Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Francisco Esquivel

Efectos de una antidiva

La devolución de entradas por el cierre perimetral había obrado el milagro a ultimísima hora

La primera vez que vi a Silvia Pérez Cruz sobre un escenario iba de rojo luminoso acompañada por un cuarteto de cuerda

Costaba pensar que no era un sueño y no, no lo era. Había podido aparcar en pleno centro con inquietante facilidad tras atravesar calles fantasmales al caer la noche. Pero aún no daba crédito a que en estas circunstancias fuera a verla. La devolución de entradas por el cierre perimetral había obrado el milagro a ultimísima hora. Y sin embargo ahí estaba, en el altar mayor de la sala Arniches por obra y gracia del esfuerzo de todo un equipo y por la devoción que derrocha ella con aquello que hace. Pocas voces como la suya para provocarte un sonoro impulso dentro del marasmo. Mejor respiro no se me ocurre.

  La primera vez que vi a Silvia Pérez Cruz sobre un escenario iba de rojo luminoso acompañada por un cuarteto de cuerda. En esta ocasión, la cantante y compositora aparecía en solitario con un par de guitarras e instrumental de la época, enfundada en una especie de mono negro. Algunos dirán: ¿Y no habría sido el momento para irradiar alegría por los cuatro costados? No le sale. Al igual que cualquiera, viene de donde viene y quiso mezclarse sin esas imposturas que nunca se gasta. Por eso los primeros acercamientos fueron a través de letras escritas en la oscuridad de la primera fase sobre amigos, reveses, lejanías, soledades que conectaban con los sentimientos averiados de quienes lo que más necesitan es compañía y, si te la da alguien con cara de ángel y sensibilidad extrema, para qué contar porque lo que hay es que vivirlo.

  Y es lo que hizo sin premuras, insuflar brío poco a poco, ánimo y valor hasta convertir el encuentro en una interactuación gracias a la capacidad que tiene esta mujer de pasar de un registro a otro, de un espiritual a una ranchera con la mayor naturalidad haciéndote creer que todo es más fácil de lo que parece a pesar de la suma dificultad que entraña, incluida la maldita prueba esta ante la que nos encontramos. Dos horas, dos nada menos, en las que ni siquiera las gafas se empañaron debido seguramente a que todo lo que deseaba ver y palpar se había quedado bien dentro.  

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats