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José Ramón Navarro Vera

Arte público en Alicante

“El arte trata de expresar cosas muy íntimas y ya no puede salir a la calle. Recuperar la escultura en la calle es casi imposible.”

Arte público en Alicante

En un artículo reciente (“Ciudad selfie”, “Información” 18-12-2020), a propósito del “belén gigante” levantado en la Plaza del Ayuntamiento de Alicante, reflexionaba sobre la influencia que puede tener la experiencia visual del espacio público para la formación de una mirada sensible de los ciudadanos, que en nuestra ciudad parece dirigida desde “una idea de ciudad pensada para el consumo rápido de imágenes, fomentando una mirada superficial y trivial”. El gobierno municipal parece decidido a seguir sorprendiéndonos porque, coincidiendo con la instalación del “belén gigante”, han aparecido en diferentes puntos del espacio público del centro de la ciudad, una serie de figuras de vivos colores de cochecitos, patitos, cerditos, helados, que parecen caídos del cielo. Este artículo, en cierto modo, es una continuación del citado y propone una reflexión acerca de esta clase de intervenciones en el espacio público de Alicante, cómo se conciben y qué aportan a la ciudad.

En la ciudad contemporánea, la idea de “Monumento”, tan ligado al espacio público de la ciudad burguesa, en la que confluían la dimensión estética y la rememorativa, fue sustituida por la de “Arte Urbano”, más acorde con una sociedad que carece o es indiferente a los valores que eran representados por las piezas monumentales, y que ve al pasado como algo polvoriento. “El monumento, por definición, no es democrático”, se afirmaba en una artículo reciente, que continuaba así: “Género favorito de las dictaduras. Lo contrario de lo que caracteriza a una sociedad plural y diversa. El monumento es particularmente autoritario: se impone en el espacio preeminente, habla de arriba hacia bajo, su mensaje pretende ser unívoco y lo erige la autoridad o precisa, en todo caso, de su autorización.” ( R. López Cuenca, “Babelia. El País”, 2-I-2021)

El arte urbano tuvo unos años de esplendor en torno a los 80 y 90 del siglo pasado con el llamado “modelo Barcelona”. El Ayuntamiento de la Barcelona preolímpica implantó una estrategia que denominó “Monumentalizar la periferia” destinada a desarrollar proyectos de arte urbano en barrios populares de la periferia de la ciudad ligados a espacios públicos, remodelación de viarios para favorecer al peatón y al transporte público, y a la creación de parques de barrio. Este modelo urbano produjo resultados interesantes, pero tuvo poca influencia para inspirar operaciones urbanísticas de calidad en el resto del país. Por el contrario, la “burbuja inmobiliaria”, impulsada por los cambios políticos, económicos y legislativos, que la hicieron posible a comienzos de este siglo , extendió, entre otras cosas, un urbanismo de muy baja calidad en el que el arte urbano tuvo protagonismo con las intervenciones en rotondas de viarios, en las que se ha desplegado toda clase de horrores estéticos.

En Alicante, la llegada del Ayuntamiento democrático en 1979 produjo una cierta recuperación del Monumento urbano de contenido estético y significado rememorativo. Esa época ha dejado en la ciudad dos piezas que tuvieron relevancia institucional, pero escaso interés ciudadano, cuando se inauguraron en la segunda mitad de los ochenta del siglo pasado: el “Monumento a la Constitución” obra de Arcadio Blasco, y el “Monumento a la Libertad de Expresión”, esta última resultado de un concurso que fue ganado por Anzo (J. Iranzo Almonacid) Esta pieza se inauguró en la plaza de la Estación de Madrid, espacio para la que había sido creada, y pocos años después se cambió su emplazamiento , sin dar ninguna explicación, llevándola a una rotonda en la Gran Vía.

Desde entonces han ido apareciendo obras de diferentes artistas como Sempere o Lastres, formas abstractas sin un significado definido que las alejan de la tradición del monumento. Una obra de este último escultor, “La paloma”, instalada en la plaza de Pio XII, probablemente es la única intervención de esta clase en un barrio popular de Alicante. En la Plaza del Mar, se localizan algunas de las últimas, y mas discutibles, piezas con pretensiones monumentales y artísticas de la ciudad, como son el “Monumento al soldado de remplazo” y “El adivinador”. El primero impulsado por Federico Trillo, ex-ministro de defensa y diputado por Alicante, y la segunda, obra de Juan Ripollés, regalo de la CAM a la ciudad….

Las nuevas intervenciones en el espacio urbano de Alicante, citadas al inicio de este artículo, añaden confusión y provocan perplejidad en los ciudadanos, que ya de por sí, experimentan una escena pública, en general, con muy poca calidad formal y escénica, por lo que parece pertinente enunciar algunas preguntas: ¿Quién, cómo y con qué criterios, se decide la introducción de piezas en el espacio público con una intencionalidad artística o decorativa?, ¿en función de qué concepto o idea de ciudad se decide su emplazamiento en un lugar concreto?, ¿ cuál es su coste?, ¿cuándo y cómo se ha explicado a los ciudadanos intervenciones como estas y otras de esta clase ?

En la ciudad contemporánea, el espacio público no es un contenedor de objetos, ni un museo, ni un espectáculo turístico, es el ámbito donde se despliega gran parte de la vida de los ciudadanos, en el que no son espectadores pasivos sino protagonistas. Los políticos locales se olvidan de esto cuando transforman el espacio público siguiendo sus deseos o caprichos. Hay que recordarles la responsabilidad que adquieren cuando actúan así, ya que deberían saber que los ciudadanos buscamos un espacio público urbano que nos acompañe sosegadamente, sin sobresaltos ni agresiones a nuestra mirada, un espacio público que nos reconforte con lo que reconocemos, y estimule con lo nuevo que descubrimos.

José Ramón Navarro Vera. Profesor honorario de urbanismo de la UA

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