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José Luis Villacañas Berlanga

Un momento de sinceridad

Illa celebra los resultados obtenidos en las elecciones catalanas.

Una lucha de debilidades. Esa fue la sensación que tuve tras escuchar los resultados de las elecciones catalanas. Tenía que escribir este artículo días después, pero deseaba conservar la impresión originaria. Fue esta la comprensión de que el conflicto sigue intacto, instalado en las entrañas de la realidad. Luego tuve la impresión de que se trata de un conflicto que no se puede resolver porque se da entre actores débiles. Estos no solo son aquéllos que carecen de soluciones, sino también los que únicamente manteniendo el conflicto esperan hacerse fuertes. Y eso es una mala expectativa para una sociedad.

Lo primero que hacen los animales débiles es dotarse de artilugios de autoexhibición. A eso dedican mucha energía para atraer a ingenuos o repeler depredadores. Apenas conocido el resultado electoral, todas las partes se pusieron a la tarea. Los independentistas, con la cantinela de que han superado el 50 % del electorado, ignorando el efecto de la abstención; pero lo más importante es que no están en condiciones de crear una unidad de acción decisoria. En lugar de haber generado una fuerza transversal unitaria, como en Escocia, las fuerzas independentistas solo tienen acuerdos partidistas de mínimos que pueden llevarlas a formar gobierno, pero disfuncional para el fin de la independencia. En este sentido, el intento de Puigdemont de concentrar todas las fuerzas independentistas en un movimiento nacional ha fracasado, tanto como el de ERC de vencerlo. No reconocer que esa batalla se ha cerrado en tablas, es un elemento más de debilidad.

En el lado constitucionalista, la debilidad es todavía mayor. Todo lo que ha conseguido el ‘efecto Illa’ es repetir el ‘efecto Arrimadas’. Por ahora, la única diferencia es que el vencedor ha manifestado la voluntad de presentarse a candidato a president, algo que no dependerá de él, sino de lo que suceda cuando se constituya la mesa del Parlament. En todo caso, lo importante es que el pastel constitucionalista puede repartirse de otro modo, pero no aumenta. Y con el agravante de que en cada nuevo reparto se producen dos cosas: se pierden migajas y aumenta Vox, que no es constitucionalismo, sino otra cosa que está por ver.

Estos hechos requieren comentarios adicionales. Por supuesto, no quiero sugerir que el PSC vaya a cometer los fallos que el grupo de políticos de salón que hay detrás de Ciudadanos cometió en la pasada legislatura. Tener acceso a tribunas periodísticas y recibir el marchamo de grandes intelectuales españoles es parte de una operación propagandística, que tiene poco que ver con forjar un partido político serio. Cs no lo ha sido, no lo es y apuesto a que no lo será. Por eso es de suponer que el PSC sabrá retener mejor su amplio caudal de votos y que en algún momento estará en condiciones de disputar la alcaldía de Barcelona. Por ahora, el sólido grupo de Colau puede contener a la vez la estrategia del PSC y de ERC.

Que la capital de Cataluña haya estado lejos de ofrecer el 50 % de sus votos a los independentistas, es la mayor piedra en el zapato del procés. En la tradición catalana, nada importante se ha hecho sin el liderazgo de la capital y, hasta ahora, ERC no ha logrado hacerse con ella, algo que intentará mediante una firme unión con las CUP. Esa batalla es la única que vemos en el horizonte. Si alguien cree, aunque sea el presidente del Gobierno, que por repetir mensajes como «hemos ganado las elecciones en Cataluña» va a cambiar la lógica de esa batalla, creo que está equivocado. El núcleo estratégico de ERC es el control de la capital en el medio plazo, y un acuerdo con el PSC no hace sino engordar al rival. Que el PdCat, que reúne los restos de la burguesía catalanista de la capital, se haya visto reducido a su dimensión real de oligarquía política, ampliamente superada por su bestia parda, las CUP, es algo a tener en cuenta en este contexto. Es posible que esa burguesía se haya desenganchado del procés mucho más de lo que dice y que ya no esté en condiciones de conectar con las masas urbanas, pero su capacidad de maniobra no es menor.

Así las cosas, el campo del nacionalismo catalán está más fracturado de lo que parece en la superficie, lo que testimonia que el procés ha fragmentado y debilitado también a las fuerzas catalanas y no solo a las españolas. Eso mismo torna imprescindible disponer del poder de la Generalitat. Así que aunque todo pasa por ERC, lo que realmente fluye entre sus manos es una ingente tensión que sólo se resolverá bajo un acuerdo de mínimos, porque las instituciones populares que sostienen el procés impondrán un gobierno unitario independentista. Sin las subvenciones que se derivan de la Generalitat perderían buena parte de su capacidad de movilización y todo se vendría abajo.

Por último, Vox no fortalece el constitucionalismo en Cataluña. Como hemos visto en la campaña electoral, este partido es una fuerza de choque y no va a rehuir la tensión. Aspira a hacerse fuerte intensificando la agenda de conflicto en Cataluña, y es posible que eso le procure votos tanto allí como a nivel nacional, dado el cansancio de la gente. Sin embargo, esta preeminencia no hace sino abrir en canal las debilidades de un Estado que cada vez se muestra más carente de herramientas políticas y busca en la confrontación obtener la única fuerza de cohesión. Como el boxeador que espera que los golpes lo mantengan despierto, el Estado prefiere esa batalla a tener que cambiar.

Esto es tanto más necesario por cuanto vemos cómo los partidos representativos de sus élites centrales se deshacen en el desconcierto. Pueden paradójicamente resistir en algunos territorios, incluso en los recién conquistados como Andalucía, pero a costa de dar la impresión de impotencia central, pues Díaz Ayuso está más en Vox que en el PP. Que el responsable máximo de la disolución judicial del PP haya sido el impulsor máximo de Vox, testimonia hasta qué punto asistimos a una gran operación de recambio que puede llevar a una concentración del constitucionalismo en el PSOE.

Esto, que podría parecer un escenario que a corto plazo entregue a Ferraz una hegemonía radical en la política española, sin embargo, a medio plazo no es sino un síntoma de desarticulación del sistema español de partidos, algo que Podemos tendrá que contemplar desde la barrera, apagados ya los rescoldos que en su día le ofrecieron energía política. Hoy más que nunca, y como era previsible, necesitamos que una fuerza transversal impida que Vox se haga fuerte en este escenario de descomposición.   

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