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Antonio Balibrea

El mundo por dentro

Antonio Balibrea

Regular las redes sociales

FILE PHOTO: Facebook logos

En periodismo siempre ha existido la responsabilidad de los profesionales. De los redactores de a pie a los directores de los medios de comunicación, y en última instancia, de la propia empresa. El director es responsable de todo cuanto se publica, hasta del contenido de los anuncios. Son responsables ante los tribunales del poder democrático. La responsabilidad social, incluso penal, existe en la comunicación interpersonal, de tú a tú, en grupos, y por supuesto, en la comunicación masiva- los mass media-; pero no en las redes sociales. Una ley norteamericana de hace veinticinco años, anterior a la era digital, les exime de cualquier responsabilidad sobre los contenidos publicados en sus plataformas; al contrario de lo que ocurre en los medios tradicionales. Y además las redes siguen sin impuestos de ningún tipo, ni siquiera digital.

La semana pasada Twitter y Facebook suspendieron las cuentas de Donald Trump con 90 millones de seguidores en la primera y 30 en la segunda. El pasado jueves, 14, INFORMACIÓN daba cuenta del anuncio de la red social Snapchat, de la misma decisión "en aras de la seguridad pública, y basándonos en sus intentos de difundir información errónea, discursos de odio e incitar a la violencia, que son claras violaciones de nuestras directrices, hemos tomado la decisión de cancelar permanentemente su cuenta". Youtube publicó la decisión de suspender la cuenta de Trump. Facebook e Instagram bloquearon igualmente el acceso del presidente a su cuenta, al menos hasta que se complete el traspaso de poder el 20 de enero.

Empleados de Facebook advirtieron preocupados hace ya meses al dueño, Zuckerberg, que las mentiras de Trump se estaban convirtiendo en virales en la red social. La empresa modificó el algoritmo para evitar las mentiras y bulos, localizar la propaganda radical, discursos de odio, etc. Según el New York Times, la compañía volvió al algoritmo anterior porque los nuevos planteamientos condujeron a una disminución de las sesiones y por lo tanto a la reducción de ingresos.

“En su incansable búsqueda de participación y ganancias estás plataformas crearon algoritmos que amplifican el discurso del odio, la desinformación y las teorías de la conspiración. Estos contenidos son particularmente atractivos y sirven de lubricante para negocios tan rentables como influyentes" esto lo afirma uno de los asesores y primeros inversores de Facebook, Roger McNamee, (citado por Eduardo Lagar INFORMACIÓN 10-I-2021) “también se viraliza de maravilla lo relacionado con los negacionistas de las vacunas y del Covid o las soflamas de los defensores de la supremacía blanca”. Concluye que “las plataformas tecnológicas deben pagar por su papel en la insurrección”. Ahora han vetado a Trump por el rechazo que ha creado en las redes y por el temor a una posible regulación de las redes que limite la posibilidad de disponer de datos, lo que reduciría sus ingresos.

China, como cualquier dictadura, lo que hacen es limitar los contenidos o incluso bloquear las redes en su país. En las sociedades democráticas hace falta una regulación nacional, y transnacional, que establezca la responsabilidad de los directores y propietarios de las empresas de las redes sociales. No deben ser ellos quienes pongan el límite al acceso a las redes. Ni siquiera a un sedicioso como Trump; sino los tribunales establecidos por el poder democrático. Tan malo es que las limitaciones y responsabilidades las ponga un dictador político, como un dictador-monopolista -económico como Zuckerberg. La comunicación de los medios tradicionales es vertical, de arriba abajo, por eso está regulada. La comunicación en red es más democrática y participativa, pero no cuando las redes las controlan “pescadores” sin regulación, sin impuestos, y ejerciendo una competencia desleal.

Esta situación está en el origen de la crisis de los medios tradicionales. También de los despidos de trabajadores de los medios. Desde el New York Times, al último periódico de provincias en España. Mientras los redactores de los medios tradicionales se les exige tener una mínima formación, y son caros para las empresas; hoy día cualquier “bocachanclas” puede lanzar sus mentiras, injurias y paranoias en una red social, sin que tenga consecuencias. Además, las redes con sus algoritmos y fórmulas polinómicas sirven la publicidad en las propias narices del consumidor, refuerzan las opiniones más radicales, con la consiguiente polarización, por eso más de uno ha pedido que las tecnológicas paguen por su papel en la insurrección en el Capitolio. Y, esperemos, que la Unión Europea se atreva a ponerles el impuesto digital.

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