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Rafael Simón Gil

Vergüenza

Entre los doce arquetipos Junguianos destaca, por su eterna actualidad, el del Gobernante: aquél que solo piensa en el poder y el control

Relectures d'estiu: C. G. Jung

Por más que uno se empeñe leerlo en arameo postmoderno, cirílico vasco-georgiano, o silbo canario trufado de bable y belsetano aragonés (ahora que con la Ley Celaá hablaremos en España multitud de lenguas de una utilidad universal, menos español), hay cosas que, por inextricables, no acaban de entenderse.

Y no me refiero al enigma que encierra el quimérico Necronomicón de Lovecraft; ni al misterio de la extrema pobreza en la que malvivían los miembros y miembras de la familia de La casa de la pradera, con lo mucho que trabajaban; ni tan siquiera al secreto de la eterna juventud en la que se mantienen la imperecedera Cher o la ceroplástica presidenta del Congreso de los EEUU Nancy Pelosi (si me apuran, es mejor que ni lo intenten; hay verdades que, de conocerlas, podrían convertirnos al instante en estatuas de sal, como refiere el pasaje bíblico sobre la mujer de Lot, Génesis 19:26). No. Las contradicciones que asaltan furiosas mi inconsciente colectivo sobre las cuatro y media de la madrugada, además de miccionales, tienen su origen en los celebrados arquetipos del conspicuo psicoanalista Carl G. Jung, aventajado discípulo de Freud y luego irreconciliables enemistados por aquello del hijo que acaba “jibarizando” al padre (metáfora invertida de la revolución que termina por devorar a sus hijos al igual que hacía Saturno -Cronos para los griegos- en el cuadro de Goya). 

Entre los doce arquetipos Junguianos destaca, por su eterna actualidad, el del Gobernante: aquél que solo piensa en el poder y el control; que vive obsesionado con la posibilidad de ser derrocado y, por tanto, se convierte en autoritario, en dictador. No hace falta ser discípulo de Jung para que vengan a nuestra memoria colectiva multitud de ejemplos de Gobernantes obsesionados con el poder y que devinieron en autócratas de toda laya, militares de mostachudo sable, genocidas universales, sátrapas avispados, asesinos ideológicos o icónicos revolucionarios de boina, estrella y puro. Dejo para el Inconsciente Colectivo de ustedes dos, y con premiso de Jung, el dudoso honor de confeccionar su lista de Gobernantes matones obsesionados con el poder, psicópatas del control, dictadores.

Recientemente se ha celebrado en Venezuela un grotesco sucedáneo de elecciones a la Asamblea Nacional organizadas por el mostachudo dictador Nicolás Maduro, sus esbirros y sus asesores cubanos, con el objeto de afianzarse en el poder autócrata del que disfruta desde hace varios años sin los más elementales parámetros de democracia ni libertad. Tal ha sido el éxito de esta fantochada que solo ha votado el 31% de la población, seguramente esa tropa de subsidiados creadas por todas las dictaduras para constituirse en una suerte de policía del régimen hostigadora violenta de cualquier disidencia. Ya avergüenza el espectáculo del chavismo venezolano de por sí, pero todavía causa más estupor, mayor escarnio democrático, contemplar a un expresidente español, a un supuesto socialista, Zapatero, hacer de correveidile de las ambiciones de un dictador con chándal para que le blanquee por el mundo -especialmente Europa- un régimen corroído hasta los tuétanos de violencia, persecución al disidente, prácticas sin freno de torturas y violación de los derechos humanos. 

Ni tan siquiera el diario El País ha querido ocultar la mascarada venezolana y la irremisible deriva hacia la que se dirige un país cuya población es tomada como rehén perpetuo de los delirios de un bufón dictador y su camarilla de secuaces hoy millonarios. El artículo publicado con la firma de Juan Jesús Aznárez a raíz del simulacro amañado de elecciones lo resume, incluso, con cierta benevolencia: “Acelerón totalitario”. Y quédense con esta reflexión hecha sobre la ministra del Poder Popular para el Servicio Penitenciario de Venezuela, Iris Varela, que no solo propone incautar las propiedades de los dirigentes de la oposición, sino que les sugería hacer acopio de vaselina porque el palo que les van a meter no es de agua. Iris ordenaba despedir a todos los empleados que no participaran en el simulacro de elecciones. Diosdado Cabello, otro sátrapa de régimen, amenazaba dejar sin comida al que no votase. “El que no vote, no come, se le aplica una cuarentena ahí sin comer”. Como verán, el nivel ético, estético, democrático, cultural y de reconciliación de estos dictadores no es menester resaltarlo. Y aquí en España una parte significativa de la izquierda, con Zapatero al frente, y toda la extrema izquierda podemita, en silencio perpetuo cuando no en aplauso febril. ¿Han perdido definitivamente la dignidad? Sí. 

Los aliados habituales de Venezuela resultan ser Rusia, Irán, Turquía, Cuba y China, países donde toda la extrema izquierda española de Unidas Podemos, la otra izquierda narcotizada por el brillo del poder sanchista, el independentismo excluyente, racista y totalitario, los filoetarras y el feminismo radical-talibán desearían vivir. ¿Se imaginan en Irán o en Turquía, en la Plaza de Tiananmén china o en los sótanos de los servicios secretos de Rusia, reivindicar el matrimonio homosexual, los derechos LGTBI, la libertad de prensa o el respeto a las minorías disidentes? Y el arquetipo Zapatero sigue intentando vender en Europa, y especialmente en España, las bondades del régimen venezolano sostenido por esas ejemplares democracias. Y aquí tan contentos. Y Jung tampoco. Vergüenza. A más ver.

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