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Juan R. Gil

ANÁLISIS

Juan R. Gil

La teoría del caos

Las encuestas internas que maneja el PP le dan por primera vez posibilidades reales de gobernar la Comunidad, con un vuelco en Alicante que deja expedita la candidatura de Mazón a pesar de casos como el de Cano

La teoría del caos

Cumplido un mes desde que se inició la vacunación, estamos como en aquel viejo chiste del infierno inglés, en el que los que entraban eran condenados a ser azotados todos los días, y el español, donde el castigo era ser cubierto a todas horas de inmundicia. Cada noche, el inglés, lleno de cardenales y moratones, se cruzaba con el español, impoluto y perfumado. «¿Pero a ti no te tenían que llenar de porquería?», preguntó al fin el británico. «Sí, pero es que un día no hay cubo, otro no ha llegado la basura, otro está librando el que me la tiene que echar...». Pues lo mismo con las vacunas: un día no hay dosis, otro faltan jeringuillas, otro es festivo... y así vamos, a un ritmo desesperante.

La buena noticia es que la propia dinámica de las cosas acabará imponiéndose. Cada día aparecen nuevas oportunidades de contar con vacunas -la última, la rusa- y, habiendo dosis, la misma maquinaria administrativa tan pesada en España y que tanto lastra este país acabará imponiendo un ritmo cada vez más acelerado de inmunización. La mala, que entre tanto hemos vuelto a ver florecer en todo su esplendor la acreditada picaresca nacional y los partidos políticos, una vez más, han sido incapaces de actuar con diligencia y dignidad ante los ciudadanos. «España es un país donde la gente se cuela hasta para comulgar», recuerda siempre Iñaki Gabilondo. Y en eso, la Comunidad Valenciana no ha sido menos, sino más: alcaldes, concejales, diputados provinciales, un obispo, un fiscal, el líder de un sindicato... La vergüenza de las «vacunaciones VIP» demuestra que la sociedad valenciana, a pesar de haber inaugurado el siglo soportando los mayores escándalos de corrupción y caciquismo, sigue sin ser capaz de dar el paso a la modernidad que supone la existencia de un tejido civil fuerte y exigente y una administración rigurosa y diligente. Y que los partidos políticos, ni los viejos ni los nuevos, tampoco han aprendido nada.

Si los sondeos de los populares fueran certeros Ximo Puig no rentabilizaría sus acciones en Alicante. ¿Por qué? Seguramente porque no tiene infantería sobre el territorio

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Los alcaldes del PSOE que abusaron de su cargo para dar, en el peor de los momentos, el peor de los ejemplos, siguen en sus puestos: ni dimiten, ni les echan. El secretario general de CC OO, vacunado antes incluso de reincorporarse a su puesto de trabajo, balbucea explicaciones que el sindicato no le hubiera consentido a nadie de signo contrario. El obispo de Orihuela-Alicante, inmunizado como miembro de una residencia en la que no vivía, no ha pedido perdón a su rebaño por anteponer el pastor a las ovejas, ni por permitir que un sacerdote negacionista celebrara el culto sin mascarilla poniendo en peligro a los feligreses. El cura, finalmente, ha enfermado de covid, pero no sabemos a cuántos pudo contagiar entre tanto. Lo que sabemos es que la Casa Sacerdotal ha sufrido un brote extenso y que el Monasterio de la Santa Faz, con la mayoría de las monjas de clausura contagiadas, tuvo que ser ayer desinfectado. Ora pro nobis.

¿Qué mas sabemos? Que la conselleria de Sanidad sigue siendo un campo de batalla entre el PSOE y Compromís, en el que todo el mundo es culpable y nadie es, en el más literal sentido de la palabra, responsable. La titular de Salud Pública de València ha sido destituida, en algo que se parece más a una prolongación de la larga noche de los cuchillos largos que se vive en ese departamento que a una decisión adoptada por razones operativas. Pero el caso cierto es que al menos hasta el 20 de enero no hubo instrucciones sobre lo que hacer con las dosis sobrantes tras cada jornada de vacunación. Eso no exime de culpa a los que se las pusieron por el morro, como los citados anteriormente, pero sí es otra prueba que el tándem Ana Barceló (consellera, del PSOE)-Isaura Navarro (secretaria autonómica, de Compromís) da muchos más problemas que los que debería solucionar.

