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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

Esos locos cacharros

Una de las imágenes del asalto al Capitolio captadas por Jim Lo Scalzo.

El asalto al edificio que acoge el Congreso me pilló en la cola de Annie Hall cuando los protas discuten y alguien da detrás la brasa a su acompañante acerca de la influencia televisiva «dado que McLuhan lo ve un medio caliente que...». El judío pelirrojo de Brooklyn, tan poquita cosa, se revuelve desafiante como si fuese Bogart, lo ensarta con la mirada y, dirigiéndose a la cámara, el otro paliza pregunta «¿Por qué no puedo expresar mi opinión? Es un país libre», a lo que su contrincante repone «sí, claro, ¿pero tiene que expresarla en voz alta?». Entonces se enconan acerca de quién sabe más al respecto hasta que Humphrey saca del envés de un cartel anunciador al mismísimo prescriptor de que «el medio es el mensaje» y este arroja a la cara del refutador de esas teorías que «en su boca mis ideas suenan a falacia ¿Cómo da usted clases de algo que no entiende?» a lo que, quien se lleva el duelo de calle que para eso lo ingenió, apostilla: «Amigos míos, si la vida fuese así...».

  De crío en mi barrio había dos cines de verano, el Candelaria y el Capitolio. Los western solían ir a este último y así asistimos a la transformación del horrible regimiento del Séptimo de Caballería en el orgullo de la Unión que se pasaba por la piedra a los feroces siux de Caballo Loco. Tanto al patrón de la Casa Blanca como al del Pardo, la alegoría unía sus intereses cuando las posibilidades de contrastar lo sucedido en realidad eran remotas. El otro día los uniformados del Capitolio se vieron agobiados sin embargo por una turba cuyos pasos vienen guiados desde esos locos cacharros sobre los que el todavía jefe de la tribu asienta sus reales, hoy perdido para la causa al haber sido mediodespojado de tales redes. Y sin ellas, no es nada.

  Tras escrutar la Galaxia Gutenberg, la Aldea global y la descripción de los medios como extensiones de las personas, McLuhan se vio venir el cacao y encareció al hijo para que impidiera que los nietos se enchufaran a la tele, mientras en su lápida reza «La verdad nos hará libres». Sin duda, ahí es donde Marshall mejor se encuentra.  

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