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Lorena Gil López

A contracorriente

L. Gil López

Abrazos que no llegan

Una interna en una residencia de mayores abraza a su sobrino. EFE

Ahí estábamos todos el jueves, aguardando con expectación no exenta de emoción las palabras del presidente de la Generalitat. ¿Podremos ir a las casas de los demás ? ¿quedar en el parque a jugar con alguien? ¿tomarnos un café en la terraza de un bar? Pero Puig parece haber escarmentado (no como los irresponsables que se siguen saltando las normas sin pudor) de no haber tomado medidas de restricción más contundentes antes de Navidad y, tras los efectos devastadores de la tercera ola, vamos aflojando poco a poco.

Cuando por la noche hablé con mi madre no parecía estar muy enterada, les cuento la conversación:

- ¿Qué queréis el jueves de comer?

- Mami, yo creo que todavía no se puede ir a hacer visitas.

- ¿Cómo que no?

- Porque el presidente ha dicho que no, pero no te preocupes, que pronto nos veremos.

- ¿Y podremos abrazarnos?

- No, mami, abrazos todavía no.

- ¡Qué ganas tengo de darles besos a mis nietos, que son sus cumpleaños y ni verles ni abrazarles!

Hay conversaciones que es mejor no continuar porque ¿cómo consolar a unos padres? ¿cómo no pensar en aquellos que ya no pueden abrazar a sus seres queridos porque los han perdido por un virus mortal?

¡Cuántos abrazos perdidos! ¡Y qué ganas de recuperarlos! Mientras, no deja de sorprenderme cómo se suceden un fin de semana tras otro los comportamientos indignos de algunos, celebrando fiestas o no llevando mascarillas (sí, yo soy de esas que cual justiciera llama la atención por la calle a los que no las llevan, algún día me llevaré un sopapo). Algunos se merecerían no ser abrazados.

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