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Carmen Carretón

La ficción como herramienta de confusión electoral

Una mujer vota en una imagen de archivo

Es una obviedad decir que la ciencia ficción es todo un entretenimiento. También lo es afirmar que la realidad supera a la ficción. Ante cualquier convocatoria electoral, la ciudadanía se ve inmersa en distintos procesos y decisiones de comunicación. Como votantes podemos optar por una conducta activa, buscando la información que nos interese entre las propuestas de las candidaturas para poder elegir de acorde a nuestras preferencias y legítimos intereses, pero también nos convertiremos en sujetos pasivos y recibiremos información proveniente de las propias candidaturas aunque no la busquemos.

Desde mi trayectoria académica en el ámbito de la relaciones públicas y la comunicación, el análisis de las campañas electorales me lleva a reflexionar sobre las consecuencias de dar más pábulo a las noticias falsas y a la ficción que a lo que debería ser la finalidad de una campaña electoral. Quizá sea esta una cuestión poco novedosa en el ámbito político, pero resulta sorprendentemente nueva en el entorno universitario. Tanto en mi faceta de espectadora como en la de profesora cuando me corresponde explicar los modelos conductuales de las relaciones públicas me gusta recurrir al extenso repertorio cinematográfico norteamericano sobre las campañas electorales. Películas como El estado de la unión de Frank Capra de 1948, El mejor hombre de Franklin Shaffner de 1964, El candidato, ganadora de un Óscar en 1972, la serie televisiva Tunner'88, Ciudadano Bob Roberts de 1992, Primary colours de 1998 o Los Idus de marzo de 2011, entre otras, narran el juego político y todo lo que conlleva, a la vez que muestran cómo este puede marchitar el poder de la comunicación y fomentar precisamente la incomunicación, lo cual nada tiene que ver con las relaciones públicas en su finalidad de generar confianza y credibilidad.

Las redes sociales promueven el diálogo, contribuyendo a la libertad de expresión y al derecho a la información. Las campañas electorales permiten la confrontación de opiniones, el conocimiento de los programas y la discusión de la distintas propuestas plateadas. Las redes sociales son la plataforma perfecta para abundar en ello. Sin embargo, estas misma redes también pueden utilizarse para manipular y conseguir influir en la conducta final del público votante, incluso con la única y triste finalidad de que "si yo no lo consigo, mi contrincante tampoco", como hemos visto en las recientes elecciones en los Estados Unidos.

Es difícil controlar una práctica que resulta tan efectiva por su viralización y de ahí la reflexión que como docente me gustaría hacer: tal y como intento transmitir al alumnado, la foto solo cuenta lo que se quiere contar; es necesario poner en cuarentena la información que recibimos de manera pasiva, contrastarla y ser capaces de identificar la información falsa, la famosas fake news, que lo único que persiguen es confundirnos y alejarnos de nuestros verdaderos valores e intereses.

En la búsqueda de captar votantes y desactivar al electorado de los adversarios, siempre ha existido la opción de hacer una campaña positiva o una campaña en negativo. Pero hay una gran diferencia en optar por un camino u otro. La primera fórmula consiste en discrepar y confrontar ideas en positivo, mostrando argumentos y poniendo de relieve las fortalezas con las que se cuenta ante las debilidades de la otra parte. La segunda, sin embargo, se basa en atacar sin argumentos, acudiendo con frecuencia al desprestigio, la provocación o la crispación sobre el adversario, algo que resulta bien sencillo desde cuentas falsas, bajo el escudo del anonimato, en las que se hace partícipe al electorado sin consideración y sin permiso alguno.

El mal uso de las redes sociales en lo que respecta a los contenidos que se difunden, como catalizadoras de bulos, falsedades o medias verdades, se encuentra muy lejos de contribuir a dar a conocer los programas y a poner en valor a las personas que los lideran y tienen la única intención de generar ruido en perjuicio de las personas, del proceso electoral en sí y de la importancia de las elecciones en cualquier institución que ostente una cierta responsabilidad en el ámbito de la sociedad. Como ejemplo, no tenemos más que contemplar los recientes intentos de desprestigio de los sistemas electorales y democráticos y cómo, desde hace apenas veinte días, Facebook y Twitter alertan de cualquier tipo de desinformación para combatir la difusión de mentiras.

Las malas prácticas como las de que se muestran en En campaña, todo vale de Jay Roach deben circunscribirse a esta comedia política del año 2012 o cualquier otra, pero no deberían salir de la pantalla. Cualquier campaña paralela que quiera ganar terreno a una verdadera campaña electoral no es ética ni es de recibo. La ficción no debería superar a la realidad en este caso. La comunicación mal entendida o mal utilizada tiene graves consecuencias sobre las personas y sobre las instituciones, y finalmente no beneficia a nadie. Lo que de verdad importa son los mensajes de las candidaturas, las propuestas de los programas y la capacidad de las personas que se presentan. Y para ello hay que saber distinguir la información relevante del humo y la confusión. Cualquier otra cosa no hace más que ensombrecer un proceso democrático y menoscabar el prestigio de una institución como la universidad que debe ser un referente social. Es una cuestión de responsabilidad.  

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