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Mercedes Gallego

OPINIÓN

Mercedes Gallego

Si me dan a elegir...

El comercio online se dispara con la pandemia.

Me críe en un tiempo y en un lugar donde el azúcar, las lentejas y los fideos se vendían a granel y el tío Alejandro, que en aquellos años vendría a ser algo así como el Juan Roig de mi pueblo, los envolvía en papel de estraza con tal precisión que, a fuerza de pliegues, convertía el paquete en inexpugnable. Así era todo. El pan iba en una pala de madera directamente del horno a la bolsa de tela con la que mi abuela me mandaba a buscarlo. Y para reponer las gaseosas era obligatorio llevar los cascos vacíos, lo que hacía en una bolsa de rafia verde tan reutilizada que bien podría haber hecho bandera de ella Greenpeace.

La leche tampoco venía en tetrabriks o en botellas de plástico, como ahora, sino que la tía Anastasia la traía directamente desde las ubres de las vacas en unos cubos de zinc desde los que rellenaba las lecheras con las que las parroquianas (la mayoría éramos niñas) íbamos a comprarla. Y el hielo, que hacía las veces de frigorífico cuando las neveras eran solo neveras, se servía en trozos rectangulares que yo llevaba hasta casa en el transportín de la bici amarrado con una goma que acababa marcando la pieza por la presión y el deshielo.

Con semejantes antecedentes entenderán que no le haya encontrado aún el atractivo al tan cacareado comercio online. Admito que alguna ventaja tiene y que hasta yo, reacia incluso a llenar mi armario a golpe de clic sin sentir antes el tacto de tejido sobre mi piel, he sucumbido en ocasiones a ellas. Pero ha sido siempre en circunstancias excepcionales: bien porque el tiempo no me llegaba o porque el producto no lo encontraba. Ahora bien, salvando estas excepciones, ¿qué quieren que les diga? Que si me dan a elegir... me quedo con el tendero.

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