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Miguel Ángel Santos Guerra

La cartera y el corazón

No es de recibo que se haya destinado dinero público a la producción y no se tenga nada que decir desde lo público a la hora de la comercialización

Viales de la vacuna de AstraZeneca.

El escandaloso panorama que estamos contemplando en el proceso de vacunación contra la coivid-1 pone en cuestión el sistema de valores que preside la vida y las relaciones en nuestra sociedad. 

La codicia lo domina todo. “Es el veneno del alma, dice Shakespeare, pues una vez depositada en ella, su semilla crece y se multiplica”. En el “Diccionario razonado de vicios, pecados y enfermedades morales”, de Jorge Vigil Rubio, se puede leer que la codicia es la pasión por antonomasia de la economía monetaria pues tiene en el dinero su patrón-medida. Es, como dice el citado Shakespeare en Timón de Atenas, la “puta universal”. 

Me he levantado del asiento para consultar un curioso libro titulado “Frases célebres de grandes hombres de negocios”, recopiladas por Eugene Weber. En las relacionadas con la codicia aparece esta cita del economista E.F Schumacher en su libro Small is Beautiful: “Si los vicios humanos –tales como la codicia o la envidia- se cultivan sistemáticamente, el resultado inevitable es nada menos que el colapso de la inteligencia. Un hombre que solo se guía por la codicia y la envidia pierde la facultad de apreciar las cosas en su justa medida, de ver las cosas con perspectiva y en su totalidad, y sus verdaderos éxitos se convierten en fracasos”.

Hay varias cuestiones inquietantes en el caso de las vacunas contra la covid-19. En primer lugar, hemos visto una carrera acelerada de todos contra todos para conseguir llegar primero al mercado. Se trata de ganar dinero, no de conseguir una solución rápida y eficaz. Porque si se hubieran unificado los esfuerzos, se hubiera llegado más fácil y rápidamente al éxito deseado. En segundo lugar, se está produciendo una venta de vacunas al mejor postor, que ha hecho incluso romper contratos ya firmados. “Si me pagan más aquí, aquí las vendo”. De nada sirve la palabra dada o la firma estampada. De nada sirven la lógica y la justicia. Lo que importa es el dinero. En tercer lugar, como consecuencia, los países pobres tendrán las peores vacunas y las tendrán más tarde. ¿Qué mundo estamos construyendo? Se parece mucho a una selva. Una selva sofisticada, porque no gana el que tiene más fuerza física solamente sino el que tiene más conocimiento y, por consiguiente, más poder. Cuando en la selva solo se impone la fuerza, algunos pueden sobrevivir gracias a su astucia o inteligencia pero, cuando el que sabe más, engaña, domina y explota al que sabe menos, es muy difícil sobrevivir en ella. Y en eso estamos. En cómo sobrevivir.

He oído unas declaraciones de la parlamentaria europea Sira Abed Rego (miembro de la dirección federal de Izquierda Unida y diputada en el parlamento europeo desde 2019) en las que denuncia el proceder de la comisión europea: contratos opacos, dejadez en la ejecución de los mismos, negociaciones a la baja, falta de reacción enérgica ante la ruptura unilateral de los acuerdos por parte de las farmacéuticas…

Cuenta en esas declaraciones cómo un grupo de parlamentarios de izquierda ha exigido a la comisión la lectura de los contratos. Y, ante la aceptación que ha conseguido, les han impuesto a los parlamentarios varias condiciones restrictivas: les han limitado el tiempo a cincuenta minutos (para leer documentos de muchas páginas), les han exigido antes de entrar firmar una cláusula de confidencialidad, no han podido acceder con dispositivos electrónicos, han estado vigilados por un funcionario y han recibido papel y lápiz para las anotaciones. ¿Eso es democracia? ¿Tiene razón de ser tanto ocultismo? Se ha encontrado el grupo, además, con unos textos llenos de tachones que impiden conocer los entresijos de lo pactado. Se trata de documentos públicos de interés general, ¿por qué no gozan de plena transparencia? ¿Qué ejemplo está dado la comisión europea a todas las instituciones de la Unión?

No me extraña que se esté calificando esta opacidad como el “tachóngate”. Parece increíble que esté sucediendo todo esto en la Unión Europea del siglo XXI. En una cuestión de tanta importancia como la vacuna, de la que pende la vida y la hacienda de muchos ciudadanos y ciudadanas, resulta inadmisible la ocultación, la dejadez y la falta de eficacia.

Las farmacéuticas han recibido ayudas millonarias de dinero público pero ahora, la comercialización se hace con las reglas más salvajes del mercado. Al mejor postor. La codicia está generando un clima de sálvese quien pueda. Lo más alejado de un orden justo y racional. No es de recibo que se haya destinado dinero público a la producción y no se tenga nada que decir desde lo público a la hora de la comercialización.

Hasta aquí la cartera. Y, ahora, el corazón. Existen otras formas de proceder. Existe otro tipo de personas. Personas que hacen el mundo mejor, más hermoso, más habitable. Personas que no ponen no colocan el dinero en el punto más alto de la escala de los valores. Voy a ofrecer a continuación un ejemplo de generosidad y de bondad que pone en evidencia la codicia impúdica de las farmacéuticas.

Albert Bruce Sabin fue un virólogo polaco nacionalizado estadounidense. De origen judío tuvo que huir del antisemitismo en 1921. Diez años después obtuvo el título de médico por la New York University. En 1939 llegó al Hospital Infantil de Cincinnati. He visto alguna emocionante foto suya con un niño en los brazos. Recibió el Premio Albert Lasker por su investigación médica clínica. Este prestigioso médico descubrió la vacuna oral contra la poliomielitis. Una vacuna que se administra fácilmente con unas gotas o un terrón de azúcar. Albert Bruce Sabin puso su trabajo y su esfuerzo al servicio de la investigación. Y centró su indagación en la búsqueda de una vacuna que iba a garantizar la salud de los niños y de las niñas. El desarrollo de la vacuna de Albert Sabin fue la culminación de 20 años de investigación sobre la naturaleza, epidemiología y transmisión de tres tipos de virus estrechamente relacionados, todos ellos causantes de cuadros poliomielíticos asociados con parálisis infantil.

 Me gusta hacer hincapié en la importancia de poner el conocimiento adquirido al servicio del bien común y no al del propio egoísmo. Por eso es tan admirable que Albert Bruce Sabin decidiera no patentar su vacuna con el fin de que todas las compañías farmacéuticas pudieran fabricarla. Renunció a grandes cantidades de dinero para hacer posible que se administrase a todos los niños y las niñas, incluidos los pobres…  

Entre 1959 y 1961, millones de niños y de niñas en los países del Este, Asia y Europa fueron vacunados; por ejemplo, la vacuna de Sabin fue autorizada en Italia en 1963, obligatoria en 1966, erradicando así la enfermedad en el país. Él dijo: “ Muchos insistieron en que patentara la vacuna, pero no quise hacerlo. Este es mi regalo para a todos los niños del mundo”. Esa fue su admirable decisión. Salvó a millones de niños y nos dio una imborrable lección de humanidad.

Es probable que estos avaros criminales (porque aquí se juegan vidas) que comercializan hoy las vacunas digan que el negocio es el negocio. Qué contraste con la actitud de este generoso investigador que canjea intereses personales por vidas de los niños y las niñas del mundo. Sus palabras son conmovedoras, su decisión es admirable. Este es el camino para pasar de la selva cruel a la sociedad solidaria. Para demostrar que es más importante el corazón que la cartera.

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