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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

La malquerida

Como cualquier sabueso que se precie tocó todos los palos del oficio y, al igual que quienes lo rodeaban, si había modo de sacarse un extra con trabajitos enviados a la agencia estatal bien que se los pulía. Para eso el Bilbao de los sesenta era una capital que, en medio de la oscuridad asentada en la piel de toro, daba bastante de sí y disponía de un cierto glamour.

  A unos cuantos jóvenes de culo inquieto que lo mismo te enhebraban la crónica del pleno municipal que el estreno de una exposición o la cita ceremoniosa en San Mamés les cambió el paso el asesinato del temido mandamás de la brigada político-social guipuzcoana. A partir de entonces la crítica cinematográfica se vio envuelta por una espesa bruma y a los colegas de vocación y farra se les bifurcó la visión de la película. Mientras más de uno adujo que «algo había que hacer», él sostuvo que no se engañaran con que el camino emprendido concluiría en cuanto un nuevo amanecer iluminara el día. Y lo clavó.

  La repercusión del libro escrito sobre esa pesadilla saca a la luz la radiografía de una sociedad enferma. Una sintomatología que dentro de los límites de aquellos cuatro ríos de sangre tardará generaciones en sanar. Todo el daño suministrado sigue, pues, a flor de piel. Y coindiciendo con la emisión de los capítulos extraídos de la narración de marras, una de las criaturas del panorama patrio más dada a las series no ha tenido mejor ocurrencia que ensalzar la altura de miras de quienes no han mostrado todavía interés alguno en desprenderse del envoltorio que mantiene vivo el espectro de la serpiente. Pese a desplegar las más altas responsabilidades entre cuyos deberes se incluye el de no azuzar la desazón de los congéneres, lo malo es que el elogio es producto del tacticismo infame con el que quienes ahora lo critican se han empleado por décadas.

  Señalar que alguno de los que dijeron que algo había que hacer anda hoy en brazos de la ultraderecha. El caso es hacer saltar de un modo u otro el tablero que, aún arrastrando ese dolor, nos hemos dado.

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