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Rafael Martínez-Campillo

Nuestros padres fundadores

Banderas de España

Cuando el pueblo americano invoca el espíritu de los padres fundadores, está imaginando algo más relevante que la mera celebración de unos hechos históricos de los que nació un Estado único, unido y libre. Están proclamando a los cuatro vientos que gozan de libertad, que la tienen asegurada, gobiernen elefantes o asnos, da igual porque todos están bajo el imperio de la ley y en la marco de una democracia plena. Así llevan más de doscientos años, en los que los padres orgullosamente han ido transmitiendo a sus hijos que son libres gracias a los esfuerzos, generosidad y sentido solidario de unos ciudadanos ejemplares. Les explican que ese espíritu está grabado en los textos que redactaron y aprobaron los padres fundadores de Estados Unidos: la declaración de la independencia y la Constitución y que ese espíritu, por grandes que sean los cambios económicos, políticos o sociales, es la garantía de su convivencia y la piedra angular de su Nación.

No es precisamente una sociedad estática, para lo bueno y lo malo su dinamismo social nos desborda, por tanto su Constitución ha debido enfrentarse a nuevos modos y maneras de pensar, pero han encontrado el equilibrio entre acoger las nuevas necesidades en el refugio constitucional y mantener los principios democráticos de la fundación, de ahí la apelación a los padres fundadores, porque han sabido respetar y desarrollarse dentro de un marco inalterable: el estado de derecho, el equilibrio y control entre las Instituciones del Estado y el desarrollo de las libertades ciudadanas. Ya lo avisaron los redactores de la Constitución cuando reflejaron en su memorable Preámbulo: “... a fin de asegurar las bendiciones de la Libertad para nosotros y nuestra posteridad,..”. Y uno de los fundadores, James Madison, añadió: “Al crear un sistema que deseamos logre perdurar por mucho tiempo, no debemos perder de vista los cambios que las distintas épocas traerán consigo”. La Constitución así entendida ha sido transmitida de una a otra generación.

Doscientos años de vida constitucional estable, mientras los españoles desde la Constitución de 1812 hasta la actual de 1978, tuvimos hasta siete constituciones, dos reyes depuestos, dos Repúblicas destrozadas; nos hemos enfrentado entre nosotros en cuatro guerras civiles, la última cruenta y despiadada que, además de miles de muertos, dejó unas cicatrices profundas entre muchas familias, difíciles de restañar. Por si fuera poco hemos tenido que soportar dos dictaduras, y un número aproximado de doscientos de golpes de Estado, los dos últimos en plena vigencia de esta Constitución de 1978, el intento de golpe de 1981 y la rebelión de los separatistas catalanes del pasado 1 de octubre de 2017. O sea, doscientos años donde una mitad de los españoles ha querido imponer sus “razones” a la otra mitad, hasta que, tras la muerte del Dictador Franco, un grupo de españoles, generosos y valientes, nos plantearon que la solución era la reconciliación, el perdón mutuo y la construcción de una democracia donde todos se vieran reflejados.

Adolfo Suárez recuerda que durante los años de la transición era menester “arrojar por la borda el complejo de inferioridad y el miedo que en el inconsciente colectivo había creado una terrible y cruel guerra civil y cuarenta años de gobierno autoritario que mantenía a toda costa, como referencia vital permanente, la división entre los españoles y su confrontación ineluctable”. Resulta difícil entender que, cuarenta y tres años después, la concordia y el consenso estén cuestionados por los nuevos representantes de la discordia, el enfrentamiento en base a antiguas querellas a las que la Constitución y otras leyes pusieron fin, que predican un ideario político de revancha social y política y que se agrupan con los regímenes de las peores dictaduras de este planeta. Que para alcanzar el poder no dudan en estimular la enemistad del pueblo español, que para ejercitarlo autoritariamente niegan que las ansias de libertad del pueblo español se basan en lograr la convivencia, olvidar el atormentado pasado de enfrentamientos. Estas profundas necesidades colectivas de un pueblo atormentado por fin gestaron un gran acuerdo nacional, que supieron interpretar y gestionar líderes y grupos con capacidad de consenso para transitar desde el enfrentamiento a la democracia, es decir que no faltaron en nuestra cimentación democrática nuestros propios padres fundadores. Por estas razones, y en la conmemoración del aniversario de la Constitución de 1978, la de todos los españoles, sería imperdonable que no sepamos defender e ignoremos la inmensa importancia de los logros democráticos de la Transición, que la democracia fue construida por los españoles y proyectada en los principios constitucionales de 1978 y que estos son la garantía de nuestra convivencia pacífica, precisamente cuando hoy precisamos ejercitarlos juntos para que la reconstrucción tras la pandemia del Covid sea real y producto del esfuerzo colectivo. Sería dramático olvidar que todos los logros importantes del pueblo español han sido posibles cuando hemos estado unidos, mientras que todas nuestras desgracias colectivas e individuales son la consecuencia de nuestros enfrentamientos y falta de diálogo.

Pues bien, recordemos que también los españoles disponemos de nuestros padres fundadores, que, más allá de los meritorios ponentes constitucionales, están conformados por generaciones de españoles que decidieron emprender unidos su convivencia democrática, que disponen de suficientes instrumentos de adaptación a las nuevas necesidades sociales sin necesidad de repetir errores colectivos ni renunciar a los fundamentos democráticos que con tanto esfuerzo y renuncias construyeron. 

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