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José María Asencio

Gobiernos de oposición

Pablo Iglesias.

 PODEMOS ha pedido al gobierno algún gesto o medida inmediata que rebaje el precio de la luz. Bien está. Pero, la duda surge en cualquier mente no necesariamente aviesa: ¿no forma parte del gobierno al que se demanda el mismo partido que le (se) insta a actuar? He ahí un misterio de la política española y un hecho más de los que contribuyen a que el gobierno no sea realmente de coalición, sino de desconcierto permanente. PODEMOS, que transita entre el ser, que le viene grande y el querer ser, que carece de contornos y se construye día a día según conviene, vive sin vivir en él y hoy es gobierno, para mañana pasar a ser oposición dentro del Ejecutivo. Un ejemplo claro de doble personalidad que le lleva a desaparecer ante los problemas reales e inmediatos, los cotidianos. Poco le inquietan estos dada su tendencia a la grandilocuencia de las ideas que dicen tener, esa que le dirige a vivir en ese mundo de lo abstracto y pedir lo que saben que no puede ser. Paradigmático es el asunto de la luz, en el que, como siempre, omite proponer medidas concretas y métodos que sustituyan al actual y vigente en toda la UE. Mera propaganda que se traduce en una falta de respeto a los ciudadanos, que necesitan un gobierno, no agitadores revestidos de ministros a los que pesa la cartera. Les viene grande.

Ante una ola pandémica fiera y el desastre invernal, han optado por el silencio. Pocos discursos han elaborado, salvo, eso sí, para oponerse a toda ayuda del Ejército, de la sanidad privada o de cualquiera que haga sombra a su revolución galapagueña. Y, una vez las temperaturas han subido de los diez bajo cero, aunque las muertes por COVID aumentan de forma notable, han vuelto a lo suyo, lo que preocupa de verdad a España: la República, el Rey emérito y la nacionalización de la industria, la banca y el fandango. Bien está eso de nacionalizar si no tuviéramos memoria; pero, una vez visto lo que hicieron los políticos y compaña con las Cajas de Ahorro, públicas, mejor dejarlo.

Un gobierno hecho con estos mimbres cuando el país se desangra entre la enfermedad y el frío, esa diversión irresponsable que caracteriza a la parte del gobierno que es oposición, solo convence a los más politizados y sin problemas para su subsistencia. Incluso puede ser una forma de pasar el confinamiento extraño en el que vivimos con el alma levantada, prietas las filas, recias y marciales. Pero, a la gran mayoría, la de los ERTES, la del paro y la de las empresas cerradas, las barricadas republicanas y los lances contra el Rey Juan Carlos, les resultan no solo indiferentes, sino incluso molestas ante la evidencia de sujetos diletantes poco conmovidos por la realidad.

Algo parecido sucede aquí, donde Compromís, que también es gobierno, solicita al gobierno, es decir a sí mismo, que adopte medidas de confinamiento distintas a las acordadas por el gobierno del que son parte. Se piden a sí mismos en un alarde de gestualidad bien ensayada. Un alarde que, aunque se explique en intentar ser, se traduce en un no ser, pues aparenta que no se es o no se está. Aunque bien pudiera ser que lo quieran es ser y estar de futuro, lo que dependerá de gobernar, no de predicar y de pedirse a sí mismos lo que no se conceden. O, simplemente, se trata de un propósito de enmienda que les honra, pero que se traduce en una confesión explícita de estar haciéndolo mal. Eso sí, actuando como oposición del gobierno del que son, culpan en exclusiva a la otra pata. Un ejercicio difícilmente definible en su esencia, pero claro en su objetivo.

En todo caso, es evidente que esta cosa de los gobiernos de coalición en este país no funciona. La razón es sencilla. Son los partidos y sus intereses los que determinan la política supeditando todo, también la institucionalidad, a las estrategias que deciden los aparatos de cada uno. Unas estrategias, las de algunas formaciones, fruto de la incapacidad de permanecer en sus partidos de origen, siendo las razones predominantes para la conformación de grupos disidentes, normalmente, la posibilidad de encontrar acomodo público y, de paso, en esta cosa de la pureza que quieren hacer ver como expresión de claridad de pensamiento, hallar en forma de cargo el merecimiento a la coherencia y fidelidad a su verdad.

Los gobiernos encierran en sí mismos a la oposición, dejando a esta última sin espacio para ser oposición. Hay que construir la oposición a la oposición del gobierno. Así el gobierno-gobierno siempre gana. Por eso, tal vez, lo mejor sea no hacer nada y dejar que el propio gobierno-oposición, ocupado en serlo y aparentarlo, aunque con poco éxito ante la ciudadanía, se diluya entre sus propias contradicciones y pugnas. O, incluso, pactar con el gobierno-gobierno y contra la oposición-gobierno. Sería oposición a la oposición-gobierno que es gobierno, aunque no al gobierno-gobierno, que también es gobierno, aunque no oposición. Porque, oponerse a ambos no es posible racionalmente y sin enfermar. Tal vez, el caos no sea caos, sino estrategia, aunque caótica para el buen gobierno. Quién sabe si estoy divagando y resulta que es todo un montaje. No me extrañaría.

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