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Miguel Ángel Santos Guerra

Es urgente esperar

Un ojo en una imagen de archivo

Han pasado nueve días desde que sonaron las campanadas de medianoche del día 31 de diciembre. Después de tomar las doce uvas, en un ambiente extraño (restricción de comensales, toque de queda, exigencias de desinfección, uso de mascarillas…) se produjo un aluvión de felicitaciones y de buenos deseos. Estoy seguro de que muchos de esos anhelos se centraban en la superación de la crisis, tanto por lo que respecta a la salud como a la economía particular y a la del país. Pensé que estábamos abriendo las puertas al año de la esperanza.

Decía Aristóteles que “la esperanza es el sueño del hombre despierto”.

Pues bien, es la hora de la esperanza. No solo por el proceso de vacunación que se ha iniciado felizmente sino por la conciencia que todos hemos adquirido de la gravedad de la crisis, por la experiencia que hemos acumulado en el ámbito de las decisiones políticas y por los avances de la ciencia en el conocimiento del virus.

El Diccionario de la Real Academia Española dice que la esperanza “es un sentimiento en el que se nos presenta como posible lo que deseamos”. En el “Diccionario de los sentimientos”, de José Antonio Marina y María Pernas, se habla de la esperanza de esta elocuente manera: “Solaz de los mortales afligidos, único aliciente que en las tormentas grandes de la vida puede hacer tolerable la existencia. Es el primer y último bien del hombre…”.

Creo que la esperanza está en la raíz de la solución de nuestros problemas. Nuestros problemas, en este momento, son: el fatalismo, el descontento, el pesimismo, el miedo, el cansancio y el fracaso. Pues bien: Contra el fatalismo, esperanza. Porque el fatalismo nos pone en las manos del destino sin que nosotros podamos articular palabra. Será lo que tendrá que ser y eso que tendrá que ser no será bueno. Estamos condenados a todo tipo de determinismos: histórico, biológico, sociológico…

Contra el descontento, esperanza. Porque el descontento y la tristeza nos inmovilizan, nos maniatan, nos dejan sin capacidad de respuesta. Han sido muchos los sinsabores, los miedos, las desgracias, pero no pueden rompernos la esperanza en que podemos vencer al virus.

Contra el pesimismo, esperanza. Dice Luis Rojas Marcos en su libro La fuerza del optimismo que la actitud optimista es la mitad del proceso de superación. No podremos salir de la crisis sin esperanza, ese sentimiento positivo que nos da fuerza y alegría, a partes iguales.

Contra el miedo, esperanza. El miedo ha echado raíces en la sociedad. Miedo al contagio, a la enfermedad, al contacto con los otros, al hundimiento de la economía, a la pérdida del trabajo, a los viajes cortos y largos, a la muerte de seres queridos, a nuestra propia muerte.

Contra el cansancio, esperanza. Son muchos meses de restricciones, de sacrificios, de renuncias, de fracaso en el intento de vencer al virus. Primera ola, segunda ola, tercera ola… Hay quien piensa que no existe solución ni siquiera a largo plazo. Pues bien, ante el cansancio, hay que poner esperanza.

Contra el fracaso, esperanza. Hemos tenido en la lucha contra la pandemia innegables y dolorosos fracasos. Las demoras, los tanteos, las equivocaciones nos han llevado a un estancamiento desesperante… Pero, contra todo esos errores y decepciones solo hay un remedio: la esperanza de que no se vuelvan a repetir porque de ellos hemos adquirido conocimiento, experiencia y humildad.

“La esperanza es un árbol en flor que se balancea dulcemente al soplo de las ilusiones”, decía el periodista, escritor y político español Severo Catalina. Y como tal árbol se puede cuidar o se puede abandonar y dejarle secar. Me gusta la metáfora del árbol, que desarrollé en un libro publicado en Portugal con el titulo “El árbol de la democracia”.

El árbol de la esperanza se cuida con un análisis sereno e inteligente de la realidad. Porque la esperanza no es un sentimiento ingenuo que nace del desconocimiento y de la estupidez.

Se cuida con la responsabilidad de las acciones. Porque la esperanza se fragua en la acción, no en la inactividad, en la pasividad y en el silencio.

Se cuida con el esfuerzo, con el compromiso por la superación. La esperanza se conquista, se trabaja, se forja con tesón, no es un regalo de los dioses. No espera conseguir algo quien no trabaja por conseguirlo.

“Si el hombre espera aferrado a que alguien o algo ajeno a él lo haga un ser finalizado, acabado, eso ya no es actitud esperanzada sino actitud o razón perezosa, y estas dos actitudes no son afines”, dice Mario Domínguez en un artículo titulado “La filosofía como saber de la esperanza”.

Se cuida con la unión de todos los intentos, de todos los esfuerzos, de todas las acciones de superación. Creo que la esperanza es cuna conquista colectiva. Saldremos de la pandemia unidos, no disgregados, por eso se habla de la inmunidad de rebaño.

Se cuida con el riesgo. Porque el progreso y la superación nos hacen asumir algunos riesgos que debemos afrontar con valentía. Vacunarse exige la asunción de algún riesgo. Decía Jorge Guillén que cuando uno pierde la esperanza se vuelve reaccionario.

Se cuida con una actitud positiva ante la vida, la historia, la política, las personas y nosotros mismos. Una actitud positiva que no deben minar algunas evidencias nefastas: falta de unidad de los partidos en la lucha contra la pandemia, falta de transparencia en la información, bulos y fake news de enorme toxicidad, comportamientos irresponsables de algunos ciudadanos y ciudadanas.

Sería estupendo que, de la misma forma que la canción “Resistiré” del Dúo Dinámico se convirtió en el himno de la fase de confinamiento domiciliar, ahora tengamos como himno la hermosa canción del cantante colombiano Juanes titulada “Color esperanza”.

“Sé qué hay en tus ojos con solo mirar/ Que estás cansado de andar y de andar/ Y caminar/ Girando siempre en un lugar/ Sé que las ventanas se pueden abrir/ Cambiar el aire/ Depende de ti/ Te ayudará./ Vale la pena una vez más/ Saber que se puede/ Querer que se pueda/ Quitarse los miedos/ Sacarlos afuera/ Pintarse la cara/ Color esperanza/ Tentar al futuro/ Con el corazón.

Es mejor perderse que nunca embarcar/ Mejor tentarse a dejar de intentar/ Aunque ya ves/ Que no es tan fácil empezar/ Sé que lo imposible se puede lograr/ Que la tristeza algún día se irá/ Y así será/ La vida cambia y cambiará/ Sentirás/ Que el alma vuela/ Por cantar una vez más”.

André Malraux decía que la esperanza es la fuerza de la revolución. En este momento es urgente esperar. En los comienzos del año nuevo es apremiante que cultivamos juntos la esperanza.

Siglo XXI Editores publicó en 1993 un libro de Paulo Freire titulado “Pedagogía de la esperanza. Un reencuentro con la pedagogía del oprimido”.

Sin esperanza no podemos hacer frente a la liberación y a la superación de las situaciones críticas. Dice Paulo Freire en las primeras páginas del citado libro: “Como programa, la desesperanza nos inmoviliza y nos hace sucumbir al fatalismo en que no es posible reunir las fuerzas indispensables para el embate recreador del mundo. No soy esperanzado por pura terquedad, sino por imperativo existencial e histórico”.

Hago votos porque la pedagogía de la esperanza gane terreno a la desesperación, al desaliento y al pesimismo. Una buena parte del reto está en nuestras manos.

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