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Manuel Alcaraz

La plaza y el palacio

Manuel Alcaraz

Formas de homenajear la Constitución

Constitución Española

No tengo ninguna duda de que esos exmilitares que añoran las carlistadas y otras mojigangas golpistas, se siente profundos defensores de la Constitución. Y que si quieren fusilar a 26 millones de españoles -imagino que la cifra es aproximada-, lo harán con un ¡Viva la Constitución! en la punta de los sables y en el percutor de las pistolas que den el tiro de gracia. La cuestión es: ¿es esto una buena noticia? La cosa no es tan sencilla. Lea hoy en este mismo diario y en otros muchos los artículos oficiales sobre la Carta Magna y verá que las apelaciones a la bondad intrínseca e inmutable del sagrado texto no abordan esta cuestión. Pero en el fondo no es una pregunta muy distinta a la de si debemos estar contentos de que la derecha que se opuso a la Constitución sea la misma que vibra con fervor inquisitorial ante cada propuesta de reforma constitucional. ¡Hala lo que he dicho: he comparado a la derecha constitucional española con la golpista! Pero es que esa es la cuestión: si podemos celebrar que la derecha se haya vuelto angustiosamente constitucional y ver qué precio se ha tenido que pagar. Al fin y al cabo, AP -antecedente del PP- decía cosas mucho más gordas que las que dice ahora Vox. Que hubiera conversiones fulminantes no desdice la intensidad de las preguntas. Lo que me hubiera gustado es que fueran constitucionalistas normales, racionales y no raciales, ni apasionados como un episodio de la Pantoja.

Yo creo que debemos considerar una suerte que los que se declaran potencialmente asesinos de compatriotas y los que los jalean o, al menos, les comprenden, sean constitucionalistas. Da mucha tranquilidad porque, al menos, ya sabemos en que ámbito nos movemos. Y clarifica mucho las cosas que quieran una Constitución compacta, sólo idéntica a sí misma, virtuosa y sin atisbo alguno de vicio. Como una tapia de cementerio. Por supuesto, los que están familiarizados con la idea de que los pelotones de fusilamiento son una herramienta válida en un régimen constitucional, es casi seguro que están contra la reforma de la Constitución, no vaya a ser que abrir el melón, según afamado y sofisticado argumento, pueda producir algún accidente.

El periodo democrático dura 43 años y los cursis de cada casa siguen hablando de “la joven democracia española”. Eso es porque unos siguen pensando que con Franco se vivía mejor y otros que contra Franco se vivía mejor. Unos piensan que los patriotas franquistas cedieron demasiado a los rojos separatistas, y otros que el pueblo soberano fue traicionado por los separatistas y rojos. Si la Constitución tiene algún mérito es haber conseguido esto. Y es que el consenso no fue el resultado de una coincidencia de “todos” sino la cesión calculada de los distintos. Al consenso no se llegó desde la bondad, sino desde el conflicto. Los indiferentes no pintaron nada en los acuerdos, aunque, como suele suceder, pesaran como el plomo de las balas de los alegres jubilatas castrenses. La cosa, por lo tanto, no es si hay que respetar la Constitución -claro que la respeto-, si debe reformarse -claro que debe reformarse- o si ha perdido parcialmente vigencia -claro que han perdido vigencia una parte, porque debiendo ser reformada no la fue-. La cuestión es si somos capaces de leer la Constitución o sólo evocarla como los milagros de algún ignorado santo. Y, sobre todo, si somos capaces de leerla con ojos de 2020. Algunos, evidentemente, sí: los voluntarios fusiladores hacen una lectura especialmente creativa de la Constitución.

Pero no es sorprendente: la interpretación del texto constitucional es harto compleja en ocasiones, aunque no tanto como el TC hace creer con su enrevesado lenguaje. Pero lo que no es demasiado difícil es entender que si el consenso constitucional debe renovarse debe hacerse a base de aceptar unas cuantas cosas como los valores constitucionales y lo que, a falta de otras palabras, definiré como “espíritu constitucional”, conviniendo que lo más alejado de ese espíritu es usar de la Constitución para echársela a los demás a la cabeza. O, ya puestos, para asesinarlos con ella. Por eso, en la tradición ilustrada y democrática occidental es difícil encontrar fanáticos constitucionales, terroristas constitucionales. En España estamos a punto de conseguirlo. Bueno: inventamos la palabra “liberal”, aunque pocos liberales españoles se aprendieron su significado profundo, que los que son liberales en otros lugares, aquí han sido proclives a entregar sus convicciones en las puertas de los cuarteles y las sacristías si no ganaban ellos. Así que recordemos que también inventamos el término “pronunciamiento”. Aunque la nómina de los derechistas -constitucionales, por supuesto- que sepan pronunciar unos cuantos artículos de la norma básica sea exigua.

En fin, así estamos. Los tiempos basculan entre dos ideas. Una es de la cantante Rozalén y puede dedicarse por la Constitución a ciertos constitucionalistas de estómago e intestinos más que de cerebro y corazón: no me quieras tanto y quiéreme mejor. La otra es de Zagrebelsky, antiguo presidente de la Corte Constitucional de Italia: una Constitución es una norma de la que se dota un pueblo cuando está sereno para usarla cuando está ebrio. Y es sabido que, a veces, a los soldaditos de los pelotones de fusilamiento les daban sus traguitos de aguardiente por sobrellevar los rigores de las madrugadas y arrasar un resto de humanidad. Pero el caso es que estamos al borde de la borrachera colectiva.

Y luego está lo de si el Rey debiera decir algo. Yo creo que debería. Pero seamos prudentes. Lo mismo es que está esperando consejos de papá o los cuñados. O que se reserva para el sermón de Nochebuena, que este año hay poca materia. Por lo demás, me permito sugerir a los fusiladores que se coordinen con los de las vacunaciones, que luego se amontonan las cosas y es un follón del que se aprovechan los rojos separatistas, como es sabido. Y acabamos diciendo: vaya por Dios, por la Patria, el Rey y la Constitución. 

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