Ignoramos qué hizo con la llave.
La cría se quedó sola en aquella burbuja espaciotemporal del dormitorio pánico. Suponemos que lloraría, suponemos que dejaría de hacerlo por agotamiento, suponemos que dormiría a ratos, suponemos que tuvo hambre y que mordisqueó quizá alguna de las galletas perdidas entre las sábanas. Suponemos que no llegó a utilizar el biberón por falta de destreza. Los expertos creen que no vivió más allá de cinco días desde que fuera abandonada, aunque el cadáver tardó en descubrirse un mes. Un mes muerta sobre una cama de matrimonio en una habitación con las persianas echadas.
Durante ese mes, Sara llevó una vida normal, celebrando incluso su vigésimo cumpleaños en noviembre de 2018. Le decía a la gente que la niña muerta permanecía en realidad al cuidado de otra persona, no sabemos de quién. Durante el juicio, Sara admitió su culpabilidad y dijo que se arrepentía mucho de su acción. A nosotros nos gustaría conocer, querida Sara, la calidad de ese arrepentimiento. Nos preguntamos si durante tus salidas nocturnas contabas las horas y los días que tu hija llevaba sola. Si te la imaginabas exhausta por su llanto improductivo, si la visualizabas buscando una raya de luz entre las lamas de plástico de la persiana. Sara, Sara, dinos también si podías dormir cuando cerrabas los ojos por la noche, si contabas las galletas que le habías dejado a tu bebé, si pensabas que la leche del biberón se podía descomponer antes de que la usara.
¿Quién eres tú, Sara? ¿Cuánto tiempo calculaste que sobreviviría tu hija? ¿Cuánto crees que podrás sobrevivirla tú?