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Carlos Gómez Gil

Palabras gruesas

Carlos Gómez Gil

El legado de Trump entre nosotros

Donald Trump, durante un mitin en Washington.

Me pregunto qué habrá avergonzado más a los norteamericanos, si el asalto a la sede de su soberanía nacional o las características de la cuadrilla de frikis que lo protagonizó y que, a juzgar por las imágenes retransmitidas en directo, tenían la inteligencia justita para pasar el día. Patriotas les llamaban la familia Trump antes del asalto, ¿les suena? Y es que, contemplar a atacantes al Capitolio de la nación más poderosa del mundo portando su tarjeta de identificación colgada del cuello, fotografiándose llevando el atril de oradores que pocas horas después pusieron a la venta en una web de subastas por internet y sentándose en el sillón de la presidencia de la Cámara portando en la cabeza una cornamenta de búfalo no deja en muy buen lugar a los seguidores del todavía presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. No es de extrañar que, tras las imágenes del intento de golpe al Congreso que vimos con sorpresa en todo el planeta, el propio Trump rechazara con desprecio a los mismos atacantes a los que él había empujado a la barbarie, llamándoles “chusma”, que dicho por este personaje tan lamentable tiene su poesía.

Ahora bien, el violento asalto al Capitolio, que dejó cinco muertos, incluyendo un oficial de policía, no fue un acto aislado ni la voluntad de una turba de tarados, ni mucho menos, sino un intento de golpe de Estado en toda regla instigado por Trump y su entorno, como culminación de un proceso basado en la radicalización social mediante el odio y el racismo, impulsando la ruptura de la sociedad y un continuado ataque a las instituciones políticas y democráticas en ese país. Para ello, se han utilizado las redes sociales y determinados medios de comunicación, con el apoyo de supremacistas blancos y ultraderechistas religiosos, construyendo una realidad a medida basada en mentiras, teorías conspirativas y falsedades continuadas que permitiera consolidar un proyecto basado en la violencia estructural, capaz de controlar el poder judicial para favorecer a las oligarquías blancas más acaudaladas y a las élites empresariales, a las que se han concedido rebajas de impuestos y bonificaciones, ¿les suena?

Tratar de evitar un proceso de sucesión democrática de un loco peligroso que arenga a sectores armados supremacistas es el resultado del uso perverso del poder político que ha hecho Trump a lo largo su mandato, utilizando un autoritarismo dictatorial, que ha puesto en riesgo, incluso, la estabilidad mundial. Hasta qué punto habrá llegado el descontrol y temor sobre Donald Trump entre las máximas autoridades de su propio país que todo el Estado Mayor conjunto ha tenido que hacer público un comunicado insólito para afirmar que lo vivido en el Capitolio ha sido una locura injustificable, acordando con la líder del Congreso, Nancy Pelosi, evitar el uso del maletín nuclear por Trump, ante las fundadas sospechas de que trataba de ordenar un ataque nuclear táctico contra Irán en estos días.

Hace años que desde sectores académicos y universitarios estadounidenses del máximo nivel se ha venido alertando de las graves consecuencias de la presidencia autoritaria y dictatorial de Donald Trump, arropada por sectores ultraderechistas enormemente peligrosos. Recientemente, el premio Nobel Paul Krugman, economista de enorme reputación, publicaba en su cuenta de Twitter un mensaje comparando a Trump con Mussolini y explicando por qué su actuación es claramente fascista. Otro premio Nobel como Joseph Stiglitz, no ha ahorrado calificativos hacia Trump y su mandato, al igual que han hecho otros prestigiosos catedráticos como Dani Rodrik, Jeffrey Sachs, Angus Deaton, Joseph S. Nye, Kenneth Rogoff… la lista es muy larga. Sin embargo, por aquí se echa en falta la misma claridad y contundencia desde sectores académicos y culturales hacia las fuerzas trumpistas hispanas por las peligrosas consecuencias de la institucionalización del odio y la ruptura social que predican.

Y es que, al calor del paseo militar que Donald Trump y los suyos se han dado en estos años, han querido exportar su proyecto ultraderechista, abriendo franquicias en otros países, como ha hecho Vox en España. De hecho, sin vergüenza alguna, tras comprobar el enorme daño que el desvergonzado presidente estadounidense ha hecho durante su mandato, en estos días desde Vox le despedían deshaciéndose en elogios, llegando a afirmar que era “el presidente que más ha hecho por los negros y las minorías, y el que más ha trabajado por el país”. Tampoco es de extrañar, Vox apoyó la nominación de Trump como premio Nobel de la Paz, actuando una vez más como mamporreros del trumpismo en España.

Solo quien desprecia profundamente el respeto a la democracia y la convivencia pacífica puede defender en estos momentos a Donald Trump, como hacen en España Vox y sectores de la derecha, junto a toda esa caterva de frikis e iluminados incultos que reúnen a su alrededor. Grupos de lo más variopinto, que van desde los negacionistas afirmando que el coronavirus no existe y es un invento, a quienes defienden que no es cierto que estos días haya caído una tormenta de nieve, sino que era plástico debido a una conspiración mundial, sin olvidar a todos esos nostálgicos del franquismo.

Haríamos bien en reflexionar sobre el legado de Trump entre nosotros para evitar que lo que ha ocurrido allí pueda suceder aquí algún día.

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