El Covid-19 ha puesto de nuevo de actualidad una costumbre muy de aquí, que igual que la siesta, es parte de nuestra historia y de nuestras costumbres. Se trata de las colas. Ahora con la crisis sanitaria, la cola que se lleva es la de la vacuna.
Y como siempre, esta forma de esperar el momento es asaltada por caraduras y desvergonzados. Los hay de todos los colores, alcaldes, concejales, consejeros, militares, obispos, sindicalistas y un número indeterminado de cargos públicos e institucionales.
A estos desalmados, aprovechándose de los puestos que ocupan, no les ha temblado el brazo para ponerlo ante la jeringuilla, por delante de miles y miles de ciudadanos, ancianos y sanitarios, que ocupaban los primeros puestos de la cola.
Muchos de los casos están saliendo a la luz en los medios y hasta la fecha pocos son los protagonistas de estos hechos los que han dado la cara y han dimitido o han sido cesados. La mayoría o han callado o han dado explicaciones que rayan en la mentira o en la falsedad.
El espectáculo ya está en las televisiones, en las emisoras de radio y en la prensa escrita pero todavía la Justicia, jueces y fiscales, no han dado el paso para que la Ley dictamine la conducta de estos individuos.
Mientras tanto la cola continúa.