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Irene Montero.

La mezcla del color rojo con el azul, logran un tercero, que es el color de mi infancia. Para Sole, mi madre, no fue nada fácil. En realidad, ella no la tuvo, porque cuidó de sus hermanos pequeños mucho antes de que ella dejara de ser niña, y además trabajó duro en aquellos campos de Castilla, los mismos que describía Machado.  Y lo hacía, por supuesto, sin dejar de lado las tareas propias de su sexo, aunque a su vez encargara de las de ellos. Pero no vistió de ese color ni por lo uno, ni por lo otro, sino que lo hizo por una promesa a la virgen de mi pueblo, la de “La Salud", que es la de Marugán.   

Muy claro no tengo quien de las dos cumplió más con quien, porque en su niñez, y en la mía, despidió ella a varios hermanos, y yo a uno de ellos, y desde que nació, hizo lo que le tocaba, y es que todos la necesitaban, sin hacer casi nunca nada para sí misma, como la mayoría de su generación. 

Hijas del arado y de ¨lo que Dios nos dé¨, aunque nunca fue, ni es, de rogar, ni de mazo, pero sí de empeñarse en darnos la suficiente formación para que todas nosotras, y el quinto, y único hijo varón, fuéramos al pueblo de vacaciones, y jamás a trabajar de sol a sol", como hizo ella. 

Confieso que, de adolescente, e incluso ya mucho después, el morado no me gustaba nada. Me recordaba a aquel habito desfavorecedor, y a las procesiones de esos señores encapuchados que revivían la tragedia de la muerte de un señor desnudo, ensangrentado, bueno, sabio, guapo y tan bien esculpido por nuestra imaginería, como terrible en mis pesadillas. 

Pero todo cambió cuando tuve el privilegio de coincidir con mujeres sabias que hablaban de feminismo, y una de ellas me regaló un colgante de ese color, representaba un trozo de tela con una aguja y un dedal, homenaje a las mujeres que quemaron en la fábrica Cotton Textile de Nueva York en 1911. 

Aquella extraordinaria señora se llamaba Elena Soriano, y me dedicó uno de sus libros "Testimonio de una madre", que fue muy importante en mi "no" a las drogas, incluso más por su mirada, que por sus letras. 

Al poco tiempo descubrí a Josefina Carabias, madre de mi admirada maestra y amiga, Carmen Rico Godoy, compartí en las distancias cortas con Rosa Chacel. Leí a Federica Montseny, de María Zambrano, y seguí muy de cerca, a Lidia Falcón. Hoy presumo de amistad con los nietos de Luisa Carnés, y deseo, fervientemente, que la mía no herede nada del machismo que aún me queda por perder en mis dependencias emocionales, y que este país nuestro, que ha logrado un Ministerio de Igualdad, no siga utilizándolo contra la memoria de aquellas que se dejaron la vida, y trabajaron sin cesar, por nuestro hoy. 

También las que, como mis abuelas, y mi madre, sin conocer el privilegio de la cultura, ni el de las ideas propias, nos labraron el camino. 

Y es que no puede ser que ahora pretendan convertirlo en un "cajón desastre" donde todo vale.  Es inadmisible que se nos borre literalmente a las mujeres, que no sea tajante y firme con la abolición de la prostitución, que permita que alquilen nuestros vientres, y mire para otro lado con la mayor barbarie que continúa perpetuándose y silenciándose generación tras generación, el incesto, y los abusos a menores dentro, y fuera de la familia. 

Sin olvidarnos que todavía continúan aplicándose en los juzgados síndromes inexistentes contra las madres, como el Falso SAP, precisamente por defender a sus hijos e hijas de sus agresores, y permitiéndose custodias compartidas, y visitas a los maltratadores y violadores, con sus víctimas, que sin duda son los niños, niñas y adolescentes. 

Es incomprensible que se tenga que publicar un libro con nombres y apellidos de testimonios de otros, para que en los medios de comunicación españoles hablemos de ello.  Buen ejemplo es el de J.J Freyd "Abusos sexuales en la infancia. La lógica del olvido", salvo cuando por intereses, nada inocentes, salvamos a los verdugos, como se ha hecho con las mujeres de "Infancia libre”. 

De morado ha jurado Kamala Harris en Washington su cargo de vicepresidenta de EE. UU, el mismo tono que ha elegido Hillary Clinton, y la ex primera dama, Michelle Obama

Ojalá que sea un símbolo al que le sigan compromisos, y hechos, para un mundo más justo, y en lo que nos toca más cerca, sería deseable que Irene Montero, máxima responsable de un ministerio que necesita la responsabilidad de una mujer feminista, sepa a quienes nos representa, y el porqué del color morado, que no es cosa de hombres que se sienten mujeres, ni de machirulos que viven de ellas, ni de sus vientres, y aún menos de sus hijos. 

Tener que recordarlo duele, porque en el durante nos están matando, y no es su administración la única que no lo está haciendo como esperábamos, aunque sea a la que más juzguemos. Igual es porque es mujer, y mujer se nace, y considero que no debería olvidarlo, y tampoco las demás, y es que no es solo cuestión de cuotas ser mujer y feminista. 

El que evidencia su machismo, y por lo poco que se vende, es el alcalde de Madrid, el señor Almeida, autorizando borrar el mural de las mujeres del barrio de La Concepción de la capital.  Todas ellas con nombre, y méritos propios, y lo menos explicable es compararlo con pintadas proetarras…  

Con estos hechos es difícil entender que el morado sea la mezcla entre el rojo y el azul, pero hoy más que nunca, es necesario, incluido el hábito de “La Virgen de la Salud

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