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Toni Cabot

Maradona: Un genio entre tinieblas

Nadie como Guillermo Coppola para describir en quince segundos la tendencia destructiva de Maradona, tantos años jugando en el borde, tanto tiempo driblando a la muerte. El inseparable agente del astro, algo así como su hermano mayor, juntaba las yemas de las manos mientras deslizaba con su hablar pausado las claves de una vida alterada por la droga.

En aquella animada charla de sobremesa de hace más de diez años en el alicantino restaurante El Bocaíto, Coppola me lo dejó claro: «¡Qué querés! A Diego le metieron una patada en el culo y lo enviaron en un minuto de Villa Fiorito a la cima del mundo. De una villa miseria a tener que charlar hoy con el Papa, mañana con el presidente de Argentina y al otro con el Rey de España. No se preparó para tanto vuelo y se perdió entre tinieblas». 

Por esa oscuridad también transitó en Alicante unos años antes, durante una corta estancia para visitar a un médico argentino radicado en la ciudad. Se hospedó en el Meliá, cenó en el Delfín («qué es eso de lubina, a mí dame carne»), disfrutó de un momento de soledad pasada la media noche, sereno, en un banco de la Explanada, donde dijo experimentar una paz que no recordaba. Pero, segundos después, se despertaron todos sus demonios («Coppolita, yo hoy no duermo solo») y el siguiente recuerdo describe su entrada a voz en grito en un conocido prostíbulo de Vistahermosa: «Antes que nada quiero vitamina». Enfurecido al no obtener cocaína, regresó al hotel Meliá, con la mala fortuna de quedar aprisionado en el ascensor. La emprendió a patadas con la puerta hasta que se abrió minutos después. Y, maldiciendo, se perdió entre tinieblas. 

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