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Manuel Alcaraz

La plaza y el palacio

Manuel Alcaraz

La plaga

La borrasca Filomena colapsa Madrid

Me parece que ha nevado en Madrid. No estoy seguro, porque se ha hablado poco del tema. Pero creo que sí. Y que ha hecho frío. Y no sólo en el centro. También en algunos barrios de la capital de España, como Aragón, Castilla-La Mancha, Castilla-León, una esquina de la Comunidad Valenciana y otros. Que nieve en Madrid y que los bárbaros desciendan sobre la capital del Imperio tiene sus ventajas, no siendo la menor de ellas que de la pandemia, otrora famosa, ya no es preciso preocuparse tanto. Los muertos, ahora, son ya los últimos muertos, desde que hay vacunas. Y hay tantas fracturas de muñecas como pulmones alterados. En estas circunstancias hablar de confinamiento es ridículo. Y decir que las Navidades nos han matado un poco más, ocioso. Hemos salvado las Navidades, al parecer. Eso es lo que importa. Lo tiene dicho Jameson: es más fácil concebir el fin del mundo que el fin del capitalismo. Ya sé yo que el capitalismo es vistoso y crea mucho empleo y que hay que mantener equilibrios. Pero lo mismo estamos ya en estado de necesidad extrema y otro ratito de cierres parciales tampoco lo iban a notar tanto las maltrechas cuentas de resultados y salvaban unos centenares de seres humanos. Antes ya pasó.

Ahora bien, a los gobernantes actuales les pasa aquello que el historiador Luciano Canfora narra de un tal Monsieur de Languais, allá por las vísperas de la Revolución Francesa, que “tuvo la desdicha de sufrir dos procesos, incoado uno por su mujer con la acusación de impotencia y el otro por una amante por haberle dado un hijo. Todo el mundo decía que al menos ganaría uno de los dos, pero en cambio los perdió todos”. Es lo que tiene que la política se haya convertido en gestionar plagas. También porque entre plaga y plaga no se preparan bien las cosas: el presente discurre eterno, el sentido de la Historia fue arramblado por las redes sociales y el futuro sólo existe en películas. Por cierto, que ya podían los amos de twitter aplicar la doctrina Trump a algunos líderes del Botànic y desconectarles si en su frenesí ponen en riesgo la estabilidad gubernamental, en estos momentos de lástima.

Y mira que existen manuales que los dirigentes podían mirarse. Recomiendo, por encima de todos, el bíblico libro del Éxodo, con aquello de las plagas en Egipto. Ahí se ve cómo el Faraón fue reacio a adoptar medidas y cómo acabó de mal la cosa. Lo primero que cabe destacar es que las plagas fueron diez, que tengo comprobado que, en esta época de descreimiento, la mayoría de políticos piensa que fueron siete, y se confían, y eso que siete ya son una barbaridad, como las milicias de Trump. Vale que con la nieve caída en Madrid -caso de confirmarse- podemos dar por cumplido el enojo divino de la granizada o la muerte del ganado. La covid cubre las úlceras. El cambio climático nos sirve para justificar las ranas, los mosquitos, las langostas y los tábanos. Pero a ver qué van a ser las tinieblas -malo para el turismo de sol y plaga, que buenos se van a poner los de los bares-, la conversión de agua en sangre y, en fin, la muerte de los primogénitos. Y eso que allí no tenías danas o incendios forestales o concejales de fiestas. O sea, que hay que templar y prepararse.

Ahora bien, dados los precedentes, los sumos sacerdotes deberían haber aprendido que seguir pidiendo responsabilidad a la grey no sirve de nada. Bueno, un poco sí: lo mismo que poner fotos de despojos humanos en las cajetillas de tabaco o hacer publicidad de juegos rogando que se juegue con responsabilidad. Yo, cada vez que escucho a un político pedir que sea responsable, grito. Ya no nos cabe más responsabilidad. Está en la naturaleza humana: es una reserva no renovable cuando se somete a presión extrema. Por eso se inventó el Estado social y democrático de Derecho, para que en las sociedades complejas las instituciones sean responsables públicamente de las decisiones a adoptar por el bien de la comunidad. Pero mire usted si el Faraón estaba advertido, que hasta Aarón, jefe de gabinete de Moisés, le tiró un bastón a sus pies y se convirtió en serpiente, que eso sí que tuvo que dar susto. Pues nada, el Faraón no aprendió y su corazón se endureció. “Conforme había predicho Yahveh”, según aclara la Biblia. Aunque siendo Dios tampoco tiene mucho mérito. No es lo mismo que si fuera la Aemet o cualquiera de las 7.000 asociaciones de médicos que hemos descubierto que hay. O las 700.000 de hosteleros. Aunque también es cierto que el Faraón había congregado a una comisión de expertos (“los sabios y los hechiceros”) que también hicieron el truco de la vara y la sierpe. Pero la de Aarón ganó.

Y en ese momento empezaron las plagas, que ya era para estar advertidos y ser responsables. Pero pasó lo que les pasa a los faraones: que ahora digo que sí, luego que no, según quién les visita o les llama de Madrid a contarles que está nevando. Y entre unas cosas y otras los hebreos que se van y el Faraón que dice, que no, que se van a enterar estos, que más vale morir que perder la vida. Más vale reinar en los Balcanes que ceder un tanto así. Que es que aún no había aprendido lo bruto que era el Dios de Israel. Total, que ve abrirse las aguas y no fue de estarse quieto y allá que se lanzó, no quisiera Anubis que le estuvieran mirando los de los chiringuitos de la costa y quedara como un pusilánime. Un horror. Una de muertos…

Y los hebreos que se quedan tan contentos. Pero, en fin, cuarenta años dando vueltas por el desierto es el premio que tuvieron a su arrojo. Y al final acabaron en un lugar inhóspito y los babilonios se los llevaban de aquí para allá cada dos por tres. Al final tuvieron más mortandad que los egipcios que, con otro Faraón, siguieron gobernando en su tierra unos cientos de años. Hasta Cleopatra. Pero esa es otra historia. La moraleja está clara: en los tiempos de confusión absoluta más vale pactar que examinar y comparar la magnitud de los mutuos tamaños de la razón. Porque quien la hace, la plaga.

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