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José María Asencio

Vicente Gimeno. Maestro y amigo

Vicente Gimeno Sendra

Se nos ha ido a todos un gran jurista y una gran persona, una persona buena. Y a mí, mi Maestro, al que tanto debo y amigo del alma. Y lo digo con orgullo en estos tiempos en los que la palabra “maestro” está devaluada. Lo fue y lo será y espero haber transmitido a quienes conmigo han hecho el camino universitario ese respeto mezclado con afecto y reconocimiento. La orfandad tiene muchas caras y cuando el magisterio se imparte desde la libertad, se hace más profunda.

Fue Vicente, desde que llegó a nuestra Universidad allá por el año ochenta del siglo pasado una esperanza de cambio, un luchador por las libertades y los derechos fundamentales y lo transmitió a quienes formamos su escuela. El proceso penal, siempre sensible a todas las formas inquisitivas, era para él un termómetro, como sostenía GOLDSHCMIDT, de democracia real, no formal. Fácil resulta ahora hablar de cosas que promovió en aquellos años: la prisión provisional como último recurso, la presunción de inocencia, el carácter excepcional de la Audiencia Nacional, la prueba prohibida, el derecho de defensa de los detenidos. En una palabra. La dignidad humana como elemento central del trato a los sujetos a proceso penal.

Estas aspiraciones eran entonces solo un objetivo; hoy son realidad, aunque bajo el riesgo de verse de nuevo comprometidas ante el empuje inquisitivo inevitable de los nuevos tiempos. Y ya no estará para poner freno a lo que tanto costó conseguir.

Tiene la sociedad una deuda pendiente con él y la Justicia un depósito inagotable de libros y artículos. Todo lo ha dejado escrito, aunque su mejor magisterio fue el cercano, el humano, la conversación íntima. Era como un abrazo estar a su lado.

Creó, junto a Manolo Caballero y los desaparecidos Román Pina y José Luis Iglesias, la Escuela de Práctica Jurídica, de la que fue primer director. Luchó por que los alumnos tuvieran una representación del veintiséis por ciento en los órganos de gobierno de la Universidad. Lo consiguió a pesar de los obstáculos, muchos, que hubo de enfrentar. Desde el Tribunal Constitucional, del que ha sido el único procesalista magistrado, elaboró magníficas sentencias, siendo destacable la que impuso el derecho de defensa en el procedimiento abreviado, la necesidad de información de la imputación como condición para abrir el juicio oral.

Hoy, como digo, cuando todo lo que propuso es realidad, nos parece tarea fácil, tanto que estamos dispuestos a revocar los avances en la protección de los derechos humanos bajo excusas que a lo largo de la historia han utilizado todos los que han sentido escaso apego a las libertades.

La sociedad tiene una deuda pendiente con los que, como Vicente, lucharon de verdad, no con discursos vacuos, por la libertad y el reconocimiento de la dignidad humana. Y el mejor tributo es volver a leer sus obras, asumirlas y entenderlas, ver en ellas el convencimiento más profundo de un hombre sincero que, por tal, era creíble.

Deja en quienes le conocimos una huella imborrable. Y en mí, una herida profunda. Confió cuando yo era un chaval de veinte años y me eligió para ser su primer discípulo. El primero de una gran lista de personas que entonces no intuía poder conformar. Nos quedamos sin haber podido hacerle el homenaje debido. El libro, en el que han participado cientos de juristas nacionales e internacionales se concluyó, pero el maldito COVID frustró su presentación que iba a ser aquí, en Alicante, que siempre consideró su casa y Universidad. Lo haremos, sin duda alguna, aunque no esté presente. Estarán sus hijos y Cristina, con quien ha compartido la vida entera, su compañera inseparable.

Qué difícil es escribir sobre una persona querida y hacer elogio de sus méritos profesionales cuando lo que quieres es ensalzar los humanos. Él siempre tuvo claro, en su sencillez y humildad, que el valor de la bondad, de la amistad, del abrazo, era más importante que el éxito. Creía y yo lo creo, que son inseparables. No puede haber grandeza en la soberbia y el engolamiento. No puede haber sabiduría en el desprecio a quien opina distinto.

No quiero ceder a la pena mi deber de elogiar su figura, sobre todo para quienes, ajenos al mundo del derecho, no le conocían. Pero, el mundo es hoy un poco peor, más feo, más triste, menos empeñado en conseguir la belleza de lo trascendente mezclado, a la vez, con el valor esencial de lo cotidiano, de lo común, de lo sencillo. Vicente era así, capaz de vivir en un solo gesto esa mezcla de lo esencial, sin grandes proclamas y el abrazo a la vida cada minuto, a lo más simple. De ahí su grandeza.

Un golpe duro. Rápido y certero. Si ha ido con prisa, sin molestar. Pude darle un último abrazo, nos dijimos cosas hermosas, le llevé de la mano y él se dejó acariciar por los recuerdos. Esos que seguirán siempre a la espera de vernos en otro lugar algún día. Seguro que así será querido Maestro. Que Dios te tenga en su gloria. Te lo has merecido.

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