Ciudadanos impulsó el «castigo» a Bernabé Cano. Pero se equivocó votando mociones en la Diputación que sabe que no puede cumplir. No se puede jugar a todo y ganar

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Hacia ese punto, la conselleria de Sanidad y sus protocolos, lleva semanas intentando dirigir la atención Carlos Mazón, presidente de una Diputación donde acabamos de ver la sesión plenaria más surrealista que se recuerda, impulsada al mismo tiempo por el lógico deseo de PSOE y Compromís de hacer caer al gobierno del PP y de Cs; y el no menos lógico juego de estos dos últimos partidos de repartirse los papeles de poli malo y poli bueno para que, al final, todo parezca cambiar sin que nada cambie. Tenemos a un diputado del PP, Juan Bautista Roselló, galleándose: no le tocaba vacunarse, aprovechó para hacerlo que su propio departamento le había puesto en un listado en el que no tenía por qué estar y que ese listado fue aprobado, sin mayor control, por la conselleria y, como hasta aquí el escándalo le había pasado de soslayo, ahora se viene arriba y dice que se va a querellar contra quien le tosa. Hay que tener mucha cara. Y tenemos a otro, Bernabé Cano, que se saltó todas las normas habidas y por haber, se hizo un publirreportaje en un geriátrico, se fotografió con ancianos y mostrando, ufano, una de las dosis de las que después se benefició y sigue sin reconocer, al menos, que no actuó correctamente y poniendo en un brete con su actitud a su partido y a la institución, de la que es verdad que ya no cobrará sueldo ni tendrá área que dirigir, pero que continúa contaminando con su negativa a dejar el acta y que corra la lista. Tres mociones, tres, se han llegado a aprobar esta semana: una pactada entre Ciudadanos y el PP, en la que se pedía lo que ya se ha hecho, que Cano perdiera el sueldo y la competencia; y dos presentadas por separado por Compromís y el PSOE, en las que se reclamaba que, o dejara el acta, o fuera expulsado de la disciplina del PP y pasara a ser diputado no adscrito. El problema es que Cs votó las tres. Y, aunque se crea vencedor de la jornada, con ello lo que ha demostrado es su falta de criterio. El gobierno del PP y Cs en la Diputación no va a caer por esto. Ni siquiera sería lógico que así ocurriera: los gobiernos de coalición deben caer por diferencias irreconciliables entre sus miembros o porque no funcionan, no por quedar mejor o peor. Pero a ver cómo explica ahora Ciudadanos que, habiendo votado a favor de que Cano sea apartado de sus filas por su socio de gobierno, éste no lo haga y aquí no pase nada. Los de Arrimadas podían haber votado su propia moción y haberse abstenido en las otras. Pero queriendo jugar a parecer más éticos que nadie, cuando saben que no pueden ir más lejos de donde han llegado ya, se han metido en un callejón que ha tirado por tierra su impulso inicial que fue el que hizo al PP, al menos, quitarle el estipendio a Cano. Les falta un hervor.

Mazón tampoco ha pedido perdón en nombre de su partido por lo que han hecho Cano y Roselló. Ni siquiera los ha reprobado de forma pública y sin matices. Y sería lo mínimo que debería hacer como líder del PP. Pero saldrá de ésta. Por supuesto. Como se dijo aquí casi al día siguiente de su toma de posesión como presidente de la Diputación, Casado y García Egea tienen muy claro que él será el candidato a la presidencia de la Generalitat Valenciana y sólo falta poner fecha a la esquela política de Bonig. Él ya tiene su propio equipo de agit-prop en València para que le vayan levantando el edificio mientras cavan la fosa de la todavía presidenta regional. Y las encuestas internas del PP lo cierto es que le acompañan. La última sitúa a los populares con posibilidades reales, después de mucho tiempo, de alcanzar el Consell con la muleta de Vox y gracias a que el derrumbe de Cs lo rentabilizan ellos y no el PSOE, a pesar de los esfuerzos de Ximo Puig por conquistar el centro político, y a que la caída del voto a Podemos, que también se refleja en ese sondeo, se la reparten entre Compromís y Vox, aunque es el partido de la ultraderecha el que más pesca en ese caladero.

