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Rafael Simón Gil

Un calendario sin años, meses ni días

Un calendario sin años, meses ni días

Nuestros antiguos antepasados, griegos y romanos, creían que más allá del Finisterre gallego (finis terrae, el fin de la tierra) no había nada; a partir de ahí el mundo conocido se precipitaba al insondable abismo. Y fue el propio Hércules (Heracles para los griegos), nacido en la ciudad catalana de Ampurias, el que en su décimo trabajo de los doce que le impuso su rival Euristeo por indicación del Oráculo de Delfos, se desplazó a la isla de Eritea, en el archipiélago de las Gadeiras, la actual bahía de Cádiz, para robar el ganado de Gerión. Una vez allí, clavó dos columnas con la leyenda “Non plus ultra” (no más allá), significando que no había tierra más allá de dichos pilares (con permiso de Ken Follet). Siglos más tarde, tuvo que llegar el catalán Cristóbal Colón -al servicio de la Generalitat de Cataluña- para poner algo de materialismo científico en la mitología greco-romana y alimentar de paso la mitología catalana, atreviéndose a surcar los mares más allá de las columnas de Heracles (Hércules seguía militando en Segunda División b). Posteriormente, con la teoría heliocéntrica de los catalanes Copérnico y Galileo, toda la fábula se vino abajo y la tierra dejó de ser plana, aunque algunos independentistas catalanes sigan creyendo lo contrario dado lo plano de sus pretensiones históricas.

Mi dispiace reconocer que un mundo plano -por sencillo, elemental, predecible e ingenuo, pese al vértigo de los abismos- quizá habría resultado más llevadero para la humanidad que el que hoy conocemos. En ese sentido, se me antoja que el escenario espacial del mundo plano nos habría situado también, por semejanza, en el escenario temporal de los calendarios planos, los que se conforman vacíos de años, meses y días. Imagine alguna o alguno de ustedes dos bailar un 73 de diciembre, levantarse el 87 de enero, tomar café el 41 de abril invertido (día de la Tercera República) o pasar la noche, en vela, con el diablo, un 666 de agosto. René Magritte ya lo intentó al tratar de confundirnos con la evidencia de Ceci n´est pas une pipe; y, en efecto, no era una pipa, sino la pura imaginación de los húmedos sueños que emanan de la cazoleta de una pipa, de su oscuro hornillo, tan lejos de las ásperas pesadillas que fluyen de la razón (el sueño de la razón produce monstruos, quería advertirnos Goya, sin éxito, en su famoso aguafuerte).

Si el mundo fuera plano y los calendarios también, es posible que los sueño rotos de los saharauis sobre poseer la tierra donde nacieron se hubieran hecho realidad. Pero no es así; ni el mundo es tan lineal ni los años son tan inocentes. En el año del señor en el que el señor Trump se larga de la presidencia USA, bien a su pesar, el hombre del relamido tupé señala un día 10 de diciembre, jueves, para recordarle a los soñadores saharauis, como hacía Magritte, Ceci n´est pas une pipe, y que por tanto la tierra no es plana y la tierra saharaui tampoco, por eso se la da a Marruecos. Y si ese mismo mes de diciembre hubiera ocurrido en un calendario sin meses, el PSOE que hoy gobierna España -la misma España que hace años gobernaba el Sáhara Occidental- habría recordado su ideario prosaharaui y le habría recordado a Trump, antes de irse en autobús de la Casa Blanca, que la ONU aprobó la celebración de un referéndum de autodeterminación. Pero el mundo no es plano, los calendarios tienen años, Marruecos sigue apretando, Trump tiene prisa y el PSOE de este gobierno no tiene memoria ni la quiere recobrar. ¿Ceci n´est pas une pipe? Convendría recordarle a Pedro Sánchez que en su mundo plano donde solo importa el poder también pueden aparecer los monstruos goyescos de la razón, y así quizá razone que hoy Marruecos okupa el Sáhara, pero mañana podría ocupar Ceuta y Melilla. De momento ha tocado dos veces a la puerta: la primera, enviando a Canarias a miles de inmigrantes para que se le quite el sueño a Sánchez, y la segunda, reivindicando la propiedad de Ceuta y Melilla. ¿Ceci n´est pas une pipe?

Decía el escritor peruano Ciro Alegría que el mundo es ancho y ajeno, y quizá olvidó añadir que no es plano -como acuñara Heracles en sus columnas- porque está preñado de perversos calendarios que nos esclavizan con sus años, meses y días. Que no es plano porque acumula siglos de pesadillas producidas por monstruos de carne y hueso que, lejos de apelar a la razón, impusieron -imponen- la sinrazón del totalitarismo, la intransigencia religiosa, la psicopatía del poder, la violencia, el dogmatismo y la persecución de las ideas libres. Que no es plano porque todos los días hay millones de personas asomadas al abismo de la enfermedad y el dolor, aterrorizadas en una noche eterna, mirando siempre hacia adentro pendientes de que cualquier día, en su calendario vital, aparezca el 32 de diciembre y se apague la luz. ¡Dura noche!... Entre tanto, estamos en la víspera, recogen los versos de Rimbaud en Une saison en enfer. Señalaba Jung que “quien mira hacia fuera, sueña; quien mira hacia adentro, despierta”. Con un calendario vacío de años, meses y días siempre se puede seguir soñando. A más ver.

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