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Juan  Giner Pastor

Nuestra Constitución

El Congreso de los Diputados

Tras la muerte del general Franco en 1975, que había gobernado en España como vencedor de la Guerra Civil desencadenada en 1936 contra la II República, fue proclamado rey Don Juan Carlos I, el 22 de noviembre de 1975, iniciándose un periodo de transición política en la que el pueblo recupera su soberanía. Hoy comienza una nueva etapa de la Historia de España”, fueron las palabras pronunciadas por un español joven ante las Cortes reunidas para proclamarle Rey de España. Juan Carlos I, en su primer discurso como monarca, señaló la orientación de esta nueva etapa: “La Institución que personifico integra a todos los españoles… Que todos entiendan con generosidad y altura de miras que nuestro futuro se basará en un efectivo consenso de concordia nacional… Que nadie tema que su causa sea olvidada; que nadie espere una ventaja o un privilegio…” Conforme a estas palabras de confianza en un futuro de libertad, de igualdad y de justicia, refrendadas mayoritariamente por el pueblo español en el Referéndum celebrado el 15 de diciembre de 1976, se desarrolló la Reforma política hacia la democracia y el 15 de junio de 1977 se celebraron las primeras Elecciones Generales democráticas después de más de cuarenta años. Habían sido legalizados cientos de partidos políticos y todos pudieron hacer libremente su propaganda electoral, aunque los electores concentraron sus votos en un número reducidos de ellos.

El pueblo con su voto proclamó inequívoca y abrumadoramente que quería la democracia y así había que hacer una Constitución democrática. Las Cortes elegidas el 15 de junio de 1977 iban a ser unas Cortes Constituyentes: tenían que redactar esa “Ley de Leyes” que es la Constitución, para someterla después a la aprobación del pueblo.

Así, al cabo de un año de intensos y arduos trabajos las Cortes aprueban el texto de nuestra nueva Constitución, elaborada con voluntad de consenso y de concordia, como puerta abierta a la esperanza de un largo periodo constitucional y a la estabilización de ese movimiento pendular que caracterizó a la historia de nuestras constituciones.

Pero quien tenía que decir de una manera definitiva si esta Constitución iba a ser válida para regir la vida presente y el futuro de España era el pueblo y solo el pueblo y todo el pueblo. Y el pueblo español, haciendo uso de su soberanía aceptó inequívocamente en el Referéndum del 6 de diciembre de 1978 la nueva Constitución. Un capítulo nuevo se abría en la vida y la historia de España.

La Constitución Española de 1978 consta de un Preámbulo, un Título Preliminar, diez Títulos, cuatro Disposiciones Adicionales, nueve Disposiciones Transitorias y una Disposición Final, distribuyéndose en 169 artículos. Según muchos expertos en Derecho Constitucional esta Constitución de 1978 es de las más avanzadas del mundo y muy especialmente en el reconocimiento de los Derechos Humanos, que es el ideal de los pueblos que han escogido el camino de la libertad, de la igualdad y de la justicia.

Todos los españoles debemos conocer la Constitución. La Constitución es como el Reglamento supremo que rige la vida del Estado. Nadie puede escaparse a la observación de sus preceptos: ni el Rey, ni el Gobierno, ni los partidos políticos, ni el ejército, ni los Tribunales de Justicia, ni ninguno de los demás ciudadanos. La Constitución está por encima de nuestros intereses particulares o de grupo. La Constitución garantiza la convivencia democrática; consolida un Estado de Derecho que asegura el imperio de la Ley como expresión de la voluntad popular; protege a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones; promueve el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida.

Los artículos esenciales de la Constitución son normas que todos podemos entender con una lectura un poco atenta. Que no falte en nuestros hogares un texto de la Constitución para conocerla, porque es nuestra, de los españoles, de España. Una Constitución que se ha manifestado como eficaz marco de convivencia para todos los partidos políticos. Partidos políticos que habrán de esforzarse, a su vez, por desarrollar eficazmente las múltiples facetas de la Constitución de 1978 que todavía no han alcanzado su plenitud. Porque si la Constitución de 1978 nos ha convertido a todos los españoles en protagonistas de nuestra propia historia, es necesario también que todos seamos conscientes de nuestra responsabilidad ante el futuro, ejerciendo coherentemente nuestros derechos y cumpliendo disciplinadamente nuestras obligaciones. Si no queremos que la Historia nos lo demande.  

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