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Francisco Esquivel

Bajo una lluvia ácida

Bombos de la Lotería de Navidad.

Una vez descargadas las bolas de las tolvas, se inicia el desfile de los niños de San Ildefonso que saludan sin que se les escape ni media sonrisa. Para eso los componentes de la institución acumulan más de dos siglos en la tarea, algún tiempo después de que Carlos V concediese la Real Cédula que lo puso en marcha. Arranca el bamboleo y aquí ando otro 22 de diciembre con el soniquete de fondo convertido en uno de esos pocos trances semejantes aunque en esta fase traicionera el salón suene a hueco. Extraño habría sido que no estuviese algo muerto.

Pero el ansia natural por reanimarse trae consigo dos quintos en la primera de las tablas. A ver si preconiza que esto cambia. Falsa alarma, claro. A partir de ahí la fortuna se hace esperar lo suyo y la manivela del recipiente más grande da problemas. No sé por qué no me sorprende. Y mucho menos que, de paso, la padrea del salario mínimo se halle en el alero en medio de las discrepancias habituales entre los autodenominados socios cuando lo que de veras les pierde es quedar como los mandones de la película. Por mucho que se busque, no es fácil toparse con escenas que pinten bien. Las naranjas y otros manjares de la tierra dormitan entre el puerto de Calais y Doven el sueño de licuarse a sus anchas y los transportistas se lamen las heridas al filo de su cabalgadura mientras la nueva cepa británica –qué hastío– se pasea por el viejo continente, ese del que un buen puñado de súbditos de la reina se jacta en dejar atrás. Desengañémosno. En el multi sorteo que nos llevamos entre manos es imposible que algo no le toque a uno y están hasta los que lo entonan soltando a espuertas aire de los pulmones como quien no quiere la cosa. ¡Ay, el tamborilero!

  A estas alturas aquellos que han dado la suerte hacen un alto en el azaroso camino y se relamen a la puerta del local. El gordo ha vuelto a pasar lejos y, sin embargo, no pasa nada. Qué va a pasar cuando las que no se detienen son las colas del hambre. Es el alma el que está ya como un bombo.    

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