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Rafael Simón Gil

¿De verdad les preocupa a los políticos la pandemia?

El aspecto retórico de la misma resulta obvio: difícilmente algún político, si es preguntado sobre el hambre en el mundo, contestará que no le importa

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Hay preguntas que, una vez formuladas, se convierten no solo en incómodas, sino en testigos implacables, insobornables, contra aquellos a quienes van dirigidas. Y la que titula este artículo es una de ellas. El aspecto retórico de la misma resulta obvio: difícilmente algún político, si es preguntado sobre el hambre en el mundo, contestará que no le importa; o que le trae sin cuidado el analfabetismo, el paro o la explotación infantil, por poner ejemplos elementales. Sin embrago, todos podemos constatar que millones de personas mueren de hambre año tras año, que la lacra del analfabetismo campa a sus anchas en el tercer mundo (y bastante en el segundo), que el paro endémico afecta a centenares de millones de hombres y mujeres, y que la explotación infantil sigue siendo una dramática y vergonzosa realidad. ¿No dicen los políticos que esos temas les preocupan? Entonces, ¿por qué siguen ocurriendo, incluso aumentando cada vez más? La respuesta es tanto o más retórica que la propia pregunta, de ahí que se la hayan contestado ustedes dos solitos: hay muchísimos políticos a los que no les importa, y a quienes aparentemente les importa, la mayor de las veces lo es solo desde el aspecto formal.

Veamos el caso de España, pero sin olvidar a sus pingües taifas autonómicas, sobre todas, aquellas donde el Estado hace años que prefirió mirar hacia otro lado propiciando no solo un inexcusable vacío, un miserable e insolidario abandono, sino, sobre todo, una lacra de endogamia, nepotismo y corrupción que será muy difícil de limpiar (no es menester recordar, entre otros, los enquistados y familiares regímenes -sanguíneos o de partido- instalados en Cataluña o Vascongadas, no es menester). Como bien saben, al tratarse de hechos notorios que no necesitan ser probados, España supera ya las noventa mil muertes por Covid, convirtiéndose en el país con mayor tasa de mortalidad del mundo (El País publicaba que el INE, a partir de los registros civiles, calcula que desde marzo han fallecido 88.000 personas más que en la media de los cuatro años anteriores, por si alguien duda de los hechos notorios, mes amis). Y España registra, asimismo, los peores datos económicos de todos los países europeos, incluido Albania, capital Tirana (El País publicaba que el PIB en España (-11%) cayó más del doble que el de Alemania (-5%). Son datos, por si alguien duda de los hechos notorios, mes amis.

Así las cosas, lo razonable sería que los mayores esfuerzos de nuestra clase política, del Gobierno de España y el de las taifas autonómicas, fueran dedicados a la lucha contra la pandemia, dado lo mucho que quieren al pueblo y lo mucho que se desviven por él. Sin embargo, la realidad es muy otra. En su fuero interno (el externo sigue los mecanismos estéticos de la apariencia formal), ellos y ellas, nuestros dirigentes y dirigentas, están a lo suyo, es decir: qué hay de lo mío, sea ésta amonestación dicha en términos de cuota de poder o en especias ideológicas. Para que cobren conciencia ustedes dos de tamaña obscenidad, valga por todos el bochornoso, vergonzante e irresponsable llamamiento que la extrema izquierda de Podemos -burguesamente instalada en el Consejo de Ministros del Gobierno de España y con una u otras siglas en otros gobiernos autonómicos- hace a sus acólitas y acólitos para que se manifiesten el 8M. Cuando todavía siguen trágicamente visibles en la sociología sanitaria las nefastas consecuencias derivadas de la manifestación del pasado 8M, donde se contagiaron, probablemente, entre otras y otros, la actual ministra de Sanidad, Darías, la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, y la ultraizquierdista Irene Montero, ministra de Igualdad y compañera sentimental del vicepresidente de extrema izquierda Pablo Iglesias (da pudor constatar en la Europa democrática estas afinidades, qué quieren que les diga, pero es lo que hay); cuando todavía rechina en la conciencia colectiva de la sociedad española la irresponsabilidad de aquella manifestación, digo, resulta que ahora la ultra Irene Montero hace un enfervorizado llamamiento a volver a manifestarse este próximo 8M. Darías y Robles, ambas ministras del mismo Gobierno que la ministra de extrema izquierda Irene Montero, renuncian a Satanás, a sus pompas y a sus obras, rechazando dicha manifestación (da pudor constatar estas contradicciones, qué quieren que les diga, pero es lo que hay).

Es decir, ustedes dos no pueden despedir a un familiar fallecido, ni enterrarlo; no pueden visitar a un hermano hospitalizado, ni pueden sentarse en una mesa de restaurante con sus hijos, ni puede estar en casa con otros miembros de su familia, ni pueden salir de su perímetro urbano, ni pueden ir a su sucursal bancaria sin cita previa, ni entrar en un comercio si son más de cuatro, ni ir a la iglesia a rezar, ni asistir a un concierto de Charles Ives (si es que algún político conoce al compositor del sombrero, autor del String Quartet Nº 1, “From the Salvation Army”); no, no pueden porque así lo prescriben las medidas del Gobierno. Pero deben ir -o no son demócratas ni feministas- a la manifestación del 8M porque así lo prescribe la ministra del Gobierno de España, Irene Montero, compañera del vicepresidente del Gobierno de España, Pablo Iglesias (da pudor constatar en la Europa democrática estas afinidades, qué quieren que les diga, pero es lo que hay). ¿De verdad les preocupa la pandemia? A más ver.

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