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Matías Vallés

Palma es una ciudad inventada por Guillem March

Karmen, de Guillem March.

El dibujo en los cómics es tan irrelevante como la fotografía en el cine. El auge de las novelas gráficas no se debe a su decoración con estampas de retablo, sino a que se leen más deprisa que un libro gris. Los tebeos son pura narración, hasta que llega Guillem March, el primer dibujante que necesita hablar sin palabras. A partir de su Karmen monumental, Palma es una ciudad inventada por el artista mallorquín.

Karmen viene de Karma, y es la esquelética protagonista de una historia que transcurre casi íntegra en Palma. Es decir, en el más allá. La visión cenital de una ciudad machacada por los aparatos reproductores de imágenes hasta su pulverización, no es otro revelado fotográfico, sino una revelación. Y cuando se proyecta en las planchas finales más allá de la ciudad-isla, despliega un homenaje tal vez deliberado a Pere Joan.

El libro con vocación de atlas vuela con el vértigo del reconocimiento. Ha excavado el alma de la vieja urbe, la ha desnudado sin ofenderla. Y todavía no hemos empezado a hablar de la historia, ni falta que hace. El festín de dibujos desbordantes puede desatar el equivalente en cómic del síndrome de Stendhal, probablemente en su versión underground. Al depositar el tomo sobre la mesa, se desparrama por el ámbito circundante, es una planta trepadora auxiliada por el vuelo constante de los personajes. En cuanto a la trama, que en algún lugar habrá que incluirla, las alusiones de March a películas sucesivas o al cuento navideño de Dickens olvidan un referente más inmediato.

La levedad mortal de Karmen enlaza con la atmósfera también ligera de El cielo puede esperar, desde luego que en la versión de Warren Beatty. La protagonista de Karmen es una Blueberry dispuesta a cualquier sacrificio para desobedecer a sus superiores y aliviar a sus inferiores. Su vitalidad contrasta con el prosaísmo de Catalina, la suicida por aburrimiento que encarna la renuncia por principio a toda ambición. Como en una comedia del Siglo de Oro, anda enamoriscada sin recibo del papanatas de Xisco, preocupado solo de que cada cabello se le desordene

hacia el contorno adecuado. A nadie puede extrañarle que sea el único mamífero no volador del libro.

Karmen retrata la redención de los redentores hasta el agotamiento. En su afán por narrar en vertical, March disfruta incluso de cansarse, según se advierte en las páginas de colofón. La condición de arte y de literatura no depende del formato, hay que conquistarla. Aquí, con creces.

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