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Juan Carlos Padilla Estrada

Vacunas: Lucha contra la enfermedad… y la estupidez

Vacuna contra el coronavirus

1955: Un lote defectuoso de la vacuna contra la poliomielitis del laboratorio Cutter and Wyeth produjo once muertes y parálisis en algunos niños.

Aquello sirvió para intensificar los controles sanitarios sobre las vacunas pero unos padres afectados fundaron la Asociación de Padres de Niños Dañados por las Vacunas. Y lo que surgió como un grupo organizado para lograr una compensación gubernamental de los daños en los niños se convirtió en un colectivo contrario a las vacunas.

1974: Kulenkampff, Schwartzmann y Wilson publican “Complicaciones neurológicas por la inoculación de Tos Ferina”. El estudio asegura que la vacuna DTP había originado daños cerebrales en 36 niños, con convulsiones, espasmos, vómitos o inconsciencia tras su inoculación.

El estudio, se vio después, era incierto, pero originó una especie de bola de nieve entre el público predispuesto. Además. La asociación de padres dañados por las vacunas aprovechó para incorporar esos casos a sus demandas.

La campaña anti DPT tuvo éxito y en 1977 la vacunación en Inglaterra había caído a la mitad. Tal descenso en la vacunación desató un brote de poliomielitis y murieron algunos niños por las complicaciones y otros tuvieron daños neurológicos graves. Y ese brote originó después un nuevo incremento en las vacunaciones.

1998: se propaga un nuevo bulo: Un médico inglés llamado Andrew Wakefield publicó en The Lancet un estudio en el que se afirmaba que los niños vacunados con la Triple Vírica (Vacuna contra sarampión, rubeola y parotiditis) desarrollaban autismo, precisamente una enfermedad neurológica poco conocida y compleja. Esta vez el daño es ingente, porque abarca a muchísimos padres desconcertados ante una enfermedad de difícil caracterización y muchos puntos oscuros. Internet expandió las noticias entre padres y entusiastas de los males de las vacunas. Pero poco tiempo después se desveló que aquel estudio era fraudulento: British Medical Journal y otras revistas médicas destaparon numerosas irregularidades.

Wakefield había manipulado los datos de tal forma que incluía en el estudio a niños que calificaba como “sanos” cuando en realidad el mismo establecía que ya habían mostrado síntomas anteriormente, y en el caso de la ventana entre la administración de la vacuna y la aparición de las primeras evidencias.

Pero como la realidad no es argumento que convenza según a quien, mucha gente siguió creyendo en las teorías del tal Wakefield y se produjeron entre algunas familias escenas tan aberrantes como las “fiestas del contagio”.

Esta aberración consiste en reuniones infantiles con el objetivo de transmitirse el sarampión, por ejemplo, y quedar inmunizados tras padecerlo. La propia revista The Lancet acabó por revocar el estudio en su conjunto en 2004 y a Wakefield el Consejo General de Medicina del Reino Unido le retiró la licencia médica.

2011: los editores del British Medical Journal denuncian a Wakefield por fraude elaborado. Se descubrió que Wakefield tenía trato con una serie de firmas de abogados para un litigio millonario contra los laboratorios que fabricaban la vacuna. De nuevo el resultado fue similar al de 1974: aparecieron nuevos brotes y con ellos graves riesgos para la salud de todos los niños.

Actualidad: Aun sabiendo que las vacunas han salvado millones de vidas a lo largo de la Historia, que son uno de los tres pilares sobre los que se erige la vida y la salud del hombre contemporáneo, que solo con ellas se ha conseguido erradicar una enfermedad de la faz de la Tierra (la Viruela) ─aunque estábamos a punto de eliminar también la polio y el sarampión─, y que es bien sabido que es necesario una intensa campaña de vacunación para inmunizar a la mayor parte de la población ─especialmente aplicable a una enfermedad nueva como la del covid 19─ aun hay personas que siguen negándose a recibir ellos y sus hijos la vacunación necesaria para alejar del ser humano estas ancestrales amenazas. Eso sí, luego saldrán en manifestaciones exigiendo que les dejen trabajar, que se levanten las medidas restrictivas de confinamiento y, por más que algunos intentemos disuadirles de lo contrario, seguirán creyendo que la Tierra tiene un final abrupto en la Antártida.

Y sé de lo que hablo, porque me lo ha dicho un conocido mío, furibundo antivacunas, al que se lo comentaron el otro día Elvis Presley y Walt Disney, mientras se tomaban una horchata en Guardamar.

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