociales y políticas que hacen posible que un ser humano sea un sujeto, capaz de trascenderse sin quedar reducido a objeto en la inmanencia. Las teorías filosóficas pueden transformarnos si nos dejamos atravesar por ellas.

Poner distancia entre yo y mis creencias significa cuestionar lo dado, ensanchar mis propios límites, convertirme en un ser autónomo, ser capaz de cuestionar cualquier planteamiento y hacerlo desde la racionalidad. Ser la mosca que consigue salir de la botella, según la expresión de Wittgenstein. Es pensar tal y como lo concebía Hanna Arendt, como esa capacidad de establecer un diálogo con uno mismo para dejar que entre el viento del pensamiento y se lleve las ideologías.

Este distanciamiento, este cielo abierto, puede ser considerado peligroso, porque en ese momento de cuestionamiento, de dejar que el contenido de la creencia ya no tenga toda la presencia y sea el acto mismo de pensar el que se sitúe en el centro, ya nada puede ser controlado, condicionado, dirigido. No hay agente externo que marque qué es lo correcto y qué no lo es. No hay autoridad posible más que la propia autoridad interior de la razón.

Por todo ello sería conveniente preguntarnos: ¿es esto lo que quieren las autoridades para sus ciudadanos? ¿cuáles son las competencias que realmente quieren que desarrollen los individuos que serán futuros votantes? ¿Es esto lo que debe ofrecer la educación obligatoria?

Porque cabe la posibilidad de que no lo sea.

Esa transformación que la filosofía es capaz de operar en nosotros se produce despacito, silenciosamente, suavemente. Hace falta tiempo y un cierto recorrido. Hace falta algo de esfuerzo y de pasión por querer saber más, aspectos que la nueva ley de educación no plantea como necesarios. Reducir la presencia de la filosofía exclusivamente a un curso en bachillerato es no permitir que ésta haga su trabajo y pueda dar sus frutos. Y sobre todo, es privar a quienes no realicen estudios bachillerato de acceder a este tipo de herramientas, a lo que posibilita este tipo de experiencias humanas. Por eso tal vez, y solo tal vez, puede ser que toda esa libertad interior que puede traer como consecuencia actos igualmente libres no sea lo que se quiere ofrecer a los jóvenes de este país.

Tal vez es que lo prioritario ahora es conseguir que la botella sea cómoda, fácil, asequible, que parezca que no se puede estar mejor en ningún otro lugar que dentro de esa botella, que todos tenemos derecho -incluso- a vivir dentro de esa botella, que no se puede ser mejor que si se tienen esas creencias, esas actitudes, esos discursos de la etiqueta de la botella. E incluso que se quiera transmitir que no hay nada más allá de la botella. No vaya a ser que alguna mosca sucumba a la tentación de querer salir de ella y explorar la libertad.

19 de noviembre de 2020: día mundial de la filosofía

Por una educación con filosofía.

(*) Elena Martínez Navarro es Profesora de filosofía del IES Fco. Figueras Pacheco.  

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