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Alfons Garcia

En construcción

Una imagen de 'The Newsroom'

Cada mañana, al levantar la vista mientras exprimo el zumo nuestro de cada día, veo al otro lado de la calle la ventana medio subida de Marcial. Vive solo. Tiene más de noventa años. A veces lo veo a él, con los pelos del despertar y un transistor pequeño en la mano, mientras se prepara para salir o empezar a pintar una de esas acuarelas con paisajes que de vez en cuando nos regala. Sé que la vida va por esa persiana que cada noche cae y cada mañana se repliega. Pequeños ritos para marcar la cadencia de los días, para sosegar el alma porque, pase lo que pase, todo volverá a ser normal por la mañana.

Sabemos que la democracia va si hay debate y disparidad de criterios dentro de unas normas pactadas y revisables. La democracia no es cuestión de plenitud, sino de ser o no ser. Se echa en falta solo cuando deja de estar. Es una frase corriente, pero cierta. Mientras está, la calidad del aire siempre es mejorable. Incluso en lo alto del Everest podría ser mejor sin tanta presencia humana por allí. Una democracia plena es una contradicción plena porque por naturaleza es imperfecta. Un sistema que parte de la convicción de que es el menos malo lleva intrínseca la capacidad de evolución.

Además de hablar por estar (para que se vea que se está en plena campaña electoral) y de acaparar la vida pública por unos días, el debate de la semana demuestra simplemente que la democracia va. Mejor o peor, según quién opine, pero va, que no es poco. En construcción. Tampoco es una declaración de conformismo. Se queda en la categoría de humilde constatación en un país que en pocas décadas ha pasado de dar lecciones de transición feliz de la dictadura a la más moderna de las democracias a tener que justificar ante sus jóvenes que no fue una estafa política.

A algo así suena la insistencia de algunos poderes públicos en defender la plenitud de la democracia española. Cuestionar la misma democracia que permite con normalidad que el vicepresidente del Gobierno sostenga que no hay calidad democrática es tan absurdo como defender la pureza de un sistema que dirime en los tribunales las cloacas del Estado y la existencia de una policía patriótica, que no son sino formas de los gobernantes de intentar aprovecharse del poder para apropiarse de él. El mismo hecho de que los promotores de esos mecanismos sucios estén paseando por los juzgados confirma la vitalidad de esa democracia. Y el mismo hecho de que un juez pueda modificar decisiones de salud pública, colectiva, pone en entredicho ahora la plenitud democrática. Y así se podría continuar… Democracia, sí, en fin, pero sin sacar pecho.

¿Hay calidad democrática en un país donde la relación entre las instituciones y los medios de comunicación parece que solo puede bascular entre la propaganda o el palo? ¿Donde algunos grupos políticos rechazan de entrada cualquier resolución si la firman los del otro extremo del arco político? ¿Los vetos por anticipado a candidatos contrincantes indican buena salud democrática?

¿Es de buena calidad democrática un sistema tan polarizado? En el capítulo estelar de The Newsroom, el protagonista abomina del Partido Republicano, al que pertenece, porque le exige odiar a los demócratas (eran los tiempos del Tea Party, que hoy, después de Trump, parecen tan tiernos). En eso estamos, en un país donde los otros mienten y escasea la autocrítica.

¿Demuestra calidad democrática una gestión de la pandemia en la que han faltado muchos datos para comprender su plenitud y complejidad, una pandemia vivida sin casi imágenes del horror de la muerte porque las autoridades así lo decidieron, pensando que la sociedad no era suficientemente madura? ¿Hay vitalidad democrática allí donde algunos se cuelan para recibir la vacuna y donde otros derrochan egoísmo y pagan 50.000 euros para irse 21 días al lejano Oriente y regersar perfectamente inmunizados?

Es, en definitiva, la democracia que merece una sociedad. Poco más. La misma en la que médicos jubilados han decidido volver al hospital porque la situación lo requería y donde la solidaridad ha crecido cuando más se necesitaba. La misma que espera a Marcial cada mañana al otro lado de la ventana, la que le ha enseñado que se empieza a ganar a las adversidades con una sonrisa, por mucho que haya días que se agoten las ganas.

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