Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Matías Vallés

Trump es de Vox

El chasco será mayúsculo entre los ingenuos que crean que la izquierda llega a la Casa Blanca de la mano de un presidente Demócrata. El único presidente sometido a dos ‘impeachments’ suena moralizador salvo que se traduzca en el primero absuelto de dos procesamientos

Una imagen de Donald Trump.

El abrupto despertar en Washington del sueño de la República en el Día de Reyes ya fue vaticinado por Gore Vidal. El sublime cascarrabias definía a Estados Unidos como un imperio gobernado por un partido único con dos alas, la Republicana y la Demócrata. Esta cartografía ideológica es esencial para librarse del chasco mayúsculo que se llevarán los ingenuos, convencidos de que la izquierda llega a la Casa Blanca de la mano de Joe Biden.

Lo sorprendente no es que existan los Demócratas Conservadores, con mayúsculas porque son una corriente asentada, parlamentarios de extracción sureña perfectamente aclimatados en la presidencia de Bill Clinton por no hablar de los Obamacons. Más chocante resulta que haya Demócratas tiznados de izquierdismo, a quienes se pueda adjudicar la etiqueta de Socialdemócratas. Y tan pronto como Bernie Sanders pronuncia la palabra «socialista», arruina sus posibilidades de ganar las primarias del presunto partido progresista.

Gracias al autogolpe de Donald Trump, el mundo ha empezado a metabolizar en qué consiste un conservador estadounidense, dispuesto a morir o preferiblemente a matar por sus convicciones. La contradicción de los encuadramientos apresurados viene documentada por los propios protagonistas de las ubicaciones anómalas. Alexandria Ocasio-Cortez, la congresista revelación predestinada a optar a la Casa Blanca y que se sintió en peligro de muerte durante el asalto al Capitolio, ha dejado claro que «en Europa, Joe Biden y yo militaríamos en partidos distintos».

La distinción de Ocasio-Cortez es una incitación al reajuste partidista. Tras ahondar en las adscripciones variables, no será una sorpresa confirmar que Trump barajaba una carrera en el partido Demócrata durante la primera década del siglo, acorde con su condición de proabortista ferozmente contrario a la invasión de Irak (en efecto, ahora se entiende mejor la inquina personalizada de George Bush). Su asesor hubiera sido el presidente Clinton, invitado junto a Hillary a la última boda del magnate.

Una vez aceptado el reto de Ocasio-Cortez sobre el traslado a Europa de los parecidos razonables en la esfera ideológica, queda hoy mas claro que nunca que Trump militaría en Vox. Aparte de los suspiros de la ultraderecha moderada por un fantoche del calibre del magnate, Santiago Abascal efectuó una pundonorosa parodia del todavía presidente estadounidense en su moción de censura. El fracaso escénico del arrebato demostró que no todos los políticos sirven para payaso, pese a su querencia por la profesión circense.

Si Trump es de Vox, entonces Biden es del PP. Con tendencia hacia Ciudadanos, por aliviar el trauma de los progresistas desinformados. Es fácil concluir que Irak acogió la mayor matanza del último medio siglo con el aval occidental. La historia enseña que el PSOE se movilizó con

singular empeño contra la liberación a muerte del país asiático, a la que debe Zapatero su primera victoria electoral en 2004, gracias a una singular carambola. Pues bien, el presidente estadounidense a estrenar, aunque el teclado se incline por «a enterrar», apoyó sin pestañear la victoriosa campaña contra Sadam y otros cientos de miles de iraquíes. Ya solo queda por encajar a Ocasio-Cortez, que seguramente estaría más próxima al PSOE que a Podemos. Con todo, su reportaje gráfico de diseño sin alpargatas en Vanity Fair recuerda en vestuario al despliegue en torno a Irene Montero, en la humilde versión castellana de la misma publicación. Al margen de la traslación al folklorismo español, hay un dato compartido por la mayoría de políticos estadounidenses, el primitivismo pueril. Viene sintetizado en la frase del veterano columnista conservador Charles Krauthammer. «Me equivoqué al publicar a su llegada que Trump era un niño de once años. En concreto, me excedí en diez años, porque el presidente es un bebé caprichoso de un año de edad».

La distorsión al ubicar a los gobernantes puede explicar que Trump inspire más incomprensión que pánico, aunque en el personaje sobren las razones para excitar ambos sentimientos. La insistencia en alancear al presidente caído puede resultar contraproducente. Siempre obediente al pabellón enarbolado por el New York Times, la prensa del planeta ha resaltado que se trata del único presidente jamás sometido a dos impeachments. El enunciado suena moralizador según corresponde a la dama gris del periodismo, pero puede volverse contra sus partidarios si Trump se convierte en el primer presidente absuelto de dos procesamientos a cargo del Senado. Y cabe recordar que solo un cinco por ciento de congresistas Republicanos traicionaron su afiliación para condenar al tortuoso multimillonario.

En fin y ante todo, ningún articulista ávido de lectores colocaría a Biden en un titular si pudiera sustituirlo por Trump. Ahora bien, este veredicto inapelable no justificaba que hubiera que recurrir al impeachment del saliente para camuflar el moderado entusiasmo que suscita la ceremonia de coronación del entrante. Al Demócrata Conservador de Delaware le convenía la tabla rasa en el comienzo de su otoñal singladura, que queda ahora envenenada por la sombra persistente de su predecesor.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats