Cuando pensaba que este maldito «annus horribilis» que ha sido 2020 iba a dar paso a un año nuevo cargado de esperanzas, no han pasado ni tres semanas para superarlo en desgracias que me afectan de un modo particular. La pérdida de personas estimadas en los primeros días por el coronavirus ha dado pie al mazazo que me ha supuesto el fallecimiento de Pepe Payá Bernabé.

No importan las más de tres décadas de amistad, los viajes en autobús a Pau para acudir a los Coloquios Internacionales sobre Azorín, las visitas a su Casa-Museo en Monóvar, el que coordinara los Premios Gabriel Miró de los que he sido presidente del jurado en las dos últimas ediciones y tantas charlas telefónicas o personales. No, es que el día 14, desde las tres y cuarto de la tarde, y durante más de una hora, estuvimos mandándonos whatsapps sobre los vínculos estrechos de Azorín con Castelar ante la conferencia que sobre este impartía el lunes en la Sede Universitaria.

Me dio, como siempre, cumplida información, me ratificó la no presencia de José Martínez Ruiz en una foto donde supuestamente aparecía en Sax con Vicente Blasco Ibáñez, acabando con la cita del libro «De Granada a Castelar» que no había leído y no encontré el fin de semana en las librerías de lance.

Lo nombré en mi charla con el afecto de siempre, sabedor que con cualquier duda que yo tuviera sobre Azorín, él me la iba a resolver solícito, sin saber que le quedaban horas de vida. Es terrible. Tras una vida gozosamente ajetreada, entre Monóvar, Novelda y Alicante, ahora su otro disfrute era el de la jubilación activa y atenta a su esposa. Y todo se ha desvanecido, y ya no podré oír su voz serena y afable.

Hace un siglo justo Azorín publicaba «Los dos Luises» en referencia de nuevo a Granada, no la ciudad sino fray Luis, así como al de León, y dos han sido las personas del mundo de la cultura que han fallecido a la par; la otra, Pilar Altamira, nieta de Rafael, el mayor erudito que ha dado esta tierra, una señora de los pies a la cabeza a la que conocí en el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, y madre de Ignacio Ramos, escritor y periodista, buen y generoso amigo, al que eché en falta en mi conferencia porque es un asiduo a las mismas que me había comunicado su asistencia a ese espacio que lleva el nombre de su bisabuelo.

Y desde la sorprendente pena, no se me ocurre mejor conclusión que recordar precisamente a fray Luis de Granada: «¡Oh muerte, cuán amarga es tu memoria! ¡cuán presta tu venida! ¡cuán secretos tus caminos! cuán dudosa tu hora! cuán universal tu señoría!».

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