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Rafael Simón Gil

El ocaso de los dioses

Rafael Simón Gil

Hacia la verdadera libertad

China.- Kuaishou, rival de Tik Tok y participada por Tencent, repunta un 160 por ciento en su debut en Bolsa

Ha tenido que instalarse en el mundo una pandemia globalizadora, antisoberanista, antisupremacista y multilateral, venida de China, para que las decadentes democracias occidentales se den cuenta de lo muy equivocadas que estaban en sus modelos de sociedad. Ha tenido que ser de la mano del Covid19 para que, por fin, esas caducas democracias caigan de su condescendiente ceguera y atisben la verdadera luz que les salvará. Han tenido que producirse dos millones y medio de muertes y ciento diez millones de contagios del virus chino para que los pilares de la falsa libertad que predicaban las democracias occidentales ardan sumidos en la hoguera de su propia contradicción. Y ha tenido que ser una crisis sanitaria propiciada por la epidemia venida de China la que ponga ante el espejo de sus fracasos al hasta ahora llamado mundo libre. Nada volverá a ser igual para los engreídos esnobistas occidentales; cuando salgan de la pandemia venida de China deberán ajustar su trasnochado sistema de valores para adaptarlo a los sistemas del futuro, a los que funcionan de verdad, como el chino.

Por si albergan alguna duda acerca de la veracidad de cuanto les relato sobre la superioridad ético-práctica del modelo chino de sociedad y su régimen político, resulta que mientras que el ¿mundo libre? sufre en sus respectivas economías una dramática bajada del PIB (sobre todo España, cómo no, con más de un 11%), China no baja, crece un 2’3%. ¿Les llama la atención el dato? A mí no, por eso voy a intentar explicarlo sin que sufran shock postraumático Covid19. Pónganse las mascarillas para no oler unas cuantas verdades. En China nació el virus; las autoridades chinas lo ocultaron al mundo al tiempo que daban instrucciones a la OMS para que minimizase la infección; el mundo comenzó a contagiarse de virus y de ignorancia; China detuvo y sigue deteniendo a quienes cuestionaron el relato oficial advirtiendo del grave peligro; China no facilitó a la comunidad científica internacional datos fiables del virus y su propagación; las autoridades chinas iniciaron una obscena campaña de intoxicación de medios de comunicación -en comandita con los multimillonarios líderes globalistas- para evadir responsabilidades y elogiar la actuación de su gobierno; la mayoría de productos que necesitaba el mundo (mascarillas, guantes, medicamentos, test, equipos de protección) resulta que se fabricaban en China; por tanto, mientras el virus chino arruinó al mundo, China se hizo rica. Hoy seguimos sin saber la verdad. Ya pueden quitarse las mascarillas. ¿Huelen? Póngaselas de nuevo.

Una de la grandes lecciones que se deben sacar de la colosal crisis sanitaria, económica, política y de valores que está padeciendo el mundo (sobre todo las democracias occidentales) -y sin duda la más importante- es reconocer de una vez por todas que el modelo político chino que combina, sin ruborizarse, el oxímoron convivencial de un capitalismo salvaje con una dictadura comunista, es la fórmula infalible a la que deben acogerse en adelante las fracasadas democracias occidentales, España entre ellas. Ahora cobra sentido, cien años después, la cínica respuesta que Lenin espetó a un ingenuo político español, Giner de los Ríos: ¿Libertad, para qué? De ahí que el régimen autocrático creado por Putin en Rusia -trasunto del zarismo y del sistema soviético Lenin-Stalin del que el propio Putin fue paladín en la KGB-, esa autocracia, digo, se alimente del epigrama ¿Liberad, para qué? Y como ejemplo empírico de esas verdaderas democracias, las autoridades rusas detenían esta semana a más de 2.000 manifestantes que protestaban por la condena a tres años de prisión del disidente ruso Navaldi. Les recuerdo que este opositor fue envenenado en la propia Rusia, y, a punto de morir, consiguió que lo trasladaran a un hospital de Alemania donde fue curado. Nada más regresar a la Rusia que casi lo asesina es detenido y condenado tras un juicio sin juicio. ¿Libertad, para qué? ¿Y los líderes de las democracias occidentales? Usando “paletó”, como hacía Fernando VII, el felón, mientras esperaba impaciente ser nombrado rey de España por Napoleón.

Como saben ustedes dos dada su dilatada experiencia, China, Rusia, Irán o Cuba, son de los países que más y mejor respetan los derechos humanos, sobre todo los de la mujer, el colectivo LGTBI, las minorías religiosas, la disidencia política y la libertad de prensa. En ninguno de ellos hay presos políticos ni de conciencia; en ninguno se persigue a nadie por pensar diferente al poder establecido; en ninguno se encarcela o se ahorca a los homosexuales; en ninguno se persigue la ideología feminista; en ninguno se prohíbe la libertad de expresión e información. Además de esas ventajas, resulta que incluso en la mayoría de los casos sus súbditos comen casi todos los días, no hay paro oficial e internet funciona cuando al régimen le conviene. ¿Qué más se puede pedir? Por eso se entiende cada vez mejor que el mundo occidental, sus fracasadas democracias, reorienten el rumbo de sus ajadas naves y dirijan proa hacia la verdadera libertad. Ese es el mensaje que transmite China al mundo: si queréis seguridad, si os aburren vuestras falsas democracias que os han abandonado frente a la pandemia, aquí está China para liderar el mundo. ¿La libertad? Para qué.

Ahora que la extrema izquierda encastada, el feminismo talibán, diversos colectivos y ONG se quejan amargamente de la Europa decadente, arbitraria, insolidaria, antidemocrática y fracasada, al tiempo que silencian e incluso ponderan regímenes como el chino, el iraní o el cubano como paradigmas en los que deberían mirarse las democracias caducas que no ven que el futuro de la humanidad está en esos modelos, ahora, viene a mi memoria la anécdota de Borges. El escritor argentino era un furibundo antiperonista, y un día al cruzar la calle fue ayudado por un joven; cuando éste reconoció a Borges empezó a disculparse por ser peronista, a lo que el sarcástico literato contestó: “No se preocupe, yo también soy ciego”. A más ver.

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