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Matías Vallés

El Rexit de Felipe VI

El alejamiento radical que implica la formación de la heredera en Gales puede ser replicado con un distanciamiento popular

"Felipe VI, un rey en la adversidad", de José Antonio Zarzalejos, revela las claves de un reinado convulso

Isabel II interpretada por Olivia Colman se lamenta enérgica, en la tercera temporada de The Crown, de que «los reyes anteriores suelen estar muertos». España constituye una excepción, y en esta evidencia biológica radica el drama de la corona. Ahora mismo, no existe ninguna sospecha de que Felipe VI haya heredado los comportamientos económicos de su padre. Por desgracia, tampoco participa de un carisma que el biógrafo regio José Luis de Vilallonga ya advirtió que «no se transmite automáticamente de padre a hijo, hay que conquistarlo».

España tiene dos reyes, según reconoce la propia Casa del Rey al conceder el tratamiento regio en sus escritos a Juan Carlos I. Se bromea estos días sobre el destierro evidente del Emérito, al mismo tiempo que se envía a la Princesa de Asturias a formarse en Gales. Con todo, es más grave el Rexit, el aislamiento de Felipe VI. La diferencia de talante con su predecesor puede ser incluso de agradecer en épocas de austeridad, pero el monarca en ejercicio no puede permitirse el lujo de quedarse a solas, del ensimismamiento.

De ahí que esta semana se haya vuelto a emitir un mensaje equivocado. El alejamiento radical que implica la escolarización de la heredera en Gales puede ser replicado con un distanciamiento popular, en tiempos de zozobra por la pandemia. Los practicantes más acendrados del nacionalismo español defienden ahora el cosmopolitismo, nada menos que en la pérfida Albión. Conviene por ello extirpar del debate a quienes hubieran abominado de la matriculación de Leonor de Borbón en cualquier centro, pero sobre todo de quienes hubieran aclamado toda decisión emanada de La Zarzuela. Al fin y al cabo, son los mismos que en 2014 editorializaban que Juan Carlos I se hallaba pletórico de forma, con lo que se oponían de facto al acceso al trono del actual Jefe de Estado.  

Ningún Rey es de izquierdas, pero ahora que solo elogian a Juan Carlos I quienes se atrevieron a criticarlo en activo, cabe reconocerle un escrutinio muy acertado de la propensión izquierdista de sus súbditos. El CIS de Soraya y de Tezanos solo coinciden en el notable escoramiento progresista de la población, de ahí la atención preferente que el penúltimo jefe de Estado dispensaba al PSOE. En cuanto acreditado superviviente, sabía que el nihil obstat socialista garantizaba su continuidad. 

La orientación popular hacia la izquierda no se ha modificado con Felipe VI. Su dependencia del PSOE es más acusada que en tiempos de su progenitor. En la actual tesitura de la corona, un Gobierno conservador es lo peor que podría sucederle al monarca, porque debilitaría el compromiso socialista con su figura. Pedro Sánchez esgrime con su tradicional aplomo esta baza ganadora para someter a La Zarzuela. El Rey se encuentra incómodo en el duelo desigual con su primer ministro, así que se encierra en el Rexit o exilio interior y comete errores de bulto, que se sustanciaron por ejemplo en un mensaje navideño solo anodino en apariencia.

Un observador neutral admitiría que Felipe VI salió malparado de su alocución navideña. Sin embargo, tuvo la fortuna de la atmósfera festiva y de que la atención se concentró en los vínculos con su padre. De otro modo, algún paseante se habría detenido en el párrafo donde se declinaba que «no olvidemos que los avances y el progreso conseguidos en democracia son el resultado del reencuentro y el pacto entre los españoles, después de un largo período de enfrentamientos y divisiones». Ni siquiera los demócratas más proclives al jefe de Estado aceptarían sin matices la sustitución de «dictadura» por «largo periodo de enfrentamientos». 

El primer síntoma del Rexit es la necesidad de ser reinterpretado a cada paso por los escoliastas. Juan Carlos I no contó nunca con una oposición de calado, los monárquicos de ocasión agitan hoy el fantasma de Podemos a cada traspié de La Zarzuela. Esta reiteración no solo resulta curiosa desde la evidencia de que el PSOE que sostiene a la corona en ningún caso podría gobernar por sus propias fuerzas, limitadas a 120 diputados. Además, no fue Pablo Iglesias sino Mariano Rajoy quien despreció a Felipe VI hasta extremos muy próximos a la rebelión, al negarse en 2016 a exponer ante el Congreso su programa de candidato propuesto por el Jefe de Estado. Sorprende el silencio sobre un episodio más negro y peligroso que la sublevación por ensoñación de cuatro provincias. 

Sin descartar la pretensión de los Iglesias Montero de convertirse en la nueva Familia Real, la evitación del aislamiento del Rexit escapa al radio de acción de Podemos. El actual Jefe de Estado no ha escapado todavía al campo gravitatorio de «la ética es igual para todos», un paso atrás respecto de «la justicia es igual para todos». Una ética deficiente implica presentar una estampa familiar cuando se vive al margen de la esposa, cobrar comisiones es otra cosa. Ponerse las vacunas implica una decisión ética, quedarse con el dinero que debería destinarse a comprar los fármacos se incluye en una categoría distinta. El arbitraje silencioso que se presume en un Rey existe en países próximos, véase la Italia donde Sergio Matarella acaba de colocar con Mario Draghi al último buen dictador en una península de partidos políticos exangües. Si Felipe VI alcanza ese poder de convicción, bienvenido sea. La alternativa se llama Rexit.

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