Las «vacunaciones VIP» demuestran que la sociedad valenciana no ha dado el paso para dejar atrás la etapa de los escándalos: ni es exigente ni sus partidos son rigurosos

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Pero lo más significativo quizá de esa encuesta, es que el verdadero vuelco se da en Alicante, donde el PSOE, que ganó claramente las últimas autonómicas, perdería ahora y el PP recuperaría la primera plaza. Por si faltaba algo para darle alas en Génova a Mazón.

Si la encuesta fuera buena -que aunque la haya encargado un partido, no tiene por qué no serlo-, todo el cuidado con el que Ximo Puig ha tratado a Alicante durante ya más de cinco años de gobierno, todo los Vega Baja Renhace, los distritos digitales, la primera conselleria con sede en la provincia... todo eso, no lo rentabilizaría electoralmente el PSOE. ¿Y por qué? Porque la política se rige por las mismas reglas que la milicia, y un territorio sólo se conquista cuando despliegas la infantería. Y en Alicante, Ximo Puig no tiene. Del secretario provincial del partido, José Chulvi, sólo sabemos algo cuando, como ayer, se produce una noticia luctuosa y escribe un obituario. De los alcaldes de Elche, Elda, Alcoy o Dénia, nada que no sea sobre su propio terruño. Del portavoz dizque socialista en Alicante, mejor ni hablar. Así no se avanza, sino que se retrocede.

De todas formas, nada está escrito. La encuesta está hecha en el peor momento para Puig, ese en el que hemos pasado de dar lecciones de cómo dirigir un gobierno de coalición y gestionar una crisis, a enseñar todas las costuras del traje. Pero si la pandemia ha demostrado algo es el valor de la Teoría del Caos. La que advierte de que en un sistema dinámico cualquier variación, por minúscula que sea, es capaz de alterar el curso de las cosas. Que nos queda juerga para rato, vamos.

El portavoz emboscado

Adif, el ente que controla las infraestructuras ferroviarias y que depende del Ministerio de Fomento que dirige el valenciano José Luis Ábalos, ha intentado esta semana hacerle una vez más la cama a Alicante, dentro de su inveterada conducta, sostenida con independencia de quien gobierne en Madrid en cada momento, de desprecio absoluto por esta ciudad. Detrás de la Casa del Mediterráneo, de cuyo triste sino habrá que ocuparse seriamente en otro momento, pretendía instalar un aparcadero de trenes. En primera línea. Y sin avisar a nadie. Con un par. En esta ocasión, por fortuna, la reacción de las asociaciones vecinales de Alicante, de Compromís y del bipartito del PP y Cs que gobierna el Ayuntamiento ha sido rápida y ha conseguido impedir el atropello. De los que no se ha sabido nada es de los de Vox, a los que todo excepto sus obsesiones les importa un rábano, ni de Podemos y el PSOE, justo los partidos que están en el Gobierno central. Ayer, una vez encauzado el problema, el portavoz socialista en el Ayuntamiento, Francisco Sanguino, que no había sido capaz de decir esta boca es mía, nos sorprendió a todos con un largo artículo en este periódico donde poco menos que venía a apuntarse el tanto de la resolución merced a unas supuestas gestiones que habría hecho él ante las autoridades competentes. ¿Qué gestiones? ¿Ante quién? ¿Exactamente cuándo, dónde y con quién ha hablado Sanguino? No lo dice. Es que él se mueve en las sombras. Qué casualidad: el lugar donde habitan los fantasmas.

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