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Juan José Millas

Somos un misterio

Una discusión de tráfico acaba a puñetazos

Con frecuencia, mis sesiones de psicoanálisis comienzan mal y terminan bien, como algunas novelas. Comienzan mal porque llego a la consulta estresado, sin ánimos. Hoy he visto, por ejemplo, en la calle, antes de entrar, una pelea a puñetazos entre dos hombres mayores por una cuestión de aparcamiento. Los dos creían tener derecho al único hueco que había en toda la manzana. Uno de ellos se ha bajado del coche y le ha mentado la madre al otro. El otro ha salido hecho un basilisco y se ha lanzado contra el agresor verbal con una furia infinita. Al poco, los dos habían perdido las mascarillas, sangraban por la nariz y tenían desgarradas las camisas. Hemos logrado separarlos entre cuatro o cinco viandantes, para que no se mataran, pero han continuado diciéndose cosas horribles mientras cada uno se metía en su automóvil y escapaban a toda velocidad, como si huyeran de sí mismos. El hueco ha quedado vacío.

La escena me ha dejado mal cuerpo. ¿A qué llamo mal cuerpo? Pues no sé, a una situación de extrañeza respecto de mis brazos y de mi tronco, y de mi estómago. Como si me pertenecieran y no me pertenecieran a la vez. Como si me asombrara de mí mismo y de la humanidad a la que pertenezco. Como si yo no formara parte de esa humanidad en la que sin embargo he desenvolverme. La violencia física me altera de un modo desproporcionado.

Total, que me he tumbado en el diván y he estado en silencio unos minutos, intentando recomponerme. Desde que trabajamos con mascarillas, me cuesta más hablar. Psicoanalizarse de ese modo resulta endiabladamente raro. Luego he relatado la experiencia que acababa de vivir y la terapeuta ha dicho que lo sentía mucho. No esperaba eso. Por lo general, trata de indagar en las causas íntimas productoras del daño. Esta vez, sin embargo, se ha solidarizado conmigo, como si comprendiera en toda su profundidad mis sentimientos. Esa actitud, inexplicablemente (o no) me ha recompuesto. He vuelto a sentir como mío mi estómago y como mías mis piernas y mis brazos, incluso me he sentido parte de la humanidad, pese a todos sus defectos. He salido de la sesión, en fin, mejor de lo que entré, perdonándome por haber asistido una escena tan desagradable. ¿Somos o no somos un misterio?

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