Que en la ciudad de Alicante la lengua valenciana sea usada como trampantojo tiene su intríngulis. ‘Trampantojo’, según la RAE, ‘trampa ante ojo’, “trampa o ilusión con que se engaña a alguien haciendo ver lo que no es”.

Alicante cumple con el valenciano ‘de cara a la galería’. Con su señalética. En el callejero. En los impresos de la administración. En todo lo que procede de la Administración. Su campus universitario, en apariencia, es territorio en valenciano. En trampantojo.

No deja de ser curioso que incluso la lengua de las fiestas, de les Fogueres, sea el valenciano, enorme trampantojo teniendo en cuenta que sus comisionados pueden ser en su totalidad castellanoparlantes y realizar el llibret, como sus actos sociales, en valenciano, por optar a algún premio y ganar unos eurillos.

¿Pero, y en la calle? Salgo y escucho con atención. Los conductores de los autobuses de cualquier línea de la ciudad, con sus compañeros, hablan en castellano. Las citas en los Centros de Salud, las telefónicas y las presenciales, en castellano. Los pagos en las colas de los supermercados, ojo, en todos los supermercados de la ciudad, en castellano. Los préstamos en la Biblioteca Provincial, en castellano. La gente que habla por el móvil por la calle, en castellano. Las paseantas de perros que salen a encontrarse con alguien y platicar, en castellano. Los taxistas, en castellano. En los restaurantes y las terrazas, en Luceros y en Castaños, en castellano.

Es normal que quienes sí hablan la lengua valenciana, tan residual en Alicante, estén cabreados. Pero yo les consolaría. Que piensen en lo que les favorece el trampantojo: ¿de qué otra chistera van a sacar 330.000 valencianoparlantes ficticios para sumar adeptos en sus estadísticas?