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Rafael Simón Gil

El ocaso de los dioses

Rafael Simón Gil

Pasado y futuro

Primer encuentro de Sánchez y el rey tras anunciar la renovación en la Corona

Ya estamos en 2021 y todo sigue peor. Pero no crean que solo me refiero al año pasado, no; hablo del 9 de junio de 1873, Primera República mediante, cuando el catalán Estanislao Figueras, su presidente, tras las cainitas discusiones del Consejo de Ministros les espetó: “Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros” (el otro franco aún no había nacido). Acto seguido, con nocturnidad y a la francesa, huyó a París abandonando sus responsabilidades de presidente de la “brevísima”. Como un déjà vu repitiéndose a lo largo del tiempo en los surcos de la vieja España -cansino, insoportable, insolidario y ahistórico-, los detonantes de aquel fracaso fueron, de un lado, la mediocridad de nuestra clase política (hoy, con la llegada de Pablo Iglesias y su compañera Irene Montero, sigue siendo inmensamente mediocre, y, además, ya podemos y Podemos llamarla casta), sumada al nulo fervor popular que transmitió la república; y de otro, el separatismo catalán con la proclamación del Estado Catalán, y el carpetovetónico movimiento cantonalista (Cartagena y Alcoy -la Revolución del Petróleo- a la cabeza). Hete aquí el resumen abreviado de esa malísima experiencia republicana. Por cierto, el escapista Estanislao volvió a España cuando le plujo y murió plácidamente en Madrid el 11 de noviembre de 1882. Nada ni nadie le persiguió ni juzgó por aquella espantada a la francesa. 

En el año no jubileo de 1931, la noche del 14 de abril, el borbón Alfonso XIII huía de España en su deportivo de lujo (un Duesemberg convertible) rumbo a Cartagena. En la ciudad cuna del cantonalismo -ironías de la Historia- embarcó en el buque “Príncipe Alfonso”, destino Marsella, hacia un exilio de por vida. El mismo buque que lo llevó a tierras francesas con nombre principesco volvió a tierras españolas rebautizado con el presuntuoso “Libertad”. Nacía la Segunda República. Tan es así que, al contrario de Figueras, las Cortes republicanas acusaron de alta traición a Alfonso XIII el 26 de noviembre de 1931. El borbón del Duesemberg convertible no pudo convertirse en residente español y murió en Roma el 28 de febrero de 1941 en la Suite Royal del Grand Hotel, la misma que treinta años después ocuparan Liz Taylor y Richard Burton. Como habrán comprobado, España no trató del mismo modo a estos dos españoles huidos de sus responsabilidades.

Con el advenimiento del virreinato Sánchez-Iglesias, cociéndose primero a fuego lento, andante, después a fuego medio, allegro con motto, y finalmente con olla a presión, allegro prestissimo con fuoco, el tránsito de la Monarquía hacia el exilio podría convertirse más pronto que tarde en una realidad. Quizá sea más holográfica que real (permítaseme el uso regio), más dirigida al exilio interior que al destierro, pero exilio. El dueto Sánchez-Iglesias, junto a la palanca del irredento separatismo periférico que siempre ha querido destrozar España, dejó caer por boca de Sánchez, no a la Monarquía, que ya lo hará, sino la creación de una Ley de la Corona para fortalecerla. Habida cuenta del grado de credibilidad de Pedro cuando juró y perjuró que no dormiría con Podemos y que no pactaría con Bildu, Felipe VI debería pensarse el puerto donde embarcar camino del exilio. La credibilidad de Pablo es más coherente; hace lo que dice: comprarse un chalet de lujo y perseguir con saña a quienes le hacen los mismos escraches que él inventó. 

La Monarquía -el Rey Felipe VI- y el Poder Judicial son los dos últimos grandes obstáculos a los que se enfrenta la extrema izquierda podemita, el nihilismo ácrata y el separatismo vasco-catalán hoy instalado en el mando, no solo autonómico, sino también del Estado merced a las inmensas ansias de poder de Sánchez. El objetivo es sencillo: una vez garantizada la dependencia de la mayoría de medios de comunicación (sobre todo TV) por medio de favores, publicidad institucional y subvenciones, y adormecida la sociedad civil, resta controlar, primero, al Poder Judicial (nombramientos políticos) hasta desvanecer la independencia de los jueces; y segundo, acabar con la Monarquía en busca de la Tercera República o amordazar a Felipe VI convirtiéndolo en un jarrón chino amigo de Felipe González. La abolición de la Monarquía es la apuesta de Iglesias, el separatismo golpista, los ácratas okupas y Bildu; mientras que el jarrón chino goza, por ahora, de más aceptación en las filas del sanchismo (no me atrevo a decir del PSOE porque sé muy bien que Sánchez es más sanchista que socialista, y no sé muy bien dónde está el verdadero PSOE). La Ley de la Corona va en esa dirección, y los ataques y descalificaciones de la ultraizquierda podemita y el separatismo golpista contra los jueces señala el otro objetivo. Una vez logrado, y sometidos todos los poderes del Estado, incluido el judicial, al Gobierno, hablaremos de la independencia de Vascongadas y Cataluña. 

 De ahí que con una pandemia mal gestionada por el Gobierno (también los autonómicos, pero la pandemia es nacional y necesita soluciones nacionales), que nos ha traído más de 70.000 muertos, 750.000 nuevos parados y otros tantos en unos Ertes que devendrán en Eres; con una economía al borde de la quiebra técnica; y con unos fondos europeos que no sabemos dónde están y a qué se van a destinar dado el hermetismo del Gobierno; después de toda esa catástrofe, digo, resulta que los dos grandes problemas de España y los españoles son la Monarquía y el Poder Judicial. ¿Ustedes dos se lo creen? A más ver.

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