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Rafael Simón Gil

Es culpable porque tiene cara de malo

Donald Trump.

Cesare Lombroso fue un criminólogo italiano del siglo XIX, autor del “Tratado antropológico experimental del hombre delincuente” publicado en 1876, fecha del nacimiento de la Criminología moderna. Al margen de mejores méritos de Lombroso, que los tuvo, su teoría delincuencial -que trae en parte causa de la frenología de J. Gall y G. Combe- quedó superada con el transcurso de los años al punto de que hoy el término lombrosiano tiene un marcado carácter peyorativo al identificar a los delincuentes por su cara, por su aspecto físico. “Tenía la innoble cara del ladrón”, aseveraba Lombroso.

Pero dejando a un lado caras de delincuentes, ha cobrado fortuna en nuestro tiempo una nueva frenología lombrosiana auspiciada por medios de comunicación, corrientes de opinión y controladores de redes sociales, que clasifica a las personas -sobre todo políticos, intelectuales, artistas- por lo que previamente se dice de ellos que son, por lo que aparentan, no por sus obras o sus actos. Esa antropología sociopolítica del malo y el bueno, per se, porque así se ha preestablecido, bien engrasada por una ideología global que nos está imponiendo la otrora conocida gauche divine, ha creado unos estereotipos que acaban por convertirse en el canon de la verdad. Hagas lo que hagas no puedes escapar de ellos. La innoble cara del ladrón. Lombroso fracasó con su teoría delincuencial -mucho más lo hizo la frenología-, y hoy, seriamente, nadie puede ser condenado por su innoble cara de ladrón. ¿No? Para estos nuevos discípulos de que les hablo la respuesta es sí: se puede y se debe condenar basándose en el estereotipo, el prejuicio, el mundo dual (buenos/malos), el discurso de la verdad universal, de las memorias históricas excluyentes.

Un malo de libro por su físico, sus expresiones groseras, su rudeza, su altanería o sus modales, es Donald Trump. Y un bueno de libro por su estética y su aspecto conciliador es Biden; o mejor aún, el anterior inquilino de la Casa Blanca, Obama. Con las elecciones celebradas en USA los prototipos lombrosianos que han informado la campaña fueron mutando de la frenología individual a la antropología delincuencial de partido; es decir: demócratas buenos, republícanos malos. Per se. Todo lo que huele a Trump, y por ende al partido republicano, es malo per se. Y todo lo que representa Biden y el partido demócrata, por el contrario, es bueno per se. Y aunque Lombroso fracasó, sus discípulos de hoy llegan más lejos que el maestro a base de blanquear teorías erráticas, injustas, preconcebidas y falsas. Fue el demócrata Harry S. Truman el que ordenó lanzar contra la población civil japonesa las dos únicas bombas atómicas que se han utilizado. Fue el demócrata J.F. Kennedy, adorable, adorado y mujeriego -hijo de un padre filonazi relacionado con el contrabando de alcohol durante la Ley Seca- quien llegó a la Casa Blanca con la inestimable ayuda de la mafia de Chicago (Sam Giancana), e involucró gravemente a su país en la Guerra de Vietnam pasando de 1.000 solados a más de 16.000. Fue también Kennedy quien ordenó la invasión cubana de Bahía Cochinos obsesionado, como estaba, con matar a Fidel Castro.

Fue con el demócrata Lyndon B. Johnson cuando EEUU tuvo en Vietnam más de 500.000 soldados. Fue el demócrata Bill Clinton, de rostro cuasi angelical, quien ordenó la primera construcción del Muro de México en 1994. Antes, mientras fue gobernador de Arkansas, rechazó indultar a cinco condenados a muerte. Lo recogía Antonio Caño en El País (luego fue director) el 8 de mayo de 1992: “Clinton rechaza el perdón para un condenado a muerte en Arkansas”. El bueno de Clinton, antípoda de las innobles caras del ladrón lombrosiano, terminó enseñando clases de francés avanzado a su alumna Mónica Lewinsky, y fue acusado por la fiscalía de 11 graves delitos. Su mujer, Hillary, perdonó esas minucias heteropatriarcales, al igual que el feminismo de salón, solo pendiente de la violencia machista de los lombrosianos con cara de malos. Para terminar con el retrato de buenos y malos, el premio Nobel de la Paz, Barak Obama -defensor de los más vulnerables, apuesto, amante de la paz- deportó durante sus ocho años de mandato a tres millones de indocumentados, el presidente que más personas ha expulsado en la historia de su país. De ahí que algunos líderes latinos le llamaran “Deporter in Chief”. Y el New York Times dijo de Obama que llevaba en guerra más tiempo que Bush o que cualquier otro presidente estadounidense. El Congreso USA nunca autorizó las campañas militares de Obama ni emitió una sola declaración de guerra.

Para que vean hasta donde llega el dominio, el poder, la figuración, los arquetipos y el postlombrosianismo global de quienes nos controlan, vigilan y dirigen bajo pretexto de salvaguardar nuestros derechos, la democracia, les contaré que la OMS está presidida por el bueno de Tedros Adhanom, un etíope que fue varias veces ministro de su país en un gobierno acusado de graves violaciones de los derechos humanos. Adhanom fue un destacado líder del movimiento marxista Tigray. Pues bien, resulta que el actual primer ministro de Etiopía, el bueno de Abiy Ahmed, también recibió el Nobel de la Paz (como Obama) en 2019 por el acuerdo que puso fin al conflicto con Eritrea. Hoy, el bueno de Ahmed ha declarado la guerra en Etiopía amenazando con extenderse a Eritrea. ¿Saben contra quién combate?, contra el Tigray del que fuera líder el bueno de Tedros Adhanom, ahora acusado por su enemigo de facilitar armas al Tigray. Un bueno preside la OMS y otro bueno es Nobel de la Paz. ¿Cómo lo ven? La pandemia dando la vuelta al mundo, el mundo dando vueltas y Lombroso resucitado. Si les sirve de consuelo piensen en lo que decía el padre de Kennedy, aquel mujeriego filonazi: “No importa lo que eres, sino lo que la gente cree que eres”. Cara de innoble ladrón. ¿Tienen un espejo a mano? A más ver. 

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