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José Manuel Ponte

Golpes de efecto y golpes de Estado

El Rey conmemora el 23F en el Congreso

Pasan ya cuarenta años desde la intentona golpista del 23 de febrero de 1981 y todavía quedan aspectos por aclarar. La versión aceptada mayoritariamente es que el rey Juan Carlos I paró el golpe militar cuando a las 1.23 horas del día 24 compareció ante las cámaras de la RTVE vestido de capitán general para ordenar la restauración de la legalidad constitucional. Una legalidad que se había visto perturbada por la ocupación del Congreso por una tropilla de guardias civiles al mando del teniente coronel Tejero, y por la declaración del bando de guerra decretado por el teniente general Jaime Milans del Bosch en la región militar de Valencia, donde sacó los tanques a patrullar por las calles.

El hecho de que la irrupción de Tejero en el Congreso se produjese (a las 18.23 horas) durante la votación para investir presidente del Gobierno a Leopoldo Calvo Sotelo, con todos los medios (prensa, radio y televisión) presentes, tiñó de dramatismo la ceremonia y dejó al país en estado de shock. Yo estaba en mi despacho como redactor jefe de La Nueva España cuando entró en la sala el director adjunto Luis Alberto Cepeda muy agitado. “La Guardia Civil en el Congreso. Es un golpe de Estado”, dijo. A partir de ese momento, la expectación subió de tono y empezamos a darnos cuenta de que la dimisión de Suárez no había servido para apaciguar a las fuerzas que seguramente estaban detrás del golpe. Precisamente aquellas a las que de forma genérica solíamos aludir como “ruido de sables” en los medios. Asistir en directo a los primeros pasos de una rebelión militar a través de la radio y la televisión no se había visto nunca y observamos al espectáculo con una mezcla de fascinación e incredulidad.

Hasta que Tejero ordenó disparar al techo del Congreso y pronunció una frase que enseguida se hizo famosa: “Al suelo todo el mundo”. De inmediato se hizo el silencio y la sala de teletipos dejó de repetiquear. Hasta que se puso de nuevo en funcionamiento con la difusión del bando de guerra del teniente general Jaime Milans del Bosch, que parecía confirmar que el asunto iba en serio. Desde ese momento, nada de especial importancia que reseñar hasta la comparecencia del rey Juan Carlos vestido de jefe del ejército. Excepto un acto, que no dudo en calificar de oportunista por mi parte, y que hasta la fecha nunca había salido del conocimiento de mi reducido ámbito profesional. Llamé a la agencia Efe, donde tenía unos buenos amigos, y les pedí que dieran de paso un comunicado de los trabajadores de Medios de Comunicación Social del Estado, que se declaraban en defensa activa de la democracia y condenaban a unos militares que (supuestamente) no representaban el sentir mayoritario del Ejército. No lo consulté con nadie, entre otras cosas porque tampoco me constaba que la adhesión a la democracia fuese unánime entre el personal. Un directivo de la cadena al que le pedí que difundiese el mismo comunicado por Pyresa me respondió que estaba a la espera de “recibir instrucciones”. Justamente él, que era el encargado de darlas. No pasó nada más y fuimos, de rebote, el primer colectivo en apoyar la democracia. Al día siguiente, había cola para manifestarlo.

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