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Fernando Ull

El ojo crítico

Fernando Ull Barbat

No es para tanto

Elecciones en Cataluña

Las recientes elecciones catalanas han vuelto a afirmar la casi perfecta división que existe en la sociedad catalana con dos bloques de difícil, pero no imposible encaje. Se ha dicho tanto de Cataluña en los últimos años, decenas de argumentos a favor y en contra de un referéndum o del derecho a la independencia que cualquier otra reflexión que se pueda decir suena a algo viejo, a muy utilizado en interminables conversaciones que no llevan a ningún sitio. Y ese pueda que sea probablemente el principal reto al que se enfrentan los independentistas catalanes: el de no aburrir.

La raíz de este problema que ahora nos parece de muy difícil solución pero que el paso del tiempo se encargará de ningunear y resolver tiene su origen, quizás, en el llamado caso Banca Catalana, aquel escándalo que, este ya, el paso del tiempo se ha encargado de olvidar y enterrar pero que en su día hizo tambalear la misma Generalitat de Cataluña al estar implicado en una estafa que, a principio de los años 80, llevó a cabo Pujol y personas afines en una entidad bancaria de carácter casi local de esas que existían por aquel entonces y que se habían creado gracias los contactos con el Franquismo que tenían las grandes fortunas de este país. Un fracaso de gestión y un vaciamiento de los fondos en beneficio propio, de los directivos me refiero, hizo que estallara un gran escándalo siendo su mayor consecuencia que el Banco de España se tuviese que hacer con las riendas de este banco y los españoles con su agujero financiero en cumplimiento del buen manual del liberal español, según el cual los beneficios siempre son propios pero las deudas de todos los españoles.

Con la absolución de Jordi Pujol y la condena del resto de encausados, se dio carta blanca, o eso pensó la familia Pujol, para el nacimiento de una saga que dominó Cataluña en lo económico y en lo político durante cerca de casi treinta años. Al mismo tiempo, en la sociedad catalana, se creó una maraña de cargos de todo tipo en asociaciones de diversa índole subvencionadas por la Generalitat con el fin de promover la idea de la independencia entre la sociedad catalana, gracias a las cuales, miles de catalanes partidarios de la independencia de Cataluña consiguieron un puesto de trabajo bien remunerado. Como es lógico, con la extensión del número de personas que vivían en mayor o menor medida de la idea independentista, se afianzó no sólo lo conseguido hasta ese momento, sino que se buscó a toda costa que el modo de vida creado alrededor de una futura hipotética independencia se alargase lo máximo posible.

Lo más reseñable de las últimas elecciones catalanas tiene un doble aspecto. Por un lado, la creciente división en el independentismo catalán que complica aún más la gobernanza en Cataluña. Lo único que une a las diversas facciones políticas independentistas es la voluntad unilateral de desligarse del resto del Estado. Sólo así cabe entender que la tradicional derecha catalana haya unido su destino a republicanos secesionistas y a radicales del partido CUP. Por otro lado, cabe reflexionar sobre qué fue de la derecha catalana sensata con una concepción de la vida y la política nacionalista que, sin embargo, fue siempre partidaria de seguir perteneciendo a España. Después de la Guerra Civil, y una vez transcurrido el tiempo suficiente para aprovecharse de los partidarios de la República quedándose con su dinero y sus bienes de cualquier clase, según estableció la Ley de Responsabilidades Políticas, además de todas las plazas de funcionario habidas y por haber, la derecha catalana que había apoyado a Franco se fue transformando poco a poco en nacionalista breve, si se me permite la expresión, como un modo de expiar su culpa y su mala conciencia. Al mismo tiempo supuso un modo de aminorar la histórica defensa del catalanismo que siempre enarboló ERC. Fue entonces cuando a principio de los años 80 el partido CiU se hizo con el poder en Cataluña, con un Pujol absuelto convenientemente y una derecha catalana que pretendía dejar atrás su pasado franquista.

Cuestión distinta ha sido la debacle de Ciudadanos y del Partido Popular, lo que deja al PSC como único partido con vocación de Estado con participación decisiva en el parlamento catalán, toda vez que VOX es un partido neo fascista que lucha contra las bases de la democracia española. Con la casi desaparición de estos dos partidos, la posibilidad de que Pablo Casado llegue a ser presidente del Gobierno se aleja un poco más. Sin apenas representantes en el País Vasco y en Cataluña y con VOX rebañando los votos del sector más ultra del PP, Casado tiene muy difícil ocupar la Moncloa.

¿Qué solución tiene el laberinto catalán? Lo que debe quedar claro es que cualquiera que sea será dentro del marco legal existente. No puede inventarse uno nuevo la mitad de la población de una autonomía. De igual forma que una gran parte del pueblo español luchó por la llegada de la democracia tiene ahora también el derecho de decidir qué clase de sociedad y Estado quiere para su futuro.

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