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Miguel Ángel Goberna

Exámenes presenciales versus exámenes en línea

Miguel Ángel Goberna

Confieso que aborrezco las redes sociales y sus mensajes de brocha gorda, pues tanta brevedad borra los matices. Prefiero, con mucho, el formato largo de artículos y libros, donde puede uno argumentar sosegadamente. Viene esto a colación de mis controvertidas declaraciones sobre los exámenes en la Universidad de Alicante (UA) publicadas en la edición del domingo 17 de INFORMACIÓN, en las que expongo “mi” verdad sobre los exámenes en línea, pero no toda ella, por exigencias del género periodístico (que podríamos llamar entrevista breve).

Es importante subrayar el hecho de que las universidades españolas se rigen por sus propios criterios de evaluación, respetando siempre el laxo marco jurídico común. La UA es una de las pocas que exigen que al menos la mitad de la calificación final del alumno se obtenga mediante procedimientos de evaluación continua, que pueden incluir la realización de trabajos de curso, exposiciones orales, prácticas de todo tipo, controles con o sin eliminación de materia para el examen final, etc. De hecho, hay asignaturas que se pueden aprobar al 100% de esta forma, sin tener que realizar examen final alguno. En el caso de que sea obligatoria la realización de un examen final, el peso de su nota es, como mucho, del 50% y el alumno dispone de dos convocatorias para superarlo. Nada que ver con los exámenes de asignaturas anuales de los años 1960 (sin exámenes parciales ni exámenes de repesca) ni, mucho menos, con los clásicos Mathematical Tripos examinations de la Universidad de Cambridge, donde los aspirantes realizaban, en el transcurso de una semana, una prueba combinada de todas las materias cursadas a lo largo de los tres años de carrera (el actual grado). Quiero decir con esto que los actuales exámenes finales de la UA no deberían contemplarse con pavor, ni tan siquiera con prevención, sino como una ocasión para demostrar que se ha cursado una materia con cierto nivel de aprovechamiento. En el caso particular de la asignatura que he impartido este semestre, los alumnos han realizado cuatro trabajos de curso, tres de los cuales serán evaluados, y tanto el examen final como su repesca los realizarán teniendo a su alcance todo el material que estimen oportuno (libros, apuntes, calculadora de mesa), excepto dispositivos móviles.

La segunda peculiaridad de la UA es que permite a los alumnos desconectar las cámaras durante la realización de los exámenes en línea. Estamos en el extremo más laxo de las medidas que garantizan la autoría de las respuestas por parte de los examinandos, lo que la sitúa en el polo opuesto de aquellos centros que exigen mantener la vista sobre la pantalla desde el comienzo del examen hasta su finalización (quedando descalificado el alumno al cabo de cierto número de pérdidas del contacto visual con la cámara), estando en posiciones intermedias aquellas que exigen cámaras que permiten una visión de 360º alrededor del alumno. Eso sí, contamos con una herramienta informática que nos permite repartir los enunciados de forma aleatoria y efectuar la recogida de las respuestas secuencialmente. Nada de eso impidió que la cuarta parte de mis alumnos resolvieran el curso pasado, sospechosamente, un problema -todos el mismo- que no coincidía con ninguno de los que yo propuse. Siendo positivos, convengamos en que no es poca cosa que tres cuartas partes de los alumnos de matemáticas -que están, junto con los de física y traducción e interpretación en inglés, entre los mejores del campus, a juzgar por las notas de corte para ingresar- resistieran la tentación de copiar o ser suplantados cuando podían hacerlo con total impunidad. A falta de datos que permitan estimar la extensión del fenómeno, por ejemplo, los incrementos en los porcentajes de aprobados o los excesos de matriculación del último año en comparación con el anterior, me limitaré a afirmar que ambos incrementos fueron muy apreciables en el Grado en Matemáticas, que es la titulación que mejor conozco.

Terminaré aclarando que si me opongo a los exámenes en línea, salvo causa de fuerza mayor (que se podría sortear aplazándolos, como se han aplazado las elecciones catalanas), es porque tienen unos pocos ganadores y muchos perdedores, a saber, los compañeros honrados que no podrán competir por becas de investigación en igualdad de condiciones con los tramposos, los egresados antes de la pandemia -y también los futuros- cuyos títulos pueden verse devaluados y, finalmente, la sociedad en su conjunto, que recibirá una cohorte de graduados cuya formación no habremos podido certificar debidamente (yo desde luego, no pongo la mano en el fuego por alumnos que hayan superado hasta dos cursos sin examinarse presencialmente). Por cierto, no somos pocos los que desconfiamos de los exámenes en línea, como demuestra el hecho de que las principales universidades norteamericanas (las de la Ivy League) estén exigiendo a los aspirantes a ingresar que sus centros de procedencia acrediten qué notas, de sus expedientes académicos, fueron obtenidas mediante exámenes presenciales (face to face), que son los considerados fiables. En esa misma línea, quizás haya que ir pensando en la conveniencia de que los suplementos europeos a los títulos reflejen el tipo de evaluación de cada asignatura superada.

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